¿Qué es eso de que, a partir de cierta edad, uno es demasiado mayor para hacer ciertas cosas?, ¿quién dictamina cuándo rebasas esa edad en la que empiezas a ser demasiado mayor?, y ¿por qué tenemos que dejar de hacer ciertas cosas sólo porque hemos superado la treintena?, ¿es que nos hemos hecho viejas de repente?, ¿es que nuestro cuerpo y nuestra mente de personas adultas nos incapacitan para seguir disfrutando de todo aquello que disfrutábamos hace 10 años?. No estoy diciendo que volvamos a la época del botellón y de fumar a escondidas de nuestros padres, pero no me gusta la palabra ‘demasiado’ aplicada a la edad, suena a que se te ha acabado la edad de pasarlo bien, de disfrutar…
Y es que, a pesar de haber superado la treintena, de tener más arrugas, más lorzas y más cansancio que hace 10 años, a pesar de que a veces me traten de usted y me llamen señora, sigo siendo joven. ¡Seguimos siendo jóvenes! ¿Quién ha decidido que nos hemos hecho mayores?, ¿y por qué nadie me ha avisado de ello?
Porque aunque hay ciertas cosas que hemos dejado de hacer de manera habitual, no somos demasiado mayores para dejar de hacerlas por completo…
Aún somos jóvenes para…
Salir una noche y aguantar hasta las 7.00 de la mañana, aunque no lo hagamos jueves, viernes, sábado y domingo como cuando íbamos a la universidad.
Pensar que aún estamos a tiempo de casarnos y tener hijos, si en un futuro queremos hacerlo.
Hacer topless en la playa, montar en los columpios y tirarnos a bomba a la piscina.
Coger un vuelo a las 6.00 de la mañana por ahorrarnos unos euros y dormir apenas 3 horas a la vuelta de un viaje e ir a trabajar muriendo de sueño.
Alojarnos en albergues, aunque en general prefiramos invertir nuestro dinero en lugares un poco menos concurridos.
Llevar bragas de dibujitos y sacar la lengua en las fotos.
Cantar y gritar en los conciertos como si aún fuéramos adolescentes y pasarnos el día siguiente sin apenas voz…
Conducir con la música a todo volumen y la ventanilla bajada.
Pintarnos las uñas de colores y montar en bici con las piernas al viento.
Cantar en la ducha a gritos y bailar con las canciones que nos gustan como si no hubiera un mañana.
Ver comedias románticas y pelis de instituto una noche sola en casa. Comiendo pizza.
Ponernos rojas o tontas por un chico…
Saltar en los charcos cuando llevamos katiuskas.
Enamorarnos platónicamente de un famoso como cuando forrábamos las carpetas de adolescentes.
Llorar con los dibujos animados como si no hubiéramos visto morir a Mufasa o la madre de Bambi mil veces.
Emborracharnos. De vez en cuando, y con dignidad, no con una mezcla de cerveza, vino Don Simón (con Coca Cola), ron y Jaggermeister, si no con unos vinos de más, y en situaciones especiales, no por aquello de que es sábado y este finde toca botellón.
Comer Cheetos. Y Nutella. Y pizza. Y cenar un día esa hamburguesa con patatas con la que llevamos soñando toda la semana.
Beber cerveza de la lata cuando toca. Que si, que preferimos un buen vino en copa grande y glamourosa, pero coño, que nos hemos convertido en adultas, no en damas de la alta sociedad, dame una lata de Mahou y déjate de tonterías! Y unos Cheetos.
Seguir estudiando. Nunca es tarde para aprender cosas nuevas, para estimular nuestro cerebro.
Soñar. Soñar con viajes, con planes, con nuestro futuro. Con cambiar ciertas cosas y mantener otras. Con ESA persona…
Llorar.
Ponernos esa camiseta friki de La Guerra de las Galaxias, o de ET, o de Harry Potter. Y petarlo con ella.
Somos jóvenes para seguir haciendo todas las cosas que hemos hecho los últimos años, porque aunque tengamos responsabilidades adultas, trabajos, alquileres o hipotecas, maridos e hijos, seguimos siendo las mismas niñas que éramos antes…
No dejes que nadie te diga que eres demasiado mayor para seguir haciendo lo que quieres, lo que te gusta.
Porque nunca se es demasiado mayor para no poder seguir siendo joven…
