Han pasado ya unos meses desde que ocurrió, pero debo reconocer que a día de hoy me sigue escociendo: mi mejor amigo no me invitó a su boda. De hecho, me enteré de que se casaba de pura casualidad.

Para ponernos en contexto es necesario empezar contando que hace ya muchos años empecé a salir con un grupo, y de ese grupo congenié especialmente con dos chicos que a lo largo del tiempo se convirtieron prácticamente en hermanos para mí. Íbamos juntos a todas partes, teníamos una confianza tremenda, yo me llevaba genial con sus familias al igual que ellos con la mía. Lo más gracioso es que hubo mucha gente que empezó a extender rumores acerca de si yo me había liado con uno, con el otro o con los dos, incluso aunque alguno de nosotros tuviese pareja, cuando lo cierto es que nunca tuve con ninguno de ellos nada que no fuera una amistad muy bonita, sólida y duradera, o eso pensaba yo.

Resulta que hará cosa de cinco años, poco después de que yo empezase a salir con mi actual pareja, uno de mis amigos, llamémosle Roberto, empezó a salir con una chica, a la cuál nos presentó a mi novio y a mí una noche que quedamos para tomar algo con más amigos y amigas del grupo. La verdad es que a mí la chica me cayó genial, y parecía que yo a ella también: era muy simpática y abierta, y además compartíamos un montón de aficiones e inquietudes. Congeniamos tan bien que empezamos a quedar bastante a menudo, ya fuera con más gente o en plan parejas, hasta que mi amigo se quedó sin trabajo y decidieron irse a vivir al pueblo de ella. 

La siguiente vez que nos vimos fue mi amigo David, mi otro mejor amigo, el que me avisó de que habían venido y de que habían quedado para tomar algo, y por supuesto que allí me presenté porque la verdad es que tenía muchísimas ganas de verlos. Además, era una oportunidad de volver a juntarnos todos, ya que entre trabajo, estudios, parejas, etc, hacía mucho que no coincidíamos. 

No me esperaba para nada ir a sentirme tan incómoda, tan fuera de lugar, como me sentí aquella tarde. Cuando yo llegué, a la novia de mi amigo le cambió el gesto por completo, y mi amigo Roberto casi no volvió a abrir la boca. Respondieron cuando les pregunté por la vida en el pueblo más por cortesía que por otra cosa, y en un momento en que me quedé a solas con ellos me ignoraron por completo. No quise darle más importancia hasta que el fin de semana siguiente me enteré de que habían venido por las fotos que subió mi amigo David a Instagram con ellos, y como yo andaba con la mosca detrás de la oreja, se lo comenté a David. Él me dijo que era cierto que le habían pedido que no avisase a nadie más, y cuando le pregunté por las otras dos personas que aparecían en la foto me respondió, no muy convencido, que habían coincidido en el bar. La verdad es que no me convenció mucho, pero hice por creérmelo porque lo contrario habría sido asumir que uno de mis mejores amigos no quería verme.

Un par de días después, Roberto me escribió: David, en un intento de ayudar, le había contado mis inquietudes, y Roberto me escribió para tranquilizarme y decirme que su novia y él estaban raros y distantes porque se les habían juntado varios problemas. Yo le dije que no se preocupase, que lo entendía y que ya sabía que podían contar conmigo para lo que hiciera falta, y no volvimos a hablar. Es cierto que yo apenas volví a escribirle, pero también es cierto que si se me quitaron las ganas fue porque volvimos a coincidir en alguna ocasión y me quedó claro que con quien únicamente estaban raros y distantes era conmigo. Y sí, sé que podría haberle preguntado, pero después de la conversación que habíamos tenido en la que me había asegurado que no había ningún problema entre nosotros pensé que insistir sería molestar, además de que oye, si no querían saber nada de mí estaban en su pleno derecho, por más que me doliera.

Así ha pasado bastante tiempo en que he sabido de ellos o por terceras personas, o por redes sociales, como mucho si hemos coincidido por la calle y hemos mantenido la típica conversación breve de cortesía. Hasta que me enteré de la noticia.

Fue una tarde en que mi chico y yo habíamos quedado para tomar algo con mi amigo David, entre bromas y risas comentó que a ver si era cierto que de una boda sale otra boda y conocía a alguien en la boda de Roberto, ya que es el único de los tres que sigue soltero. 

‘¿Que Roberto se casa?’. Me quedé con la boca abierta, y el pobre David, que había dado por hecho no sólo que lo sabríamos, sino que estaríamos entre los invitados, se puso de todos los colores. ‘Bueno, no te preocupes’, le dije entre risas, ‘no me habrán invitado por miedo que robe protagonismo a la novia, jajaja’. Y seguimos a lo nuestro, pero la verdad es que me enfadé, me dolió y sobretodo, me decepcionó muchísimo. Vale que nos habíamos distanciado en los últimos tiempos, pero en el fondo siempre había dado por hecho que seguíamos siendo amigos.

Estuve dando vueltas al tema varios días, sin saber si felicitarle, echárselo en cara o dejarlo pasar, hasta que vi que en sus redes había ya gente dándoles la enhorabuena: eso hizo que me decidiera a mandarle un mensaje diciéndole que me alegraba muchísimo por ellos y que les deseaba lo mejor.

Conociéndole como le conozco, sé que debió sentirse abochornado: se disculpó conmigo alegando que iba a ser algo íntimo, que iban a invitar sólo a familiares y amigos cercanos, y si os digo la verdad estuve muy tentada de lanzarle un dardo envenenado y preguntarle si acaso yo no era cercana, pero en fin: elegí ser elegante y decirle que no se preocupase, que lo entendía.

La boda ha sido hace poco, y por las fotos he confirmado lo que ya sospechaba: me mintió, fue un bodorrio monumental y lleno de gente, y yo me alegro de haberme ahorrado la aportación a la boda de gente que no me quiere en su vida. Supe por David, porque Roberto se lo contó y le pareció que lo más justo era que yo lo supiera, que la novia de Roberto no me quería cerca porque se sentía insegura, porque había confundido nuestra amistad con algo más a pesar de que llevasen años juntos, de que yo tuviese pareja y de que mi relación con David fuese la misma.

En fin, ¿qué puedo decir? Me dolió, y aún me escuece, pero por una parte me río al pensar que acerté al decir que la novia no quiso invitarme para que no le robase protagonismo.

 

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