Ahora hace ya unos meses y me puedo reír, pero de verdad que en ese momento me pareció surrealista.
Mi (ex)novia es intensa. Muy intensa. De esas intensas que cuando le da por algo, se obsesiona con ello hasta el final y le da todo el protagonismo en su vida. Yo lo llamaba las monorachas, porque duraban un tiempo limitado y en ese tiempo, ella era monotema.
Tuvo la monoracha del ayuno intermitente, la monoracha del agua con limón, la monoracha de la jardinería, la del feng shui… y la que acabó con lo nuestro, la del tarot.
A mi las monorachas me daban igual, a ella le hacía ilusión y yo la apoyaba con ello, pero vamos, que nunca le cuestioné nada. Esa manera de ser tan apasionada fue la que hizo que me enamorase. Pero con la monoracha del tarot, me planté y empezaron los problemas.
La obsesión le viene después de que una amiga suya le haya dicho que fue a que le echasen las cartas del tarot y que se lo adivinó todo, que de hecho le pudo predecir una serie de cambios en su vida (totalmente genéricos, a mi parecer) y que le recomendaba no perderse la experiencia.
Ella fue, acompañada por su amiga, a visitar esta señora. Yo no sé lo que ocurrió en esa tirada de cartas, pero la que volvió a nuestro piso no era mi novia, era la pitonisa Reynolds.
Llegó con dos o tres collares, varios amuletos y varillas de incienso que corrió a encender por toda la casa. Me contó que había sido increíble, que era una maravilla, que esa señora tenía un don y que le había adivinado muchas cosas de su pasado y avisado de algunas del futuro, como, por ejemplo, que las malas energías que había en nuestra casa, le iban a acabar pasando factura de salud.
Yo no le eché mucha cuenta, pensé que en un par de semanas todo volvería a estar en su sitio y la ayudé a limpiar malas energías, colocar cristales y poner los amuletos. Pero me equivocaba.
Para mi sorpresa, volvió a visitar a la tarotista, y esta vez vino muy distante y con mala cara. Intenté preguntarle qué le pasaba, pero me ignoraba y seguía a la suyo. Cuando ya me puse más seria y la senté, me preguntó, muy seria, si había algo que tuviera que contarle.
Le dije que no tenía ni idea de lo que me estaba hablando, le pedí que se explicase y me dijo que en las cartas había salido que yo le estaba ocultando un secreto muy grande y que eso iba a cargarse la relación. Me reí y le dije que, claramente, era un error. Yo no le estaba ocultando nada, pero ella insistía y repetía “las cartas no mienten”.
Se pasó varios días enfadada, os juro que yo no sabía qué hacer. Cuando le pedía que parase de estar así, me decía que era muy fácil, que simplemente tenía que decirle lo que le estaba ocultando y entonces podríamos hablarlo y arreglarlo. ¡PERO ES QUE NO HABÍA NADA!
La situación cada vez era más tensa y entonces empecé a enfadarme yo, me parecía surrealista que mi novia me dejase de hablar por una milonga que le habían dicho unas cartas. Que ya éramos adultas, coño.
Pues nada, ella estuvo erre que erre hasta que le di un ultimátum. Le dije que o hacía el favor de confiar en mí y creerme cuando le decía que no le ocultaba nada, o que esta relación se terminaba. Porque era vergonzoso que después de casi tres años juntas, una completa desconocida le dijera algo así y pasase por encima de mí.
Ella me escuchó con una sonrisa desafiante y me dijo “las cartas ya me habían avisado de que ibas a hacer esto”.
Ahí estallé y le dije que la dejaba, que no podía más y que era una inmadura. Ella me acusó de mentirosa y me dijo que nuestra relación se terminaba por mi culpa, porque no quería confesar los secretos que guardaba.
Era como darse contra un muro, así que cogí cuatro cosas y me fui a casa de un amigo. Tenía la esperanza de que los días separados la hicieran reflexionar, pero fue todo lo contrario.
Me llegó por diferentes personas, la versión que ella iba contando. Resulta que yo me había ido de casa porque ella me había acorralado, pidiéndome que le contase las mentiras y secretos que le estaba ocultando. Ella les contó que me pidió de todas las maneras que por favor lo dijera y que lo afrontásemos juntas, pero yo no había querido y finalmente me fui.
No sabéis la rabia que me dio que encima fuera de víctima. Me entraron ganas de ir a la tarotista y ponerla en su sitio, pero con los días me fui dando cuenta de que no valía la pena.
Contra más tiempo pasaba en casa de mi amigo, más empecé a ver la realidad. Repasé todas las veces que ella me había arrastrado a sus mundos y como yo me dejé ningunear. Mis amistades se sintieron más liberadas y me contaron lo que realmente pensaban de ella, que básicamente era, que era una mimada inmadura que cada mes necesitaba un juguete nuevo. De repente, vi claro que nuestra relación había funcionado porque yo siempre le había dado la razón y apoyado en todo, pero a la que no lo había hecho, todo se desmoronó.
Nadie entendía como había aguantado tanto tiempo con ella, y la verdad, es que yo tampoco.
Pasaron las semanas y le escribí para decirle que iba a ir a por mis cosas. Para acabar de dejarme claro que había tomado la decisión correcta, cuando llegué me encontré todas mis cosas en cajas, preparado para que me fuera. Menos mal que ahí ya estaba mentalizada, pero podría haberme destrozado.
Volví a casa de mis padres un tiempo, hasta que encontré un piso que además estaba al lado de mi trabajo. Empecé de cero y me vino muy bien ese cambio de aires.
Cuando me acuerdo, aun me siento ridícula, pero todo va volviendo a su sitio.
Aun no me veo preparada para empezar una relación con nadie, pero sí que puedo asegurar, que esa tarotista, al final, me hizo un favor.