Laura y Silvia son amigas desde el instituto, Silvia trabaja todos los fines de semana, Laura no. Silvia ha hecho planes para ir al teatro el sábado por la noche, es el primer fin de semana que tiene libre en meses. Laura, justo ese fin de semana, tiene bajón y le apetece quedarse en casa viendo series y hundirse en el sofá en compañía de Silvia. Laura invita a Silvia, ésta le dice que no puede, que ha quedado; a lo que Laura responde: JO, TÍA, ERES UNA EGOÍSTA.

 

¡Eres egoísta! Es la frase preferida del egoísta número uno.

¿pero, cómo puede ser que pienses en ti?

El ser humano es maravilloso porque es imperfecto. Ve la paja en el ojo ajeno y no ve la tuneladora en el propio.

¿Cuántas veces hemos sido acusados de egoístas sencillamente por no hacer algo que no queríamos?

 

La sociedad nos manda señales contradictorias. NO ES NO. Pero si no haces lo que yo quiero eres un egoísta. EMPODÉRATE, pero sólo cuando me venga bien, gracias.

Llevamos grabado a sangre y fuego que debemos complacer a los otros. Pensar en los otros. Poner la mejilla. Y perdonarlos a todos porque no saben lo que hacen. Perdonar es quizá lo único interesante de la ecuación religiosa en la cual nos hemos desarrollado.

El marco religioso parece que todavía rige muchos de nuestros comportamientos. Cuando no hacemos lo que los demás esperan de nosotros nos sentimos culpables, y esto es una herencia judeocristiana o jodíaquetecagas. Si todo esto le sucede a una persona que sea o se sienta mujer debe sumársele el complejo de Virgen María, algo parecido a: que no se note que lo que haces te gusta. El placer no está bien.

Propongo, hermanas y hermanos, que hagamos el ejercicio de narrar en qué situaciones un EGOISTA en mayúsculas nos ha llamado egoístas por no hacer lo que él quería. ¿Quién es el egoísta, entonces? ¿Estamos ante una paradoja que no resuelve ni Punset, ni Morgan Freeman?

 

Amigas, no escribamos las respuestas deseadas que deberían darnos los otros para hacernos felices, solo así seremos más felices.

 

Marta Polo