El otro día, aprovechando mi vuelta a casa por vacaciones, decidí ir a comer a casa de mi abuela. Mientras ella apilaba una croqueta detrás de otra en mi plato y yo fingía no darme cuenta de que a ese paso iba a crear un nuevo Everest hecho de bechamel rebozada, le comenté que esa tarde iba a ir al cine.

“Ah, y ¿con quién vas?” me preguntó mi abuela, todavía concentrada en la montaña de croquetas. “No, voy sola.” Respondí yo. Y ya está. Todo lo que vino después fue el principio del fin.  Mi abuela dejó repentinamente de amontonar comida en mi plato, me miró con una expresión melodramática que ya le hubiese gustado a Escarlata O’Hara en “Lo que el viento se llevó” y, como si no quisiese creerlo, volvió a preguntar: “¿Tú sola?”

Una abuela lista
Una abuela lista

Yo no entendía nada, así que le pregunté el motivo de su inquietud. Entonces, mi abuela, volviendo a hacer uso de sus dotes de actriz, cambio rápidamente del tono dramático a uno de despreocupación fingida y exageradísima: “No, por nada, hija, porque igual puedes llamar a alguna amiga o algo. Es que me sabe mal que vayas tú sola. ¡Oye, que si quieres ya te acompaño yo!” Yo le dije que no hacía falta, que a mí me gustaba hacer cosas sola de vez en cuando, pero no conseguí convencerla y me tocó comerme la pila entera de croquetas para que se le pasase el disgusto.

SOLO/A. ¿Por qué da tanto miedo esa palabra? Yo siempre me he considerado una persona bastante independiente, pero admito que las palabras de mi abuela llegaron a hacerme dudar… Y, como al parecer aparte de su buen apetito también he heredado sus dotes para el drama, mis dudas fueron escalando hasta casi provocarme una crisis existencial: “Voy a ir sola… Pero al cine siempre se va acompañado ¿no? En algún sitio leí que era una actividad social… ¿Y si en la sala de cine piensan que nadie quería acompañarme?  Joder, es que igual me siento en la butaca y doy tanta pena  ahí, sola, que hasta le corto el rollo a la pareja que se está liando en la  última fila. ¡Igual tienen una crisis de pareja e incluso rompen por mi culpa! Y entonces terminarán solos, como yo… Y los pobres tendrán que ir a casa de sus abuelas a hincharse de croquetas para no preocuparlas y evitar el tema de su soledad, y al final habrán comido tantas que terminará dándoles un infarto por el exceso de aceite frito del rebozado. Pero es que lo peor de todo no es que mueran, ¡qué va!, lo peor es que lo harán SOLOS.

giphy (5)

Ahora en serio, es cierto que el ser humano es un ser social por naturaleza. Siempre hemos necesitado del contacto con otras personas, no solo para comunicarnos, sino por pura supervivencia, porque si te quedabas solo, lo más probable es que terminaras siendo devorado por un oso o cualquier otro animal. Pero ahora, en nuestro día a día, ya no tenemos que protegernos de osos (aunque a veces los captadores de socios de la calle Preciados den el mismo miedo) y podemos permitirnos un poco más de autonomía.

Entonces ¿dónde está el problema? ¿Por qué nos sigue aterrorizando tanto la idea de estar solos? ¿Por qué se sigue considerando como algo negativo y a evitar a toda costa?

La verdad es que no estoy del todo segura. Está claro que cuando una persona se siente sola, ese sentimiento no es precisamente positivo. Pero yo hablo de otro tipo de soledad, de la que se elige en momentos determinados y que es necesaria para conectar con nosotros mismos y recargar pilas. No hablo de sentirse solo, hablo de elegir estarlo.

Y la cultura pop cinematográfica tampoco ha ayudado mucho a exorcizar este miedo común: nadie quiere ser la que no tiene con quién sentarse en la cafetería y al final termina comiendo en el baño, ni la que pasa un sábado noche tirada en la cama mirando dramáticamente el teléfono porque nadie la llama, ni a la que no invitaron al fiestón del año al que fue medio instituto. Aunque hay veces que la realidad supera la ficción: si hay algo que verdaderamente da miedo es ser la víctima de la pregunta estrella de las comidas familiares: “Bueno, y de novios qué?”

Porque parece que lo de estar solo todavía es un poco tabú. O, no sé, igual lo que de verdad asusta es darte cuenta de que has pasado tanto tiempo solo, que cuando quieres volver a conectar con el resto de personas se te ha olvidado cómo.

Supongo que la virtud, como en todo, estará en saber encontrar el punto medio. Entender que ir a fiestas, disfrutar de una comida en compañía y estar más solicitada que Sidney Prescott en la saga “Scream”, mola (menos por la parte en la que tienes que huir de un asesino en serie obsesionado con acabar contigo, y tal), pero de vez en cuando también es guay  hacer de Bridget Jones de la vida: quedarse en casa enrollada en una manta, poner una buena peli y, solo relacionarte con un hombre: el repartidor de pizzas.

Bea Legidos