Soy madre de dos niños de nueve y doce años de edad y hace unos cinco años que me divorcié de su padre. Nuestro matrimonio fue tan difícil, que el proceso de separación y divorcio fue lo de menos. Resultó un consuelo verme aliviada de la relación con él. La de pareja, claro, porque la de padres de nuestros hijos estará ahí toda la vida. La parte buena de que él como padre deje bastante que desear, es que no tenemos demasiado contacto. Me pasa la pensión que estipuló la jueza y viene a buscar y a traer de nuevo a los niños, muy de vez en cuando y casi sin preaviso, pero puntual y sin incidencias de gravedad.

Por otro lado, con ellos se comporta pues… como siempre ha sido. Así que, como a estas alturas no creo que vaya a ser capaz de transformarlo en un padre mejor y los niños están acostumbrados, me doy con un canto en los dientes.

Total, que ahora mismo estoy en un momento relativamente bueno a nivel existencial. Supongo que he estado mejor, pero no es menos cierto que también he estado mucho peor. No es un momento malo, aunque no lo disfruto porque tengo, digamos, carencias que cubrir. Quiero cosas que no puedo, quiero sentirme mujer, además de madre. Quiero hacer cosas al margen de la casa y el trabajo, quiero tener relaciones más allá de las de amistad y las familiares. Y no hay manera, porque mis hijos no me dejan rehacer mi vida. No quiero decir con esto que necesite tener pareja para sentir que he rehecho mi vida. No es eso. Ni tampoco que me arrepienta de haber tenido a mis niños ni que me sobren ni nada parecido.

 

Mis hijos no me dejan rehacer mi vida

 

Solo me gustaría que comprendieran que, aunque los amo con toda mi alma, soy algo más que su madre. Que soy una persona con necesidades, básicas y no tan básicas. Que me apetece enamorarme, sentirme querida y vivir una relación de pareja sana y normal. Y que, con lo difícil que eso es ya de por sí, lo que menos necesito es su boicot. Porque mis chavales me están boicoteando, no hay otra forma de definirlo. Tienen todo un manual de técnicas para acabar con la posibilidad de que el amor llame a mi puerta y yo le deje pasar.

Reventaron el único amago de relación que he tenido a base de putear al pobre hombre que se atrevió a conocerlos. No hicieron falta más que un puñado de encuentros desastrosos para que el tío pusiera pies en polvorosa. Me dijo que no estaba preparado para asumir la responsabilidad de salir con alguien que tuviera hijos.

Seguramente, para lo que no estaba preparado era para aguantar a los monstruitos en los que se convertían cuando estaban con él. En lugares públicos, bien ventilados, con amplias salidas y nunca por más de media horita. Es que ni yo los reconocía en aquellos salvajes maleducados. La madre que los parió.

Me voy a pensar muy mucho volver a presentarles a alguien. Si es que acaso vuelvo a tener la oportunidad. Porque de un tiempo a estar parte, me boicotean toda vida social. Ya sean citas Tinder o un café con las amigas. Como tengan la más mínima sospecha, boicot al canto. El mayor es todo un experto y se alía con su hermano. Me dicen que alguno se encuentra mal. Me llaman del fútbol porque les duele mucho un tobillo. Se niegan a quedarse con los abuelos porque en su casa hay fantasmas. Me llama el padre para que los vaya a buscar porque se la están liando y no logra hacerse con ellos… Tienen un repertorio infinito de mierdas con las que conseguir que no salga de casa.

 

Mis hijos no me dejan rehacer mi vida

 

En fin, que yo no voy a cejar en mi empeño de separar mi faceta de madre de la de mujer con ganas de conocer a alguien. Y ellos tendrán que asumirlo. O aburrirse de estar tan pendientes. O crecer, hacerse adultos y preocuparse más de su vida que de la mía. Lo que ocurra antes.

 

Nerea

 

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