Queridas amigas, estoy desesperada. Vengo a contaros mi último drama, no sé si buscando apoyo o que me abráis la mente con argumentos positivos que -ahora mismo- no soy capaz de enumerar. Acabo de dar a luz a mi hermoso -y llorón- bebé. Está siendo una etapa tan bonita como dura, seguro que os suena. En cualquier caso, a pesar del proceso de adaptación de la nueva unidad familiar, la experiencia estaba siendo llevadera.
Mi marido y yo somos autónomos, tenemos un pequeño negocio familiar del que él está tirando mientras yo me centro en la crianza durante los primeros meses de nuestro hijo. A veces, me escapo con la mochila de porteo y me paso por el local para intentar ayudar o, al menos, hacerle compañía y que podamos estar los tres juntos. Todo iba bien, con nuestros más y nuestros menos, pero bien. Bien hasta que mi suegra nos ha informado de que acaba de dejar su trabajo para venir a cuidar a mi hijo y que yo pueda incorporarme con normalidad a mi faena.
Dejó el trabajo sin consultarlo con nadie
Mi suegra tenía contrato indefinido y una antigüedad de 15 años. De un día para el otro, le pidió a su jefe renunciar a la indemnización mientras le arreglase los papeles del paro. Su jefe no lo hizo, tampoco le dio la indemnización. De esta manera, mi suegra se ha ido de su curro con una mano delante y otra detrás. Su marido, mi suegro, está de baja de larga duración por un problema físico que le impide desarrollar su trabajo, por lo que mis suegros no van sobrados de pasta. A ella le dio igual. Dejó su curro sin consultarlo con su pareja ni con nosotros, ya que su motivación principal es cuidar de nuestro hijo.
Mi marido y yo aún no hemos logrado encontrar nuestro propio ritmo ni tampoco hemos “aprendido” a ser padres, cuando de repente, sin previo aviso, mi suegra ha irrumpido en nuestra casa. En nuestra vida. Ella se califica como “canguro” a tiempo completo, vendiendo a todo su entorno de que nos está haciendo un favor.
En un principio, intenté ser comprensiva. Después de todo, la emoción de ser abuela por primera vez puede nublar la razón de cualquiera; pero al poco me di cuenta de que esto iba más allá de la simple emoción familiar: mi suegra se había vuelto loca con la llegada del nieto y no estaba dispuesta a separarse de él por nada del mundo.
No es amor, es una obsesión
Empezó madrugando tanto que me despertaba de buena mañana después de noches infernales de lactancia materna. Después nos pidió las llaves para “no molestar” y ya estaba en casa cuando amanecía de esas mismas noches infernales. A día de hoy, pasa la gran mayoría de las noches infernales con nosotros ocupando la habitación del bebé.
La lactancia se nos está dando regulera y ella aprovecha cada segundo de su existencia para intentar convencerme de que la abandone: “El niño no come”, “El niño está bajo de peso”, “El niño duerme mal porque tiene hambre”, “El niño te usa de chupete”, “El niño se tiene que acostumbrar a otros brazos que no sean los tuyos” (ofreciendo los suyos) y me está mermando psicológicamente. También opina sobre el desorden y la limpieza, aunque ella colabore en ensuciar sin ayudar. Solo le importan las necesidades del bebé y su entorno.
Además, espera a que te des la vuelta para hacer de las suyas. En una ocasión, dejé al bebé durmiendo en la cuna y corrí a darme una ducha. Al salir, mi suegra lo había metido en el carro y fue a pasear por el barrio para presumir de nieto. Casi me da un infarto al no encontrar a mi hijo en su cuna: “Se despertó y me lo llevé para que pudieses ducharte tranquila”, se excusó. Pero tengo el oído muy fino y estoy segura de que el niño no se había despertado.
Y aquí estoy. Escribiéndoos a vosotras mi surrealista realidad con mi suegra tendiendo la lavadora de ropa de bebé en la terraza. Va por la casa tarareando nanas y, si sueltas al bebé, sus manos tienen un imán para quitártelo mientras me recuerda que la casa está hecha un asco y que ya es hora de que me ponga a trabajar al mes de dar a luz.
Anónimo
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