Hace un año empecé a salir con un chico que al que conocía hacía poco tiempo. A mis amigas les cayó genial y encajó rápidamente con mi familia. Mi amiga Sofía decía estar muy contenta por mí, pero pronto empezó a comportarse de una manera muy extraña cuando estábamos todos juntos. Las otras chicas de la pandilla me contaron su teoría de que, como éramos las dos únicas que quedaban solteras, yo la estaba “traicionando” como compañera de ligoteo y que por eso estaba tan rara. A mí me pareció una estupidez y no dediqué ni un minuto a pensar en aquella teoría conspiranoica extraña que sería más propia de una serie tipo Al Salir de Clase, que de una pandilla real en plena vida adulta.


Al principio se acercó a él tomándose mucha más confianza de la que él le daba, como si esperase que por ser mi amiga él tuviera que contar con ella para cualquier cosa que tuviera que ver conmigo y, a la vez, tenerla siempre en cuenta para nuestros planes. Pero al ver que seguíamos saliendo a cenar en pareja (a pesar de que ella le hubiese expresado claramente que no tenía ningún plan especial para la noche de ese jueves), que a veces se quedaba a dormir en mi casa sin que ella lo supiese y otras cosas sin sentido, empezó a decirme que no se fiaba del todo de él, que parecía que le quería esconder algo, que seguramente fuera porque sabía que ella conocía a mucha gente en la ciudad y tenía miedo de que se enterase de alguna cosa y alguna que otra pequeña queja extraña que demostraba más celos que otra cosa. Con el paso de los meses parecía estársele pasando un poco y nuestras vidas, tanto la mía en pareja como la de la pandilla en general, volvía a ser de lo más normal. Salíamos algún fin de semana, celebrábamos juntos los cumpleaños y hacíamos alguna quedada porque sí.

Fue en una de esas quedadas que ella llegó tarde, vino directa a nosotros y se disculpó: “Siento llegar tarde, es que había quedado con mi amiga Laura, ¿sabes quien es? Ella dice que te conoce” le dice a mi chico sin más. Él al principio dice no darse cuenta con tan pocos datos y, al explicarle ella donde trabajaba esa tal Laura y dónde había estudiado, él le dijo “Ah si, Laura, fue novia de mi primo en el instituto, luego coincidí con ella en un curro unos meses, pero ya hace tiempo que no sé de ella ¿qué tal le va?” No me pareció una conversación extraña en absoluto, pero al rato Sofi me llevó al baño y me dijo que había alucinado con la reacción de mi novio, que claramente había querido hacerse el loco, pero que ella lo había arrinconado. Al parecer esa tal Laura le había hablado de una amiga que estaba empezando una relación con un chico que, al rato de estar hablando, sacó en conclusión que era mi novio. Yo me reí y le dije que tenía que tomarse la vida con más calma y dejar de buscar dramas donde no los había. Pero al día siguiente me escribió “Confirmado, ¿tu novio tiene un hermano que se llama Francisco, vive en la casa amarilla de arriba de todo al pasar el supermercado y su padre tiene una ranchera negra?” Yo pensé en qué relación podían tener todos esos datos random con una infidelidad. Me juró que aquella chica estaba saliendo con mi novio y me dijo “me contó Laura que todos los días hablan un rato a las 9, ¡a que no llega a tu casa hasta las 10?” Yo le dije que si, pero que justamente ese día habíamos quedado antes para cenar con mis padres. Y me aseguró que entonces podría comprobarlo por mí misma.

Estando con mis padres a la mesa, sin ser muy consciente, miré la hora y al ver que se acercaban las 9 recordé a Sofi y me reí. Entonces el teléfono de mi novio sonó y él, disculpándose por la interrupción, se levantó a atender la llamada alejándose del ruido de la mesa. Volvió un minuto después, asegurando que no sabía quien era, que se habrían equivocado. No negaré que por un momento se me pasó por la cabeza lo extraño de esa coincidencia, pero mi novio había sufrido mucho por los engaños de su anterior pareja, dudaba mucho que fuera capaz de hacer algo así después de lo que él había pasado. Pero entonces se me ocurrió algo.


“¿Tienes guardado el número desde el que te acaban de llamar?”
– “No, debe de ser una de estas empresas nuevas de comerciales que llaman a cualquier hora, ¿busco en Google?”
“No, mejor déjame que busque yo”– Y sin pensarlo me dio su móvil. A medida que marcaba en mi teléfono el número de la última llamada que había recibido mi novio, iba sintiendo cómo Sofía y yo nos distanciábamos. Efectivamente la separación se confirmó cuando en la pantalla de mi teléfono apareció el nombre del hermano pequeño se Sofía.
-“¿Si?”
“Hola Enrique, ¿estás con tu hermana?”
-Se acaba de ir, me ha pedido el móvil un momento y luego se ha ido, ¿le doy un algún recado?”
– “Si, por favor, dile que hablé contigo y que entonces ya sabrá por qué no debe llamarme más”– Y colgué el teléfono.

Envié un mensaje a una amiga en común para contarle lo que me estaba pasando y me dijo que cuando ella y su novio habían empezado a salir le había hecho algo parecido, pero que como todavía le quedaba yo (así mismo se lo había dicho) todavía podría perdonárselo.

Es una pena después de tantos años de fiestas y alguna confesión, romper una amistad por los celos, pero si está tan mal de la olla como para inventarse algo así de retorcido, sé que jamás podría volver a estar con ella a gusto. Supongo que la vergüenza porque yo pudiera contar lo bajo que había caído la llevó a no volver a acudir a las quedadas en pandilla, no sé muy bien en qué momento salió del grupo de WhatsApp y hace semanas que no la vemos por ninguna parte y, sinceramente, me alegro.

 

Escrito por Luna Purple, basado en una historia real.