No recuerdo de una forma especialmente traumática ese momento de la vida donde aún eres una niña y te empieza a salir pecho. De hecho, creo que para mi fue un momento hasta esperado y me sentía súper mayor llevando tops. Durante los dos o tres años siguientes el crecimiento de mi pecho fue como el de las demás niñas. Era un alivio ser “de la media”, ni más ni menos. No tendría que soportar ni ser llamada “tabla de planchar” ni tampoco “la tetona”. Porque en el colegio, lo que menos quieres es destacar. 

En algún momento con unos quince o dieciséis años me di cuenta de que mi pecho comenzaba a ser algo más grande que el de las demás. No de una forma exagerada, sino sutil, que solo se percibía si me daba por correr o me ponía un escote para salir. Me sentía muy a gusto con mi pecho hasta que vino el calvario de buscar sujetadores con los que me sintiese cómoda.

Parece mentira como una prenda de ropa puede excluirte y hacerte sentir que no encajas. Mientras todas mis amigas compraban a precios de risa bonitos conjuntos en las tiendas de lencería más habituales, yo no podía encontrar ni una mísera copa D. Solo en algunas tiendas la tenían y era tratada casi como la excepción, solo disponible en algunos modelos. 

 

Ni siquiera la copa D me entraba correctamente… pero era lo que había. Solo había dos opciones para que me entrase: o bien salía un bulto por encima que quedaba fatal con ropa ajustada, o bien se me salía parte del pecho por debajo, haciendo que el aro no quedase ajustado a la piel. Llegué a pensar que los sujetadores simplemente quedan así. 

Pasé muchos años tratando de entrar en esas copas D. Con el tiempo, comenzaron a traer sujetadores de otras copas superiores, sin embargo, de nuevo el dichoso sujetador se empeñó en que yo era un bicho raro. Encontraba copas E, pero con contornos de más talla con lo cual, me sobraba mucho en la espalda y no me sentía cómoda por más que apretase los tirantes. En todos los probadores, los sujetadores parecían decirme a gritos que “estaba mal hecha”.

Pasaron muchos más años y llegó la maternidad. Durante el embarazo mi cuerpo cambió y mis tetas, también. Seguí con mi mismo contorno pero mis tetas aumentaron de una forma loquísima. Con el parto y la lactancia pensé que volverían a su ser, pero nada, ahí siguieron. Mientras daba el pecho (que duró algo más de un año), usé tops de lactancia que sujetaban nada y menos. Mientras tanto el pecho sufría y yo sufría aún más dándole vueltas a todo el “poderío” que me había traído la maternidad.

 

Un día descubrí una tienda especializada en lencería para todos y fue cuando vi la luz. La dependienta se metió conmigo al probador, me midió y me trajo sujetadores que se adaptaban a mi contorno pero también a mi copa. Y no solo uno. ¡Podía elegir! Salí tan contenta de la tienda bien cargada de sujetadores, pero siendo consciente de que había tardado 20 años (desde el uso de mis primeros tops) en usar un sujetador de mi talla. Una 85 H (imaginaos como me tenían que quedar todas aquellas copas D). El pecho estaba en su sitio, arribísima y me hacía un pecho de diosa. 

En algún momento mientras me probaba los sujetadores le dije a la chica que “menos mal que os he encontrado, porque soy un extraterrestre y nadie tiene nada que me valga”. Me respondió “eres totalmente normal, el problema es de quien fabrica sujetadores”. 

Reconozco que me ha costado mucho reconciliarme con mi pecho. Llegué hasta plantearme una pequeña reducción. Me pregunto si las empresas que fabrican ropa son conscientes de que las limitaciones que tienen a la hora de fabricar tallas lanzan un mensaje terriblemente peligroso a la sociedad: el “no eres normal”. Pero sí, tengo una 85H, estoy muy orgullosa y soy totalmente normal… aunque haya tardado 20 años en darme cuenta. Si te pasa lo mismo que a mi, recuerda: el problema es de quien fabrica los sujetadores, no es tuyo. No tardes tanto tiempo como yo en darte cuenta.  

 

Cosas para peques