Mi pareja y yo tuvimos una inyección de dinero con la que no contábamos, así que se abrió ante nosotros un catálogo de posibilidades que no nos habíamos planteado nunca por falta de pasta. Tuvimos varias lluvias de ideas que íbamos anotando. Me compré mi libreta preciosa de rigor (“cada proyecto comienza comprando un nuevo cuaderno”) y allí anotamos todas las ofertas de franquicias anunciadas que nos podían interesar y las cosas por las que sentíamos un interés real y genuino para poder decir eso de “trabaja en lo que te guste y no volverás a trabajar jamás”. ¡Vaya chorrada! Anda que no hay que currar… 

Finalmente, entre los dos, nos decidimos por una librería. Ambos somos unos apasionados de la lectura y, en aquel momento, contábamos también con una extensa librería infantil en casa, con la que disfrutábamos cada noche contando a mis pequeños todas aquellas aventuras y gracietas. Sacábamos mucho partido a esas lecturas, ya que aprovechamos los recursos que ofrecen los cuentos de hoy en día para ayudar a las familias a explicar algunos conceptos o situaciones complejas a las criaturas de nuestras casas. Sin ir más lejos, teníamos una generosa sección sobre la separación y los diversos tipos de familias, de cuando su padre y yo nos separamos y cuando, más tarde, mi actual marido se unió a nosotros en este camino. 

Con los libros, los niños pueden aprender de todo y pueden entender de forma lúdica y sencilla las cosas que a las madres nos da tanto apuro explicar o no sabemos qué palabras y conceptos so los adecuados para utilizar. Además, es una herramienta que nos ayuda a conectar con ellos y que se sientan especiales para nosotros. Lo teníamos decidido: Una librería infantil donde ofrecer cada poco tiempo alguna sesión de cuentacuentos para promocionarnos y, por qué no, para divertirnos. 

Buscamos locales vacíos, proveedores, editoriales, investigamos las librerías que quedaban abiertas en la ciudad (con Pepito Grillo poseyendo a mi hermano diciendo “si quedan pocas por algo será” “el margen de beneficios de los libros es una miseria, no os va a dar para vivir” ¡qué razón tenía el muy pesado!), y cuanto más veíamos, más ideas teníamos.  Hacer rincones fabulosos dentro de la tienda, decorados de formas geniales y super llamativos, un espacio para los cuentacuentos, una zona de recomendaciones personales… Y mientras seguíamos dedicando nuestro tiempo libre a soñar nuestra librería, dejamos de pasear tanto y de fijarnos, así que tardamos unos días en saber que, a falta de una, habían abierto DOS librerías infantiles. Corrimos a verlas y, todas aquellas ideas únicas y originales, estaban hechas realidad en aquellos hermosos y odiosos lugares. 

Decir que estábamos tristes es quedarse corta. Yo, que ya veía como algún día, si conseguía publicar un libro, podría incluso presentarlo en mi propia librería y se me hacían los ojos chiribitas; acababa de ver explotar mis ilusiones en mi cara. No había tanta demanda para tres librerías, de hecho, no lo había para dos y una de ellas no tardó mucho en cerrar.

Unos meses después nos casamos, y con la boda llegó mi tarjeta del paro. Al poco tiempo, la pandemia y el confinamiento (con el cierre de tiendas). Mi marido era trabajador esencial, así que teníamos un ingreso fijo en casa, pero al terminar el confinamiento yo me quedé embarazada y la pequeña se llevó lo poco que quedaba de aquel dinero extra. Viendo el local abandonado de la última librería y cómo llegamos a final de mes con un sueldo y tres peques en casa, sentimos un alivio enorme de no haber invertido ese dinero en una tienda que, seguro seguro, hoy estaría cerrada y nosotros probablemente endeudados por haber intentado no cerrar. 

Ahora visito las grandes franquicias de librerías y de juguetes que ahora tienen enormes secciones de cuentos, que son las únicas que siguen ampliando negocio, y me da tanta pena… Gracias a ellas, los pequeños proyectos emocionantes no tienen cabida en una ciudad como la nuestra, donde sobreviven las dos librerías con más historia y no hay mercado para más. Y me siento una hipócrita, porque odiándolas, sigo comprando en ellas. No me juzguéis, mis peques siguen necesitando cuentos y no hay más sitios a los que ir. 

 

Luna Purple.