En mi opinión, el amor es un sentimiento más frágil y delicado de lo que pensamos. Es grande e imponente y poderoso, y quizá por eso tendemos a pensar que nada puede con él. De hecho, crecemos escuchando que el amor lo puede todo. Y no. No lo puede todo. Es más, no debería poderlo todo. Porque no elegimos a quién amamos y sería muy peligroso que de verdad ese amor que sentimos por quien tal vez no lo merezca, pudiera con todo.

En realidad, lo que ocurre es que un día estamos convencidas de que, en efecto, nuestro amor es todopoderoso, y, al siguiente, algo hace crac y lo rompe en tantos pedazos que no hay posibilidad de reconstruirlo. Cuando eso sucede ya no hay voluntad que lo eche atrás.

Me he puesto un poco filosófica porque me llevó mucho entender todo lo que acabo de soltar. Es una opinión que me he formado a raíz de sufrir el desamor más grande de mi vida. El que me tocó vivir durante el divorcio, porque mi mujer me dejó cuando tuve un accidente.

Ahora bien, quiero aclarar que, aunque al principio sí lo pensé, ahora ya no creo que mi ex sea mala persona por ello. Al contrario, ahora sé que yo habría hecho lo mismo.

Fui yo la que rompió lo que teníamos, aunque tampoco lo hice a propósito. No era consciente de cómo lo iba desgastando con mi actitud. Con la desgana, el mal carácter, las malas contestaciones. Con la forma en que me aislé de ella, con cómo llegué incluso a culparla de mi estado. Como si ella tuviese la culpa de algo que no había sido culpa de nadie.

Nadie tuvo la culpa del accidente ni del estado en el que quedé tras él. Ni siquiera yo, pero eso tampoco me eximía de mi responsabilidad emocional y afectiva para con ella. Todavía me cuesta ahondar en ello y reconocer lo mal que me porté con la mujer que más he querido en mi vida. El caso es que no lo vi hasta que la perdí. Tuvo que vaciar la casa de sus cosas y dejarme sola para que me diera cuenta de cuánto la había cagado.

Y, en cuanto lo hice, traté de poner todo de mi parte para arreglarlo. Lo que ocurre es que, tal como afirmaba al inicio de este texto, ya era tarde porque lo nuestro ya estaba roto. Mi mujer tuvo el amor propio que yo no. No cedió, porque bastante había cedido ya. No me dio más oportunidades, porque muchas me había dado ya. Porque ya era tarde.

Rectifico, mi mujer no me dejó cuando tuve un accidente. Me dejó porque pagué con ella mi dolor, frustración y todos los miedos que derivaron de ese accidente. Y, para cuando me repuse y los superé, ya no hubo nada que hacer.

 

Rosa

 

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