Durante años, mi novio y yo soñamos con cómo serían nuestras vidas con el pasar del tiempo. Donde viviríamos, cómo serían nuestros hijos… Lo de siempre. Nuestros planes se fueron cumpliendo. Yo empecé a trabajar en la tienda de mi padre y él pronto se fue retirando para descansar y que yo pudiera desarrollarme; el negocio siempre fue bastante bien y con mis nuevas ideas los beneficios aumentaban mes a mes. Mi novio terminó sus estudios y preparó una oposición; le costó un tiempo, pero la sacó.

Con una estabilidad económica envidiable y estando aún en la flor de la vida, nos casamos, nos compramos una casa y fuimos en búsqueda de nuestro primer hijo.

Cumplíamos nuestros sueños, esos planes estándar que compartimos la mayoría de las personas de nuestra edad. Éramos la envidia de nuestros amigos y nosotros, conscientes de nuestros privilegios, disfrutábamos felices de nuestro momento.

Cuando llegó el primer positivo no cabía en mí de emoción. La felicidad que sentíamos no pudimos evitar compartirla con nuestras familias y amigos más cercanos. Pero la alegría duraría poco, pues ni una semana más tarde, una hemorragia me llevaría a una sala de urgencias, donde la peor de las noticias nos hundiría en una enorme tristeza.

El duelo en estos casos es algo que merece más de un artículo y más de cien, pues es algo bastante tabú y que ocurre a más gente de la que creemos, por lo que debería darse a conocer un poco mejor y, sobre todo, ayudaría a muchas personas a no hacer comentarios dolorosos que, intentando ayudar, dañan a las parejas que sufrimos una gran pérdida como esta. “Mejor ahora que más adelante” “mejor así que que viniera mal” “al menos sabes que puedes, ya vendrá otro”. No diré nada sobre estos comentarios, porque no me quiero extender, pero si veis que salen de vuestra boca en algún momento por intentar rellenar un silencio incómodo con una pareja en duelo, callaos y preguntad qué podéis hacer para que se sientan mejor. Nada más.

 

El caso es que los médicos no dieron mayor importancia a aquello. Era algo espontáneo e impredecible y esperaban que hubiese más suerte la próxima vez… Pero no la hubo.

Ni tres meses después, el segundo positivo nos llenó de alegría y temor, y más tarde, en la ecografía de las 12 semanas, aquel “no hay latido” vacío de empatía y de emoción nos arrebató la ilusión de un solo golpe.

Las siguientes veces no llegamos a contárselo a nadie, por lo que los comentarios de “El bebé para cuando” se nos clavaban en el corazón, pues muchas veces sabíamos que el bebé estaba aquí mismo, pero temíamos que nuevamente no llegase a término.

Y así fue. Después del tercer aborto mi ginecólogo me hizo un estudio y dijo que mi útero necesitaba una ayuda. Hubo un rayo de esperanza, pero dos abortos más tarde, cuando mi bebé ya tenía casi 20 semanas y tuve que parirlo con un enorme dolor en el corazón, decidimos parar de intentarlo.

El médico fue claro, había muchas posibilidades de que no lo consiguiéramos y yo no estaba dispuesta a pasar por aquello más veces. Era madre de cinco bebés que no habían llegado llorar por las noches ni a develarnos. No querían seguir llenando el cielo de estrellas mientras mis noches eran cada vez más oscuras.

Lloramos durante meses, pero decidimos dar un giro a nuestras vidas y hacer nuevos planes de futuro. Quizá adoptar, quizá… Una pequeña ilusión apareció de nuevo en nosotros.

El día de mi cumpleaños recibí una carta en la que nos infirmaban de que éramos aptos para optar a una adopción. Estaba feliz, al fin la suerte nos sonreía. Ahora sería cuestión de esperar. Entonces mi marido llegó del trabajo muy serio. Quería hablar conmigo. Yo también con él, pero le dejé empezar.

Adoptar no le parecía una opción que le fuese a hacer feliz. El hecho de tener un hijo que no fuera suyo le perturbaba y no quería pasar una vida sin hijos, pues siempre había soñado con ello, así que quería el divorcio.

Así de crudo, así de simple, así de directo. Sin anestesia ni paños calientes.

Me guardé la carta en el bolsillo del pantalón, me sequé las lágrimas a la manda del jersey y me pedí que se fuera antes de un mes, pues el terreno donde habíamos hecho nuestra casa era de mis padres. Yo le pagué lo que le correspondía por lo que llevaba aportado a la casa y le dejé ir.

Era cierto, aquel jardín era perfecto para un columpio. De hecho, puse uno doble para que mis hijas jueguen en él cuando quieran. Tuve mucha suerte. Al parecer antes eran extraño que se concedan adopciones a personas solteras, pero a mí me tocó la lotería y ahora tengo dos niñas preciosas a las que amo con toda mi alma y a las que les cuento que, aunque jamás los conocerán ni podrán jugar con ellos, tuvieron 5 hermanos a los que les pusimos nombre y homenajeamos para que yo pudiera cerrar mi duelo.

Soy realmente feliz y mi vida está plena ahora. Sé que os encantaría saber qué fue de mi ex, pero me ha costado mucho superar el dolor que me causó con sus palabras y prefiero no darle más espacio en mi vida. Solamente diré que no ha tenido hijos por ahora.

 

 

Escrito por Luna Purple, basado en una historia real.

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