Llevaba cuatro años trabajando en mi empresa, no era el trabajo de mis sueños, pero estaba a gusto, el horario era aceptable y el sueldo estaba bien. Era feliz, sin más. Ya conocía a todo el mundo, teníamos nuestros grupillos y, a raíz de una cena de empresa que se vino arriba, cometí lo que hora veo que fue la primera piedra del camino hacia el desastre: me hice amiga de mi jefe. 

Mi jefe era un hombre serio, cincuentón, todos le tenían respeto y algunos un poco de miedo. Nunca dijo una palabra mala ni alzó la voz, pero era serio. En esa cena de empresa se mostró más cercano, estaba allí con su mujer y ella era muy amigable, se nos acercó a todos riendo y preguntando anécdotas del trabajo. Ahí le vimos a él medio feliz medio avergonzado y la situación fue muy divertida. La cuestión es que a su mujer le caímos muy bien mi grupillo y yo, y sin darnos cuenta, acabamos compartiendo algunos fines de semana.

Ellos organizaban barbacoas en su casa y hacíamos mínimo una al mes, algunos compañeros traían a sus hijos y jugaban entre ellos. Mi jefe no tenía hijos, pero decían que les encantaban los niños y que estaba bien si venían, por tanto, se montaban allí unas fiestas con un ambiente familiar muy bonito. Yo hacía unos meses que lo había dejado con mi pareja y era de las que más iba a las fiestas, los demás tenían que organizarse, tenían planes familiares o con la familia de su pareja y eso les complicaba más venir. Así que, en unos meses, me hice íntima de mi jefe y de su mujer, que me parecía una persona encantadora y sinceramente, me costaba entender qué había visto ella en un hombre tan callado. 

Planeando uno de esos domingos, un viernes me di cuenta de que no iba a poder asistir y justo yo me tenía que encargar de uno de los platos, así que fui al despacho de mi jefe a buscarlo para comentárselo en un minuto y así dar más margen a que se organizasen los demás. No le encontré allí. Pregunté a los compañeros que estaban por la zona y ninguno sabía nada. Le busqué por toda la planta hasta que pensé que quizás había ido a desayunar fuera o al almacén y volví a mi puesto a la espera de que volviera. Desde allí vi que estaba aparcado el coche, estamos en un polígono y no hay nada cerca donde ir, así que tenía que estar en el edificio. Ahora veo que ahí debería haber parado, pero una parte de mi supongo que sabía que estaba pasando algo raro y quiso llegar al fondo de todo. Volví a repasar las oficinas y finalmente vi que una de las salas de juntas que casi nunca usamos, estaba cerrada con llave. Me acerqué a la puerta y pude oír perfectamente a mi jefe reírse y hablar con una mujer, después oí como se besaban y se hacían algunos comentarios morbosos. Pensé que era su mujer y me fui para mi puesto, pero cuando estaba a la mitad del pasillo, la puerta se abrió, me giré y vi salir a una mujer que no conocía, y detrás, a mi jefe. 

La cara de los dos fue un poema, yo seguí mi camino como si nada y me senté en mi mesa a fingir estar muy ocupada. Cuando mi jefe entró, los demás compañeros le dijeron que yo le había estado buscando y que si ya había hablado conmigo. Él dijo que no habíamos llegado a coincidir pero que ahora íbamos a hablar. 

Me llamó a su despacho y yo fui con la intención de fingir que no me había enterado de nada, pero cuando entré, sin preguntarme si quiera qué era lo qué quería decir, me dijo que había estado en una reunión con una representante de otra empresa y que por eso no le había encontrado. Me dio un montón de detalles que ahora no recuerdo sobre el supuesto negocio del que habían estado hablando, quién era ella y por qué finalmente no íbamos a hacer más negocios. Toda la situación fue rarísima y muy incómoda. Pasé de querer ignorar la situación a sentirme muy enfadada, por su mujer, por qué me mintiera a la cara y por el ridículo que estaba haciendo. 

