UN VESTIDO DE NOVIA, UN DRAMA FAMILIAR Y EL VESTIDO

Sea dicho por delante que se que mis padres siempre lo hacen todo pensando en por y para nosotros: mis hermanos y yo. Siempre están dispuestos a ayudarnos en todo lo que buenamente puedan, pero a veces creo que no saben cómo hacerlo.

Para ellos, solo hay una forma de hacer las cosas: la suya. Y esa costumbre a veces nos crea problemas o dramas familiares como el que os voy a contar.

Se acercaba la fecha de mi boda, y teníamos una ilusión terrible por comprar EL vestido. Ese que llevaba imaginando en mi cabeza desde que tenia 5 o 6 añitos. Poco me imaginaba yo que se iba a desatar la tercera guerra mundial por culpa de aquel vestido.

Fuimos a la tienda mi madre, mi tía (que en personalidad es una copia de mi madre) y yo. Entramos, pasamos a mirar varios de los que tenían en la sala y empezamos a comentar. Era un outlet, así que las opciones eran limitadas a lo que hubiera ahí en ese momento.

Yo tenía una idea muy clara de lo que quería y, sobre todo, de lo que no quería. Estaba abierta a probarme cosas que no me había imaginado, dentro de unos límites.

Sobre todo, no quería que tuviera encajes ni puntillas. No lo quería de palabra de honor. No quería una espalda de esas con botones minúsculos que te llevan tres años abrochar. Por lo demás, estaba dispuesta a probar de todo.

¿El problema? Aquellas tres cosas hacían el vestido ideal para mi madre.

Me probé varios vestidos que ni fu ni fa, y cuando estaba ya preparada para irnos, mi madre me pidió que me probase uno que le había gustado a ella. Por supuesto, de encaje de arriba a abajo, de palabra de honor y abotonado. Según me lo vi puesto me eché a reír. Aquello era mi antivestido. Todo lo que odiaba estaba materializado en mi cuerpo pretendiendo ser un vestido que me iba a hacer feliz. Abrí la cortina del probador para enseñarles a mi madre y a mi tía lo horroroso que era, pero no me dio tiempo. Según lo vieron, se echaron las dos a llorar emocionadas. Como en las películas. Las dos llorando como magdalenas diciendo lo preciosa que estaba, y que ese era EL VESTIDO.

Me puse seria y les dije que ni de broma. Que ni aunque me pagaran llevaba ese vestido. Pero como quien oye llover.

Se acercó a la dependienta y le dijo “nos lo llevamos”. Le repliqué varias veces que no, que odiaba ese vestido con todas mis fuerzas, que ni de coña era mi vestido. Pero no hubo manera. La dependienta me preguntó si estaba convencida y le dije que no, que no lo quería, pero mi madre la calló diciendo “es que esta hija siempre igual, no sabe lo que quiere. Nos lo llevamos”.

Y con las mismas pagó y nos marchamos.

Cuando llegué a casa me puse a llorar, y creo que estuve como dos horas llorando sin parar.

Un día, estando toda su familia en casa cenando, volvió a salir el tema del vestido. Volví a decir que no me gustaba, y me volvió a callar diciendo “es que esta hija no sabe ni lo que quiere. Siempre cambiando de opinión. El vestido dijo que le gustaba, le queda bien, se lo va a poner y punto. Luego me lo agradecerá”.

Ahí ya estallé y me puse a llorar. Le dije que con ese vestido no me casaba. Antes me casaba en pijama o cancelaba todo.

Y se desató la guerra.

Todos gritándose a todos, yo llorando, mi madre llorando, mi abuela llorando, mi tía llorando…hasta que mi tío salió en mi defensa por encima de todos.

“¿Vamos a ver, realmente dijo que le gustaba y ha cambiado de opinión, o has hecho lo que te ha dado la puta gana sin escuchar a nadie, como siempre?”.

Parece que con semejante bramido la mujer pareció entender.  Esa noche vino a mi habitación y me dijo que al día siguiente iríamos a cambiarlo.

Y así fue. Al día siguiente fuimos a la tienda, y pedimos cambiar el vestido.

El indicado lo compré meses más tarde en otra tienda. Tampoco era lo que me había imaginado desde niña, pero oye, parece que fue diseñado 100% por y para mí.

Andrea M.