La primera vez que me topé con este vecino por el barrio y me dijo algo no le entendí bien. Pensé que igual me conocía de verme por allí y me había saludado, o que había hecho algún comentario sobre mi perra y no le di importancia. Sin embargo, todas las mañanas a eso de las nueve, cuando yo bajaba a dar el paseo, me decía alguna burrada que no me voy a molestar en reproducir porque sólo de acordarme me dan ganas de vomitar o me silbaba, siempre acercándose a mí más de la cuenta. Daba igual que la terraza del bar de al lado estuviera llena de gente, daba igual que yo le increpase en voz bien alta y que le pusiera de baboso para arriba, él se limitaba a reírse por lo bajo y murmurar cualquier soplapollez que yo no alcanzaba a oír. Casualmente cuando iba con su mujer se callaba y se limitaba a lanzarme una miradita cómplice a la que yo respondía con la mayor de las caras de asco, porque de verdad que este individuo me causaba náuseas. En alguna ocasión me sentí tentada de increparle delante de su mujer, pero, ¿para qué? No sería el primer ni último caso en que la víctima hubiera quedado como una loca, o en el que la mujer se hubiera puesto de su parte, bien encubriéndole, bien defendiendo que es que a día de hoy no se nos puede decir nada y que un piropo no le hace daño a nadie. Porque sí, queridas, aún quedan muchas mujeres cuyas ideas se han quedado estancadas en el siglo XIV.

Llevaba unos días sin coincidir con él, pues había empezado a salir un poco más tarde por las mañanas, y por una parte me alegraba, pero por otra…por otra estaba deseando volver a echármele a la cara y que me diera motivos para montarle alguna.

Y lo hizo, ya lo creo que lo hizo.

Esa mañana mi perra hizo caca en un alcorque con tierra que hay junto a la terraza del bar por donde solía encontrarme a este individuo, y dicho alcorque está separado del resto de la acera por un pequeño arbusto, con lo cual para recoger la caca tenía que entrar al ‘’recinto’’ y luego salir para continuar mi camino. Le vi de lejos, me miró con esa cara de puto baboso y pensé ‘’esta es la mía’’. No era la primera vez que se acercaba más de la cuenta a mí al salir del alcorque con el pretexto de esquivar las mesas del bar, y sabía de sobra que esa vez no iba a ser una excepción, así que aproveché la ocasión: recogí la caca de mi perra, que para colmo ese día estaba un pelín suelta, me demoré lo justo para asegurarme de coincidir con él, y según fue a acercarse a mí, ¡PLAS! ¡Pastel de chocolate recién hecho en el abrigo del puto acosador! Se apartó de mí como si la que oliese a caca fuera yo o algo, para colmo fue a limpiarse con la mano por puro instinto y bueno, os podéis imaginar…Todavía tuve cuajo suficiente mientras me partía de risa de pedirle perdón delante de todo el mundo y de decirle que jope, que es que no había visto que estuviera tan cerca.

Hubo gente del bar que se levantó a ofrecerle pañuelos, gel hidroalcohólico y demás, que también ya les vale, cuando le veían acosarme delante de sus narices nunca vinieron a sacarme del apuro (y sí, era la gente de siempre porque es un bar de barrio en el que siempre están los mismos parroquianos), pero él se fue echando leches y maldiciendo de lo lindo.

 

Desde entonces no ha vuelto a decirme nada, siempre que me ve me esquiva y si nos cruzamos para lo más lejos posible de mí. Jope, ni que oliese yo mal o algo.

 

Anónimo

 

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