Soy probablemente la persona que más indaga en su propio cerebro de este mundo. Siempre me estoy preguntando el porqué hago lo que hago, el porqué pienso lo que pienso, el por qué me gusta lo que me gusta y el por qué me desagrada lo que me desagrada. Eso me lleva a cuestionarme todos y cada uno de los aspectos de mi vida y últimamente estoy muy pensativa respecto al tema del amor romántico.

Poniendo las cartas sobre la mesa, nunca he tenido pareja, nunca he practicado sexo y llevo dos años sin mantener ningún tipo de contacto afectivo con nadie. Y lo que ahora empieza a resultarme un dato como cualquier otro, hasta hace bien poco era una pesada y molesta cruz.

Nací y crecí en un ambiente heteropatriarcal. No di mi primer beso hasta los 17 años, por lo que me pasé la mayor parte de mi adolescencia acomplejada por todo este tema, lo cual no solo afectó a mi autoestima, sino que a demás me creó unas expectativas totalmente distintas sobre lo que debía esperar del amor, del sexo opuesto y de la vida en general. Además, y ahora que lo miro con perspectiva, tengo la sensación de que más de una vez me forcé a que me gustara alguien para simplemente poder tener a quien considerar un “crush” y no sentir que estaba fracasando en replicar el modelo de vida en el que me había criado. Recuerdo cómo con mis amigas nos consolábamos unas a las otras recordándonos que éramos bellas y especiales a nuestra manera y siempre concluíamos con la mítica frase de “algún día llegará el adecuado”, mientras nos deprimíamos por la gran desgracia que era no tener a alguien con quien intercambiar saliva y hacernos mimos. Con el tiempo vi que el esperado “adecuado” no llegaba y empecé a plantearme el hecho de que fuera debido a mi persona: quizá era fea, o aburrida, o no lo suficientemente femenina, o demasiado cerrada, o demasiado inmadura; quizá no era merecedora de encontrar a alguien que me quisiera. Me sumí en ese pensamiento de “no voy a encontrar a nadie hasta que no haya mejorado y cambiado” y empecé a perseguir una meta absurda donde el objetivo era crear una yo mejor, no para mi satisfacción, sino para la de un tercero que ni siquiera existía, obteniendo como premio el privilegio de poder sentirme deseada por alguien y por lo tanto poder considerarme apta para esta sociedad y dejar de etiquetarme como “pringada”. Aún así no conseguía comerme una rosquilla y a pesar de las varias oportunidades que pasaron delante de mis narices seguía esperando algo y me temo que ni yo misma sabía el qué. Entré entonces en ese bucle donde la conclusión final siempre era “quien es pringada lo es para siempre” y perdí todo atisbo de autoestima que quedaba en mí. Pero fue finalmente en uno de esos días en los que te estás arreglando delante del espejo y te ves preciosa y te sientes empoderada y fuerte que me di cuenta de que realmente era alguien espectacular, que mi yo pre-adolescente tendría los ojos como platos al verme y que estaría orgullosa de saber hasta donde he llegado y todo lo que he conseguido, y no logré comprender porqué no conseguía ese amor que yo quería. Y fue precisamente en ese instante donde me di cuenta de algo.

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Quizás todo lo que vaya a decir resulte obvio para muchos, pero sea una obviedad o no, creo que nos falta aplicárnoslo (y mucho). Vivimos obsesionados con que un acontecimiento que debe pasar en nuestras vidas sí o sí es el encontrar a un individuo como acompañante de nuestra existencia, con el cual llegará la felicidad (y tristemente en muchos casos la auto-aceptación y el amor por uno mismo), y creo que la realidad dista mucho de parecerse a lo descrito. Creamos en nuestros cerebros un futuro basado en una plantilla que proviene de la tradición familiar y social donde encontramos, entre otras muchas casillas, la de “deposite su media naranja aquí” y pocas veces se nos ocurre dejarla vacía. Y es que, admitámoslo, todos damos un respingo cuando nos imaginamos a nuestro yo del futuro con 40 años, soltero y durmiendo solo en una cama.

