Freud sabía de qué hablaba cuando escribía que lo contrario del amor no es el odio, sino la indiferencia. Todo lo que nos despierta un sentimiento, aunque sea aversión, es importante para nosotros. No se puede odiar lo que no te remueve por dentro de una forma u otra.

Cuando el amor se acaba, y se acaba de verdad, jamás deja odio, lo que deja es olvido, desgana, la más absoluta indiferencia. Ni te quiero, ni te odio. No eres nada para mi. No me gustas, ni tampoco te aborrezco, tu presencia me resulta indiferente ¿existe algo más frustrante para el que quiere seducir?

El amor y el odio no son más que dos caras de una misma moneda. Por eso se dice que del amor al odio hay un paso. Cuando un sentimiento es muy fuerte, muy visceral, puede evolucionar hacia otras sensaciones, pero si sigue habiendo efectos, aún sigue ahí. En situaciones de desamor no es tan raro preguntarse a veces si se quiere o se odia a esa persona.

La indiferencia golpea al que la recibe porque lo hace sentir insignificante. No es ni tan siquiera un sentimiento, es la ausencia de sentimientos, y cuando es verdadera es realmente cruel. Algo que deshumaniza al ser humano porque le elimina toda importancia, no se tiene empatía con él porque ni siquiera se le tiene en cuenta. Sólo el que la ha padecido, esperando un aprecio, una llamada, una cita, un momento que no llega, sabe que puede herir profundamente el corazón.Cuando somos nosotros los que nos sentimos indiferentes, vivimos la otra cara de la moneda. A veces es una liberación después de haber tenido sentimientos intensos. En otros casos es algo que no se puede evitar, porque esa persona no hace mella en nuestra vida.

Si sientes odio por alguien, pregúntate primero porque lo odias, si tan mala es esa persona ¿qué hace ocupando tu mente?

Autor: Tamara Mata