No eres tú, no soy yo. Es el posparto.

 

No quiero fotos contigo, dejé de buscarte en medio de las sábanas para acariciarte por la noche y empecé a huirte al encontrarme contigo por las esquinas de la casa. Te frunzo el ceño si me lanzas un piropo o me molesto si me tocas, parece que haya dejado de quererte. Respiras y me molesta, cualquier cosa que hagas está mal y me enfado tanto…

Te quejas de que no parecemos novios, de que ha desaparecido la libido, el deseo y las ganas. Y lo cierto es que no sé cómo actuar contigo, no me sale quererte de la manera que lo hacía antes. También quizá tenga que ver con que he dejado de reconocerme cada vez que me miro al espejo o cada vez que salgo de manera fugaz, de segundo plano, en una foto con el peque. Quizá tenga que ver con que he perdido mi identidad, no sé quién soy ya más allá de una teta que alimenta y da consuelo, una madre que está 24 horas para el bebé. Y he dejado de quererme, o no lo sé, no tengo casi tiempo para el amor propio o trabajar en él.

Ahora hay algo más importante para mí, toda mi energía está centrada en alguien que no eres tú y me cuesta a veces que entres en la ecuación.

A veces sólo quiero encerrarme en una burbuja con mi hijo, ni siquiera quiero que estés cerca o que le toques. Sobras. Es un mundo entre nosotros dos, ese mundo que teníamos antes cuando estaba dentro de mí. Y si interviene alguien se rompe esa magia, aunque sea papá quien lo haga.

Sólo hay lugar a los encontronazos en los pocos momentos que el niño duerme, y nada es fácil.

Y no lo entiendes, créeme que ni yo lo entiendo. ¿Dónde quedaron esas palabras bonitas al salir del hospital? Esas donde nos prometíamos cariño y paciencia, algo que parece que las horas de sueño que nos faltan y las hormonas se han llevado consigo, que han arrasado con nosotros como si hubiese pasado un huracán y lo hubiese destrozado todo.

“Siento que esto no funciona”

“Deberíamos dejarlo”

Y podríamos haberlo dejado y haber vuelto mil veces, o quizás haber dejado directamente la relación. Buscar tú a otra que te diese todo lo que en ese momento tan complicado podía darte, buscar el camino fácil. Pero al final le echábamos paciencia y entendíamos que teníamos que ser más fuertes que lo que estábamos viviendo, que teníamos que hacer equipo como fuese.

Y nuestro hijo reía en medio de todo ese caos y entendíamos de nuevo que merecíamos ser felices, que todo se nos pasaba. Un mínimo gesto que nos hacía volver a poner los pies en la realidad y que nos obligaba a sonreír con él, juntos. Haciendo familia de nuevo, encontrando un nuevo papel como pareja. Adaptándonos a nuestra nueva vida, entendiendo que la relación que antes era de dos ahora se había transformado en una de tres. Y volviendo a construir, con otros cimientos, algo que simplemente había que rediseñar con las mismas piezas a la que ahora, se unía otra muy pequeñita y especial.

Nuestra cima.

 

Whirlwind