Cuando tenía 9 años le dije a mi madre que no veía bien las letras. Ella se pensó que estaba bromeando o que sería una exageración, pero cuando fui al óptico me dijo que tenía miopía.

A medida que fui sumando años en el historial, también sumé dioptrías. Ahora rozando la treintena tengo casi diez dioptrías en cada ojo y cada mañana cuando me despierto el mundo es una mancha borrosa para mí. Me pongo mis gafas de culo de vaso y todo se vuelve claro.

Los que no son miopes siempre se ríen. Se ponen mis gafas y me dicen que soy un topo y que no veo tres en un burro. Yo les digo que mejor ser miope visual que emocional.

Un miope visual se puede tropezar con las zapatillas de andar por casa a las 7 de la mañana, pero un miope emocional siempre se va a tropezar con sus sentimientos. Este es el caso de Luis, mi ex–algo.

Luis no entendía que yo llorase cuando veía un gatito abandonado. Se reía de mí por emocionarme con las películas de Disney. “Son solo dibujos animados”, decía. Tampoco comprendía muy bien los trastornos mentales. “¿Cómo puede tener alguien depresión? Eso es ser un flojo.”. Luis era un capullo.

Lo peor de Luis es que me absorbió como un huracán y dejé mis emociones por el camino. Bueno, mejor dicho, aprendí a ocultarlas bien. Intenté ser fría o “pragmática”, que es lo que le gustaba decir a él.

Me repetía una y otra vez que llorar era malo, que no tenía por qué hacerlo, que podía ser fuerte. Ay, qué boba fui.

Un buen día me desperté por la mañana y pese a lo borroso que me resultaba todo, vi las cosas claras. No quería más miopes emocionales en mi vida.

Hablé con Luis para cortar la relación y sorprendentemente lloró, pero después empezó a descojonarse. Estaba perplejo por haber mostrado sentimientos. Tal era su asombro que le provocó risa haber llorado. Cuando se empezó a reír yo lloré más y en ese momento su cara cambió. Empezó a sonreír y me dijo que vale, que podría superarlo, que no era para tanto.  Yo le pregunté que qué pensaba y él me dijo que nada. Yo le pregunté que qué sentía y la respuesta fue la misma.

Algún día yo me armaré de valor y me operaré la vista para poder guardar las gafas en un cajón, pero Luis nunca entenderá por qué lloramos los que nos emocionamos con la vida. Siento compasión, de verdad que sí.

 

Anónimo