Como mi cara me delata siempre en todo, quise acabar rápido, le dije que vale, que gracias por la información y que lo que yo quería decirle era que no iba a poder ir a la comida del domingo. 

Ahí se hizo un silencio y su expresión cambió por completo. De repente se puso hostil, a preguntarme por qué no iba a poder ir y a decirme que, si tenía algo que decirle, lo hiciera ahora. Yo le dije que era por asuntos personales y que no tenía por qué contarle mi vida, que simplemente no podía ir y ya. Solo quería salir del despacho. Él adoptó una pose amenazante y me dijo frases como “cada uno toma sus decisiones y pueden tener consecuencias” o “todos somos libres de hacer lo que queramos, nadie nos tiene que decir lo que podemos hacer y lo que no”.  Salí de allí en cuanto pude y volví a mi puesto con ansiedad, quedaba poco para salir y me fui a casa bastante nerviosa. 

No se lo conté a nadie, pero el lunes cuando volví, el ambiente era muy diferente. Mi jefe me evitó todo el día y lo agradecí, pero mis compañeros y compañeras estaban tensos y distantes. Nadie volvió a comentar nada de quedar un domingo y la situación ya se volvió muy rara, hablé con la compañera con la que más confianza tenía y me contó la razón: Mi jefe les había contado a todos en el domingo al que yo no pude ir, que le había intentado seducir y que él tuvo que pararme los pies. 

Les contó que ese día que yo le busqué tanto, fue para declararme y darle un ultimátum con su mujer, que él me llamó a su despacho y que allí me puso las cosas claras diciéndome que todo era una película que me había montado yo y que él quería a su mujer. Que me sentó muy mal y que por eso salí tan rara del despacho y luego no fui el domingo “sin avisar”. 

Me contó también, que en esa barbacoa muchos de mis supuestos compañeros y amigos entraron al trapo y dieron su aportación de lo mucho que les encajaba esa versión. Que por eso venía tanto a las barbacoas, que por eso era tan amiga de su mujer… A todo esto, su mujer estuvo presente en todas las conversaciones y no volvió a decirme nada. Supongo que estaría enfadada, decepcionada o que sé yo. 

En ese momento solo pude defenderme, le conté a mi compañera que eso no era cierto, que él estaba tirando balones fuera porqué quería quitarme de en medio, pero pronto vi en su cara que nada de lo que le decía le convencía así que no me molesté más. Simplemente le repetí que eso no era verdad, que jamás me ha gustado ese señor y que me dolía mucho la situación. 

Me planteé hablar con el sindicato, acusarle de difamación, de mobing, pero conforme iban pasando los días, veía la poca consistencia que iba a tener todo. Era su palabra contra la mía y los testigos tenían una versión muy sesgada.

El resultado fue que mi grupo de amistades del trabajo, siguió con la misma rutina con él y a mi me fueron dando de lado, hasta ignorarme directamente. Les tuve mucho odio, pensé en lo interesados que eran, en que solo querían ser sus amigos por las barbacoas y que fueran allí los niños, y que se habían aprovechado de mi hasta que les dejé de interesar. Me dio también rabia caer en lo que les ha pasado a tantas mujeres y que usen ese tema para desvalorizarme y anularme. Pasé una racha muy mala, en la que necesité terapia y me costaba mucho ir a trabajar, pero después de un tiempo, todo pasó. 

Decidí quedarme en la empresa por amor propio y ahora voy con la cabeza alta. De vez en cuando oigo algún cotilleo y cuando entra alguna persona nueva, me doy cuenta enseguida del momento en el que le llega ese rumor y empieza a tratarme distinto. Pero por lo demás, todo sigue en su sitio, yo sigo tranquila con mi verdad y tengo la certeza de que en algún momento todo se olvidará.

 

Anónimo

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