No me gustaban los gatos, y ahora no puedo vivir sin él.

 

Yo tenía un prejuicio, y los pobrecitos gatos eran quienes cargaban con él.

Nah, mentira, los gatos seguían siendo igual de preciosos como ellos son. Mi opinión no iba a cambiar sus vidas ni mucho menos, pero la opinión de muchos quizás sí, y me temo que son muchos con los mismos prejuicios que tenía yo.

Que los gatos eran seres egoístas, decía yo (sin haber convivido con un gato en mi vida), solitarios, interesados, y que si se te acercaban a acariciarte era en realidad para acariciarse a sí mismos con tu pierna.

Porque así vamos a veces por la vida, repitiendo lo que oímos, haciéndolo nuestro sin parar tan siquiera a pensarlo, mucho menos a vivirlo.

Tampoco era que los odiase a muerte ni mucho menos, pero ellos que vivieran su vida y yo la mía, unos lejos de la otra, que si yo algún día tenía una mascota, sería un perro sin duda.

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Pero ese día llegó, y no, no fue un perro al que adopté.

Tras algún tiempo aprendiendo a estar sola, cuando empezaba a sentirme cómoda así, conmigo misma, cuando el salir a disfrutar de una buena hamburguesa en una terraza preciosa sin más compañía que la mía dejó de parecerme algo raro, cuando comencé a bailar frente al espejo…

Vi la publicación de una protectora de animales en la que buscaban hogar para cuatro gatitos bebés, y me planteé, por primera vez y sin saber ni siquiera por qué, el adoptar un gato.

Apenas unos pocos meses después (porque la idea no se me fue de la cabeza, y mucho menos del corazón), tenía una pantera en miniatura revolviéndome la casa, los prejuicios y la vida; desordenando, para que yo pudiera reordenar.

Alguna vez leí que a quienes no les gustan los gatos, son personas que no saben amar si no es desde el apego, y yo sé que lo de generalizar está mal (porque otra vez caemos en lo de los prejuicios), pero es que en mi caso, era cierto: Para mí, no había amor sin apego, y, más que querer a alguien a quien amar, yo quería -y buscaba- alguien para que me amase, casi que daba igual quien fuese. Y está claro que todos queremos que nos amen como nosotros amamos, pero es que lo mío iba de llenar un vacío con el amor de pareja, y oye, además de que nadie tiene por qué cargar con esa responsabilidad, ni el amor ni las relaciones en general van de llenar vacíos, sino de compartir de lo que nosotros estamos llenos.

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Ahora veo a mi gato -criatura preciosa y elegante, dejadme deciros-, y no podría estar más agradecida por todo lo que me está enseñando.

Los gatos realmente no nos necesitan (pueden cazar ellos mismos su comida, trepan y se divierten ellos solos…), y aún así, nos eligen. De mi maravilloso gato he aprendido que una puede ir acompañada en el camino sin tener que estar pegada a alguien; que la necesidad no tiene que ver con el amor sino con conflictos interiores que tenemos que resolver por nosotros mismos primero, y que además el amor con lo que sí tiene que ver es con cuidar, alegrarse por y con el otro, estar sin invadir, dejar ser; que el silencio es algo maravilloso también y que no hay por qué estarlo llenando con palabras/conversaciones vacías.

¿Y cómo ha podido enseñarme todo esto un gato?, os preguntaréis.

Bueno, cuando he tenido un mal día, él ha venido a darme mimos; cuando llego a casa, es él el primero en esperarme detrás de la puerta, moviendo la cola por la felicidad; a veces, yo estoy en el sofá viendo una película y él está acostado al otro lado, en el reposabrazos, simplemente estando; me enfermé gravemente durante la navidad pasada y él estuvo conmigo en la cama durante los diez días que no tuve fuerzas para levantarme; cuando él quiere jugar y yo estoy ocupada, se busca la vida, y cuando yo quiero estar en la terraza y él no, entra a casa y sin dramas, cada uno a lo suyo.

Ay… es que la soledad y el silencio sólo nos aterran cuando no hemos aprendido a querernos lo suficiente. Que no está mal el querer estar acompañados, ¿eh?, lo que está mal es querer estarlo por no saber estar solos.

Las relaciones sanas no pueden estar basadas en la codependencia sino en un compromiso (y no hablo de firmar un papel, sino de un compromiso afectivo) que se elige libremente.

 

Lady Sparrow