No soy madre, así que no voy a hablar de la maternidad, ni a darle consejos a nadie sobre cómo criar a sus hij@s (sería de traca ¿verdad?). Es una realidad que conozco a través de otras mujeres a las que admiro mucho pero, como no la he vivido en primera persona, no me veo capacitada para hacer juicios sobre el tema (¡ni falta que hace!). Eso sí, aunque no sea madre yo también tengo cargas de persona adulta. Estoy agotada de eso de «claro, como no eres madre…» y de que se me exija ser ultra empática con todo esto porque claro «tengo una vida más fácil».

Yo también tengo unos padres que se hacen mayores, de los que tengo que estar pendiente, acompañar a médicos y cruzar los dedos porque no haya malas noticias en cada revisión de lo que sea. Y, precisamente por no ser madre, suele darse por hecho que tengo más tiempo y me toca dar la cara en estos temas (y en otros más chorras)… que  lo hago de muy buena gana pero esa certeza siempre estará ahí y, según vayamos cumpliendo años, la dependencia será cada vez mayor.

Yo también tengo un trabajo que me trae por el camino de la amargura porque, aunque me guste mucho lo que hago, soy precaria a tope (como muchas y muchos) y estoy constantemente en economía de guerra, contando el céntimo y haciendo virguerías para poder pagar la factura de la luz. Y también tengo (y tendré) jefes y jefas que me piden las cosas para ayer sin plantearse mi situación vital.

Yo también tengo quebraderos de cabeza que consiguen mantenerme despierta hasta bien entrada la madrugada y vulnerabilidades de las que no me avergüenzo pero que me bloquean en determinados momentos. También sufro por mis cosas, que igual no son las mismas que las de una madre, pero no por ello tienen que tener menos importancia.

Yo también tengo una casa que «atender» (afortunadamente somos dos para «atenderla»). Y también tengo que poner lavadoras, limpiar el polvo y tener más o menos llena la nevera.

Yo también tengo una pareja que se puede poner enferma (toco madera) y necesitar cuidados. Y exactamente igual a la inversa: yo misma me puedo poner enferma y necesitar cuidados.

Yo también estoy pendiente de la crianza de mi sobrina real y de mis sobris postizos (hijos e hijas de mis colegas y demás familia). Que está claro que no soy su madre y eso resta barritas de preocupación/dedicación a la ecuación pero sí que proyecto mis miedos e intento ser constructiva de alguna manera en su educación.

Básicamente yo también tengo responsabilidades y además tengo una perra que, aunque no sea lo mismo que tener descendencia humana, necesita atención y que me organice la vida alrededor de ella porque es un ser totalmente dependiente de mi persona.

Y sí, el hecho de no ser madre me facilita la vida en algunas cosas. Podría viajar sin tener que estar pendiente de nadie, pero no lo hago porque desgraciadamente no tengo euros para invertir en ello. Podría ir al cine o a un concierto cualquier día de la semana y de hecho eso sí que lo hago, pero no sin antes planificarme como cualquier persona con responsabilidades. Pero nadie más que yo sabe lo que se esconde detrás de mi vida sin hijxs y hay cargas que seguimos adquiriendo solo por ser mujeres. 

Quizás lo mejor sea dejar de juzgarnos y apoyarnos entre nosotras: las madres no tenéis que ser súper heroínas que podáis con absolutamente todo y las no madres no somos ni unas egoístas ni tenemos una vida de ensueño por el simple hecho de no tener prole. Como en absolutamente cualquier cosa, habrá de todo en la viña del señor. Todas tenemos nuestras cosiñas y hacemos frente a ellas como podemos. Lo ideal sería seguir luchando juntas por una conciliación laboral real y por unos cuidados igualitarios, seamos o no seamos madres.