No serán pocas las veces que he oído la frase de “me he descargado Tinder para conocer a alguien” (servidora también la ha formulado en varias ocasiones) y no, no refiriéndose a solo sexo, sino a “algo más”. ¿No os pasa que si lo analizáis detenidamente veis el poco sentido que tiene? Puedo entender el deseo sexual, pero plantearse buscar a alguien con la clara intención de encontrar a quien poderle poner el collarín de “pareja” me sugiere muchas cosas y no precisamente bonitas.

El amor, la atracción, la química, es algo que surge y que se encuentra, no que se busca como quien va a la nevera al volver a casa de fiesta. Considerarlo una necesidad o un must-have me parece poco sano y dañino y puede conseguir que uno acabe viviendo un modelo de vida que no le corresponde. A demás, termina siendo el ejemplo que siguen las futuras generaciones, donde quien no liga es porque algo malo tiene y pocas veces se piensa de que quizás no eres tú el que no encaja, sino que estás intentando meter una pieza en una parte del puzzle que no debes.

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Que sí, que puedes desear una pareja y quererte mucho y todo lo que queráis, pero yo he venido aquí a desmontar sistemas, y no solo los que no nos gustan, sino también aquellos que nos gustan, y mucho. Estoy cansada de ver cómo se perpetúa un sistema de vida heterosexual, monógamo y encima romántico, y que solo se habla de la soltería como un estado puntual y siempre a través de una lista que ilustra sus ventajas. Porque sí, a todos nos encanta dar el sermón de “ser soltero no tiene nada de malo, no todo el mundo encuentra a alguien en esta vida” mientras vamos del bracito de nuestra pareja y no nos aplicamos el cuento.

La yo que se encontraba delante del espejo ese maravilloso día comprendió que era muy probable que nunca hubiese estado interesada en el amor romántico como un objetivo sincero, no porque sea a-romántica (porque no solo soy, comprobado), sino porque realmente mi cerebro siempre ha mirando con más ilusión otras metas. Que la obsesión que había tenido hasta el momento por encontrar a alguien mayoritariamente formaba parte de la necesidad de encajar, de no sentirme diferente y de ser querida mientras alguien perdía el culo por mi para así sentirme validada, deseada y poderosa. Y así fue como comprendí también que el poder y la autosatisfacción vienen de otros ámbitos más grandes, complejos e importantes que el amor romántico. Tengo una vida demasiada ocupada como para buscar a alguien que termine de saturarme del todo. Mis ansias de pareja son un reflejo de mis inseguridades y de lo mucho que me importa lo que piensen los demás de mi más que de mis deseos, y aquí es cuando todo este tema empieza a ser un problema.

¿Comporta todo esto que no vaya a encontrar nunca a nadie? No, porque quizás llegará el día en el que conozca a alguien y me enamore y casualmente sea correspondida. Pero tampoco significa que vaya a hacerlo. Quedarme sentada esperando o buscar activamente son dos opciones lamentables. ¿Significa eso que no vaya a tener días de bajón, días en los que sienta que soy un trozo de mierda y lo relacione con mi soltería? Sí, porque eso es lo que sucede cuando has sido coaccionado desde tu más tierna infancia, que las malas costumbres nunca te dejan.

Con todo esto mi intención era explicar que en este mundo no existe una elección normal y otra anormal. Cada elección se adapta a cada persona y no serás menos por tener pareja o por no tenerla. Lo que pretendo es que las personas empecemos a cuestionar el porqué de nuestras decisiones, arrojar un poco de luz sobre aquellos están perdidos y se sienten incomprendidos y, sobre todo, difundir un mensaje de amor propio propiciado por uno mismo y no por factores o personas externas. El mundo va más allá de todo esto, tenemos un sinfín de posibilidades por delante y existen miles de formas de amar y querer que no tienen nada que ver con el amor romántico y que, si bien no llenan del mismo modo, al fin y al cabo, llenan.

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Anónimo