Hacía muchísimo tiempo que no veíamos un fenómeno televisivo como ‘La isla de las tentanciones’. Yo creo que desde el primer ‘¿Quién quiere casarse con mi hijo?’ no había visto a gente tan variopinta enganchada a la televisión y, como amante confesa de la telebasura, me resulta muy curioso. Con lo de los tróspidos (aka QQCCMH) la cosa la tengo más clara: la edición del programa era una fantasía y el casting para mear y no echar gota que, seamos realistas, eso siempre ayuda. Lo de las Tentaciones me resulta más curioso porque ahí sí que no hay edición que valga y los participantes, así de primeras, ni fu ni fa. Pero algo tiene que TODO EL MUNDO LO VE.

Vale, todo-todo-el-mundo no, pero muchísima gente sí y se ha convertido en un agente de socialización divertidísimo. Hasta los que no lo ven están al día gracias a los memes que inundan el internec. He llegado a hablar de «La isla de las tentaciones» en una reunión de vecinos, real.

¿Por qué? ¿Qué es lo que ha conseguido que media España se enganche a este programa? Pues como yo soy muy de opinar (sentando cátedra, por supuesto), he estado reflexionando sobre el tema y llegado a algunas conclusiones sobre los factores que han convertido en viral ‘La isla de las tentaciones’.

El morbo. Evidentemente. No nos engañemos; observar vidas ajenas desde la comodidad del sofá de nuestras casas, tiene su aquel. Y si encima hay infidelidades, apaga y vámonos. Ese es el punto clave de la telerrealidad: un poquito de vergüenza ajena y un poquito de identificarnos y empatizar.

Compararnos. Si no has dicho algo tipo «si yo fuera Christopher -inserte aquí el comentario pertinente-«, eres una persona muerta por dentro. Hacemos un juicio moral a todos los que participan en el programa, pero también enjuiciamos nuestro entorno e incluso a nosotras mismas. Porque, aunque queramos poner distancia, no sería raro vernos en algunas actitudes y cuestionarse es importante.

Comentarlo. El salseo es un punto es muy importante. Whatsapp echa fuego los martes y los jueves. Twitter es un festival de luz y color. Me consta que incluso se organizan quedadas de colegas para poder comentarlo en vivo y en directo.

El decorado tropical. Es invierno, hace frío, llueve… cualquier contacto con el verano sirve para desconectar un poco de la cruda realidad. Además las villas en las que están lo molan todo (soy team «montaña») y puedes fantasear con estar allí mientras te tapas con la manta cutre de Ikea.

El odio por Gonzalo. Lo siento, en esto no soy neutral y me consta que no estoy sola. El odio une mucho.

Las caras de Mónica Naranjo. Divaza indiscutible. Pantera en libertad. Es capaz de decirlo todo sin decir absolutamente nada (y por lo que interpreto de su lenguaje corporal, Gonzalo tampoco le cae muy bien).

El no saber si hay guión o no. Hay momentos en los que sobreactúan y se les nota, pero hay otros en los que las cosas parecen reales. Ese limbo es muy atractivo.

Saber que están cobrando y que han ido libremente porque les gusta la tele (se supone que aceptando sus consecuencias). Eso te da como cierto poder virtual, puedes opinar sobre vidas ajenas porque de eso se trata. Además, sobre una cosa tan universal como el amor (podéis poner todas las comillas que queráis), todo el mundo puede opinar.

Asumámoslo, podemos intentar justificarlo de mil maneras absurdas, pero lo que nos mueve y engancha es el morbo. Y ya está. Disfrutemos.