Llevaba tres años casada y cuatro de relación cuando mi marido me hizo la de “irse a por tabaco” pero con su madre. 

Mi relación era normal, con sus más y sus menos. No era perfecta, teníamos nuestros problemas de base, que, por supuesto veo ahora y no en ese entonces, y teníamos un proyecto en común, o eso creía yo. 

El susodicho es gallego, muy gallego, galleguísimo, y le dolió en el alma mudarse lejos de su comunidad autónoma para que viviéramos juntos. Pero en ese momento él no tenía trabajo y yo tenía una plaza fija de oposición en Madrid, así que se vino para aquí y empezamos nuestra vida en pareja. 

Él encontró trabajo en una fábrica y nos alquilamos un pisito pequeño pero perfecto para los dos, le costó bastante hacer amigos, porque para no faltar al tópico, era bastante huraño y cascarrabias. Aun así, era un encanto de persona y cuando le conocías, te dabas cuenta. Así que se hizo su grupito con un par de amigos más y todo iba bien. 

Pues en esas estaba, cuando un buen día se cayó mi suegra. Ella era joven, tampoco una chiquilla, pero para nada una anciana. Se partió la cadera por varios sitios y se quedó postrada en la cama. Mi suegro era un señor de campo y no podía atenderla, así que cuando dijeron que iban a contratar a una chica para cuidarla, mi marido dijo que eso no iba a pasar, que él se encargaría de su madre hasta que se recuperase. 

A su madre le habían dicho que la recuperación duraría de dos meses a un año, pero que el periodo crítico eran esos primeros dos meses y luego ya empezaría a hacer vida normal, así que se pidió una excedencia de dos meses en el trabajo y se preparó para irse. 

Me invitó a ir, aunque fuera unos días, pero el ritmo de mi trabajo y de Madrid en general, no me permitía cogerme vacaciones en ese momento, así que decidimos estar separados esos dos meses y que, si conseguía encontrar algún hueco, iría. 

Hasta aquí todo normal. Un hijo responsable que va a cuidar a su madre. Los días previos estuvo todo normal, nos fuimos a cenar juntos como despedida y al día siguiente cogió carretera y se fue. 

Luego vino lo de siempre, al principio te llamas todos los días varias veces, luego solo por la noche, luego las llamadas pasan a ser Whatsapps y esos Whatsapps, cada vez tienen más espacio entre ellos. 

No os penséis que no le echaba de menos, pero como os decía, él es bastante seco. Las muestras de cariño las llevaba regular y yo ya me había hecho a esas dinámicas. Mi relación era sólida y no me preocupaba. Sabía que dos meses pasarían volando y que, cuando volviera, todo estaría tan bien como antes. Pero claro, para eso tenía que volver. 

Cuando faltaba una semana para que volviera, me dijo que su madre seguía mal y que se quedaría un mes más, para asegurarse. Ahí yo empecé a hacer movimientos y conseguí una semana libre para lo que sería su ultima semana allí. Iba a ir, pasar una semana con ellos y después volvernos los dos. Seguimos hablando normal por Whatsapp y cuando llegó el momento, cogí el tren y me fui para allí a verle. 

El reencuentro no fue como yo esperaba. Fue muy escueto, más frío que de costumbre, le faltó darme la mano al saludarme para acabar de hacer incómoda la escena. Lo achaqué a que estaría cansado, agobiado o a que habría discutido con su madre. 

Cuando llegamos a su casa, vi a su madre. La señora se aguantaba de pie y hacía sus pasitos. Sí que es verdad que se la veía fastidiada, pero ella estaba bastante animada, le hizo mucha ilusión verme y pasamos unos días bastante buenos allí. 

El último día, yo empecé a hacer las maletas y vi que mi marido no las hacía. Le pregunté y me dijo que las haría por la mañana, que prefería hacerlo cuando pudiera guardar todo. Nos fuimos a dormir y al día siguiente, se me quedó cara de tonta. 

Empecé a cargar el coche y sus maletas no aparecían, le fui a buscar y le dije que se diera prisa, que teníamos seis horas por delante y no quería llegar a las tantas. Él estaba en la habitación, con la cama hecha y las manos en los bolsillos, me miró encogido de hombros y me dijo que no iba a volver. 

Yo no entendía nada, le pregunté si había pasado algo con su madre, si se quería quedar más tiempo o tenía algo pendiente. Y me aclaró que no, que se quería quedar, para siempre. 

Todo esto me lo estaba diciendo con una calma y una tranquilidad, que a mi me estaba poniendo de los nervios. Lo decía como si fuese realmente una opción, como si le estuviera diciendo de ir al cine y al final me dijera que a él no le apetece. Estaba ahí, impasible, mirándome como si yo estuviera exagerando y sin entender por qué me cabreaba.  

Discutimos durante dos horas en las que hubo de todo. Le pregunté si me estaba dejando, me dijo que no, que, si quería, podía venirme a Galicia y entonces podíamos estar juntos, pero que, si me quedaba en Madrid, tendríamos que romper. Le llamé egoísta por imponerme estas condiciones sin haberlo hablado antes, esperándose al ultimísimo momento para decírmelo como el que se va a comprar el pan y por no preguntarme o tenerme en cuenta. Le pregunté qué mierda había pasado, que cuánto tiempo hacia que tenía esto pensado y que por qué no me lo había dicho.  Me dijo que echaba de menos su tierra y que, al venir, había visto que ya no podía volver. Pero que no era nada personal, ni tenía que ver conmigo. 

¿Perdona? 

Insisto en que él actuaba como si no fuese cosa suya, como si fuese algo matemático en lo que yo decidía: si te vienes a Galicia, seguimos; si te vas a Madrid, rompemos. No parecía importarle nada lo que hiciese, en ningún momento me pidió que me quedase o me dijo que necesitaba seguir conmigo. Nada. Todo fue muy frío y tranquilo, excepto por mi que estaba gritando. 

La situación me superó y me fui a Madrid, le dije que necesitaba un tiempo para pensar y aclarar a ver qué hacía con esto, porque tenía claro que no pensaba irme, pero tampoco quería renunciar a mi relación, aunque viendo como él lo estaba haciendo, me entraban ganas de enviarle a la mierda. 

Cuando llevaba dos semanas en Madrid, me escribió un Whatsapp para preguntarme si le podía mandar sus cosas, o si prefería que las viniera él a buscar. Ahí ya vi claro lo que me esperaba si continuaba en esa relación y le mandé sus cosas, junto a los papeles del divorcio. 

De verdad que fue rarísimo. Fue un luto que no supe como gestionar muy bien porque él actuaba como si no hubiera pasado nada. Me vino todo de repente, sin entenderlo y viendo que él seguía su vida tan tranquilo y naturalizando mucho la situación. 

Sentí mucha rabia al principio, pena después y finalmente, indiferencia. Ahora la historia me hace hasta gracia. Pensar en que para dejar a alguien solo tienes que irte a otra comunidad y encogerte de hombros. Muy surrealista. Mis amigas no se lo podían creer y teníamos varias teorías, pero de verdad que creo, que simplemente, me dejaron por morriña.

 

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