Quiero que me entierren en una semilla. Cosas de las que nadie quiere hablar

No solía plantearme mi propia muerte. Es algo de lo que a nadie le gusta hablar.  Pero hace unos meses sucedió algo que hizo que todo mi mundo se tambalease. 

Era un día cualquiera, estaba en casa y recibí una llamada de un número que no tenía en la agenda. Una voz quebrada me comunicó que mi mejor amigo acababa de morir. Una embolia pulmonar había acabado con su vida de forma fulminante así, sin avisar. 

De la incredulidad, pasé a la negación, de la negación a la furia y después no tuve más remedio que aceptar que la vida es algo efímero, que no podemos estar seguros de nada y eso me hizo darme cuenta de que nunca había pensado en cómo quería que fuese mi final.

Después de ver como los demás elegían por mi amigo, me obligué a decidir mi última voluntad; primero pensé en la incineración porque no me gustaría que mi cuerpo terminase bajo tierra. Sin embargo, caí en la cuenta de que mis cenizas también terminarían en algún lugar oscuro y olvidado, siendo un recuerdo triste de todo lo que no volvería a ser.

Entonces descubrir una empresa que ofrece un servicio que me pareció muy hermoso; introduce el cuerpo en una vaina vegetal y la usan para plantar un árbol.

He de reconocer que la idea me gustó. De esta forma parte de mi seguiría en este mundo, nutriendo un tronco que cobijará a los pájaros, siendo parte de las hojas que bailarán con el viento, que sentirán la lluvia sobre su superficie, a las que bañará los rayos del sol…

 Encontré un poco de esperanza y hasta cierto matiz poético en esa forma de entregar mi cuerpo a la tierra y aunque la certeza de la muerte seguía persiguiéndome, me sentí más tranquila.

Pero cuando intenté hablarlo con mi familia nadie quiso escucharme. Dicen que estoy conmocionada por la muerte de mi amigo y que aun es pronto para pensar en esas cosas.

Lo he puesto por escrito, pero nadie quiere hacerse cargo de custodiar mis últimas voluntades, como si por mero hecho de aceptarlo estuviesen poniendo fecha al fin de mi vida. 

Todo esto ha hecho que me de cuenta de que vivimos en una sociedad con miedo a la muerte. Intenta ocultarla como si no fuese algo irremediable para todos nosotros. En las redes sociales, en los medios de comunicación se ensalza la vida, la juventud y la salud y se obvia todo lo que viene detrás. Parece que quieren hacernos olvidar que después de todo eso llegará la madurez, la vejez y el final del camino y si alguien quiere hablar de ese tema se encuentra con el rotundo rechazo de todos los que le rodean.

La muerte es un tabú. Algo comprensible, en parte, dado que siempre viene acompañada de tristeza y de pérdida. Ese temor visceral que se nos inculca desde que somos pequeños convierte algo que en realidad es natural, en un monstruo que nos acecha y acecha a nuestros seres queridos y que nos mantiene siempre en vilo, como si nos aguardase tras cada esquina, como si con solo pronunciar su nombre la estuviésemos invocando.

Y por supuesto, morir es algo terrible, sobre todo las muertes repentinas e injustificadas, las muertes derivadas de enfermedades injustas, todas ellas son de por sí dolorosas pero que la muerte en sí misma hoy en día sea algo de lo que no se suela hablar, hace que el proceso de aceptar que algún día llegará sea mucho más duro.

Sin embargo y de forma irremediable, llega un día, el menos pensado, que el funesto hado llama a nuestra puerta, ya sea porque se anuncia nuestro final o el de alguien cercano y no sabemos como reaccionar. Y no estamos preparados, nos colapsamos y no nos sentimos capaces de enfrentarnos a algo que hemos estado negando desde que tenemos memoria. 

A mi sigue dándome miedo perder la vida. Pero la idea de aceptar que pasará algún día hace que la carga sea menos pesada. Después de desmitificarla y mirar mi final frente a frente he podido pasar página y seguir, porque la idea es tener una buena vida, la mejor que pueda conseguir y que mi vida sea tan plena que ya no me dé miedo morir. 

 

Lulú Gala