Siempre pensé que estas cosas no importaban. Pensaba que la diferencia social no era más que un cuento que unos pocos se habían inventado para que no nos mezcláramos demasiado. Nunca me acostumbré ni dejaron de molestarme los típicos comentarios “Es mejor que estés con una persona de tu entorno”. Y te prometo que ni en un millón de años pensé que una diferencia social pudiera condicionar nuestras ilusiones o planes de futuro, pero la cruda realidad es, que esto sucede.

Yo, por mi parte: vengo de una familia acomodada y nunca me faltó de nada. He vivido con un montón de privilegios y con muchas más opciones que el resto de mujeres de mi generación. Desde bien pequeña pude estudiar en el extranjero en los mejores colegios privados. Acabé mi carrera universitaria en París y he vivido la vida que he deseado en distintas ciudades europeas. Jamás me he preocupado por no poder hacer las cosas que deseaba hacer. Es cierto: he trabajado duro. Me he pasado años sin vacaciones de verano, he tenido hasta 3 trabajos a la vez y he invertido mucho dinero, esfuerzo y tiempo en tener la posición laboralmente favorable y cómoda que tengo ahora.

Mi chico: viene de un entorno más humilde. Siempre ha vivido en un pueblo de costa de pocos habitantes, tiene un entorno cerrado por así decirlo y se siente muy cómodo en ese entorno. Estudió en la escuela pública de su pueblo y no llegó a estudiar una carrera universitaria. Y bueno, la proyección laboral de mi chico es bastante menor a la mía y él es una persona que vive al día.

Quiero puntualizar: una diferencia social no se basa en el nivel económico. Si, quizás ese sea el factor que determina los estratos, pero existen otros factores diferenciales: educación, experiencias, viajes, la manera que tenemos de dirigirnos a otras personas, ilusiones, capacidad de construir sobre el presente o la satisfacción en el ámbito laboral. En estos últimos años me he dado cuenta de que esas diferencias están ahí, existen. Y no desaparecen por más que desee pasar el resto de mi vida con mi chico.

En mi caso, siempre tuve la ilusión de hacerme dos viajes importantes al año con mi pareja. O por ejemplo, comprarme una casa de ciertas características con él. Siempre tuve en mente cómo y dónde me iba a casar o que en el caso de tener hijos, les querría llevar a un colegio concreto y les mandaría a estudiar fuera. Desde pequeña y acorde a lo que yo he visto en mi entorno, fui construyendo ciertas ilusiones o planes sin contar con la opción de que la persona con la que quisiera compartir esos planes, no pudiera estar a la altura.

Y en su caso, aunque estas son cosas que no hemos hablado, él sabe que todas esas cosas con las que muchos hemos soñado alguna vez, son completamente distintas en mi cabeza y en la suya. Que la manera en la que yo he visualizado mi futuro tiene que cambiar si quiero que él sea mi compañero. Esa es una carga que no siempre es fácil de llevar.

Claro, no nos equivoquemos, estas diferencias nos pesan a los dos, no se trata de una desventaja unilateral. Muchas veces me he cuestionado si realmente tengo que dejar de lado mis ilusiones o planes de futuro por una persona a la que quiero. Y la respuesta es: NO. Yo deseo hacer todas esas cosas con él, al igual que él desea hacerlas conmigo, pero no podrán ser a mi manera. Tendremos que encontrar juntos una nueva manera: nuestra manera.

Todos tenemos ilusiones o una imagen de cómo queremos que sea nuestra vida. Esa imagen pocas veces se acaba cumpliendo. Que la realidad sea diferente a lo que soñaste, no quiere decir que sea peor. Muchas veces gastamos tanta energía quejándonos y sufriendo porque no tenemos lo que esperábamos que nos olvidamos de vivir y de disfrutar lo que tenemos.

Creo que conocer a mi chico me ha ayudado a entender todas estas cosas mejor y me ha enseñado a querer mejor. Siempre he creído que querer a una persona no es imponerle tu vida y exigir ciertas cosas para ti. Siempre creí que querer a una persona es construir algo que sea por y para los dos.

 

Anónimo

 

Envía tus historias a [email protected]