Os juro que si la carrera universitaria de delator de mentiras existiese, yo la hubiera cursado sin lugar a dudas.

Odio la mentira. No las mentirijillas piadosas que pueden sacarte de algún que otro apuro y de las que yo también he tirado alguna que otra vez, sino las mentiras porque sí, esas que no llevan a ninguna parte. Sólo a aumentar el ego de quien las cuenta.

Pongo ejemplos a ver si así me entendéis mejor: 

1.- Clase de crossfit. 4 de la tarde del mes de Agosto. Entre el calor y la comida aún en la faringe, a mis ganas de hacer deporte ni se les ve, ni se les espera. El profesor indica repeticiones y número de series: 15 front squat (sentadillas de toda la life), 100 saltos a la cuerda, 10 deadlift (peso muerto) y 15 Russian twist. 5 series de todo.

Ok, empezamos.

Y de repente veo a alguien que a mi parecer va mucho más rápido de lo que yo, toda una inexperta en la materia, considero que debería ir. Y es entonces cuando la detectora de mentiras aflora y soy capaz de perder mi tiempo para contar sus repeticiones.

¡Efectivamente! ¡Cómo no va a ir rápido, si se ha dejado sin hacer 5 sentadillas, 40 saltos de cuerda y 7 Russian twist!

Y me tengo que morder la lengua… cuando lo único que me gustaría es sacar de mi mochila un silbato, un megáfono, y empezar a gritar que un nuevo mentiroso ha sido detectado en mi sistema y que queda expulsado de la clase hasta que haya hecho el cursillo acelerado de verdadosos.

Como cuando te retiran los puntos del carnet por ir piripi, que tienes que hacer un cursillo para que te lo devuelvan.

2.- Esa amiga que de corporalidad es más o menos parecida a ti (Kg arriba, Kg abajo…) y que tras irse de compras te indica que se ha comprado algo monísimo y baratísimo y que deberías ir a mirártelo porque es una oportunidad tremenda.

Y allí que vas, con toda tu ilusión para después recoger los pedacitos que quedan de ella cuando ves que la talla más grande es 4 menos que la tuya.

Entonces llamas a tu amiga, quien te suelta un “pues a mí sí me ha servido y me queda monísimo”. 

Ahí atacaría de nuevo, sacaría un banderín rojo por el auricular de su teléfono y lo ondearía enérgicamente para que todo el mundo en ese momento supiera que esa persona que habla tan alegremente acaba de soltar una mentira descomunal.

¡No amiga! ¡Es imposible que esto te quede genial, porque tanto tú como yo dejamos de llevar la talla 38 mucho antes de nuestra primera comunión!

3.- Persona totalmente sedentaria que de la nada decide iniciarse en el running y, cómo no, compartir en Instagram cada pantallazo de la App de registro que se ha descargado. 

Primero, no me interesan los Km que corres cada día José Ramón. Y segundo, querido amigo, es imposible que si empezaste a correr ayer y tu peso supera con creces los 100 kg, hayas corrido en tu segundo día a una velocidad de 3:05 min por Km. Porque que yo sepa, no eres primo de Rayo McQueen.

Que me parece genial que hagas deporte, que quieras superarte y llevar un modo de vida más sano. Pero no mientas, no mientas José Ramón, que hablo con Mark Zuckerberg y te cancelamos la cuenta en un momentito.

Así que como veis, amigas, estamos rodeadas de mentirosos, y yo harta de ellos. Así que en vista de que el Ministerio de Educación no tiene en mente poner en funcionamiento una formación relacionada con la caza de mentirosos, sed buenas y no como José Ramón. Decid la verdad, que no cuesta nada y estaremos orgullosas de vosotras igualmente.

 

@maripluff