Yo quería mucho a mi padre.

Jamás tuve nada que reprocharle, para mí, era el mejor padre del mundo. Era tierno, cariñoso, amable, paciente, comprensivo y, en definitiva, el mejor papá. Lo tenía claro con cinco años y lo tenía claro también con veinticinco. Ahora, con treinta y cinco y, sobre todo, ahora que me falta, una parte de mí sigue pensando que me tocó uno de los mejores padres de la historia. Sin embargo, existe otra parte que piensa que tal vez estuve equivocada toda mi vida. Que tal vez la niña amada que fui le subió a un pedestal que no se merecía el hombre que era cuando falleció. Que, de alguna forma, nunca le conocí del todo. Y no descubrí sus facetas más oscuras hasta que murió.

Mi padre murió y un regalito me dejó
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Falleció de forma repentina, un ataque al corazón fulminante mientras ordenaba albaranes o lo que fuese que estuviera haciendo en el archivo de la nave de la empresa que fundó mi abuelo. Tardé días en asumir que mi papá se había ido. Sencillamente, no me lo podía creer. No podía ser su momento, era demasiado joven. Si ni siquiera se había podido jubilar. Tenía ya los sesenta y cinco, pero, aunque yo siempre le insistí en que aprovechara todo lo que tuviera para retirarse y disfrutar con mi madre, él quería esperar uno o dos años para legarme una empresa saneada, 100 % recuperada de la crisis derivada del Covid. O eso era lo que me decía a mí siempre. Y yo lo creía, por supuesto. Por eso no entendí nada cuando descubrimos el estado real de sus finanzas.

 

Mi padre murió y un regalito me dejó

 

Fue al fallecer cuando me enteré de que la empresa que le había dado de comer a mi familia durante décadas, estaba en quiebra. Mi padre debía nóminas, facturas de proveedores, préstamos y, en resumen, había acumulado una deuda tan grande, que el banco estaba a punto de quitarle el piso que llevaba años pagado. Yo no entendía nada de lo que primero me contó mi madre y después me explicó mejor el empleado de la gestoría.

Sigo sin entender por qué lo ocultó, cómo no se lo dijo ni a mi madre hasta que ya no fue posible seguir engañándola. Lo cual sucedió pocas semanas antes de morir. Mi padre llevaba años jugando y perdiendo dinero a espuertas. Llevaba una doble vida de la que nadie de su entorno sabía nada. Ahora que sé exactamente la dimensión del problema, me pregunto si fue eso lo que provocó que su corazón no pudiera más.

Mi padre murió y un regalito me dejó
Foto de Rdne Stock Project en Pexels

Yo misma, casi un año después de perderle, sigo despertándome angustiada varias veces cada noche, agobiada por la montaña de deudas que no he conseguido saldar. Ni siquiera después de vender el negocio y unos terrenos que heredé y de los que supongo que él ni se acordaba.

Creo que, objetivamente, la niña pequeña que todavía llevo dentro fue afortunada de tenerle como padre. Es la mujer que soy en la actualidad la que se siente engañada y decepcionada por el comportamiento del hombre al que me da la sensación de no haber llegado a conocer.

 

Anónimo

Relato escrito por una colaboradora basado en la historia real de una lectora.

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