Como un día cualquiera mantuve la puerta entreabierta mientras dejaba a Lucas de vuelta en casa. Nuestro paseo matutino era lo único que me ayudaba a afrontar la jornada con vitalidad. Mi teléfono ya había sonado un par de veces aquella mañana y empezaba a intuir que se avecinaba un martes bastante espantoso.

Lola me esperaba en la puerta del edificio. Al fin el frío había hecho acto de presencia y apenas se intuían sus ojos escondidos entre una inmensa bufanda y un precioso gorro de lana. ¿Quién se lo habría regalado? Seguro que alguien con mucho gusto, no cabía duda. Salí sonriente, adorando esa baja temperatura y que el sol ya luciese en un limpísimo cielo azul. Lola me miró castigándome y odiándome a partes iguales.

No me puedo creer que te guste tanto el frío, eres rara Sofía, muy rara…‘ sentenció aquella chica envuelta en mil capas de ropa.

Echamos a andar a buen ritmo. Preferíamos no demorarnos para así disfrutar con tranquilidad del primer café del día. Ambas éramos socias de nuestro pequeño negocio, una maravillosa tienda para el cuidado de mascotas que nos ocupaba buena parte de la vida. Lola era, además de mi compañera de fatigas, la mejor amiga del mundo. No podía vivir sin ella.

Nos sentamos en la misma mesa de siempre, bien pegadas a la cristalera desde la que podíamos visualizar nuestra querida tiendita. Habíamos pactado no hablar de asuntos de trabajo más allá de las puertas del local, así que como de costumbre, tiramos de chismorreos para acompañar nuestros cafés y muffins.

La conversación se iba animando cuando un camarero que no habíamos visto hasta entonces se acercó a nosotras para servirnos los desayunos. Sin decir ni palabra, las dos nos miramos a los ojos y le dimos las gracias sonriendo como dos adolescentes nerviosas.

¿Y este dios del Olimpo?‘ lanzó al aire Lola mientras se llenaba la boca con un buen mordisco de su inmensa magdalena.

Era evidente que aquel perfecto muchacho era el último fichaje del café para su plantilla. Y nosotras que lo celebrábamos. Vamos si lo celebrábamos.

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Santi se acercó a nosotras divertido para servirnos el café y bromear sobre cualquier tontería que tuviera que ver con la buena de Lola. Ella, como si de una niña de quince años se tratase, le devolvía el gesto claramente nerviosa y completamente ruborizada. Se le notaba a kilómetros de distancia, aquel camarero empezaba a ser mucho más que un tonteo.

Creo, de verdad, que tendrías que intentar quedar con él, ¡que lleváis casi cuatro meses de miraditas y tonterías!‘ un último intento para que Lola se lanzase de una vez a la piscina, si no era del amor al menos que fuera del sexo desenfrenado con aquel portento.

Mandarme callar era siempre su mejor respuesta. A medio camino entre hacerse la indignada y darme la razón, Lola me chistaba intentado zanjar un tema que amaba pero a la vez detestaba. Era imposible entenderla, toda ella era pura contradicción.

A tan solo cinco minutos de abrir la tienda apurábamos los últimos sorbos del café algo desanimadas por la cantidad de trabajo acumulado al que nos tocaba enfrentarnos aquel día. A mí se me presentaba una agenda de peluquería canina casi interminable y Lola, la reina de los números, no tenía más remedio que pelearse con la contabilidad como cada trimestre.

Cuando nos disponíamos a abandonar el café, Santi apareció como de la nada frente a nosotras. Sin mucho más que decir más allá de un ‘que tengáis un buen día‘ le tendió a mi amiga una servilleta y le guiñó un ojo.

Aquella era la señal de Lola, el paso que ella se moría por dar pero para el que no parecía estar preparada. Su vida amorosa había permanecido demasiados años en standby y era evidente que Santi quería volver a ponerla en marcha.

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Hacía dos semanas que me tocaba desayunar sola los días que Santi libraba en el café. Exactamente el mismo tiempo que Lola y su amante camarero llevaban retozando y dándose cariño del bueno. Yo la echaba de menos, sí, pero también me alegraba de que su vida tuviese ahora esa dosis picante después de tanto tiempo.

Lola llegaba a la tienda puntual y con una sonrisa que a duras penas le cabía en la cara. Hablaba de Santi como si con él estuviese conociendo un mundo nuevo en el terreno del amor y el sexo. No dejaba de repetir lo inmensamente ilusionada que estaba junto a él y en más de una ocasión la había pillado revisando webs de escapadas románticas.

Me alegro muchísimo por ti, pero ve con calma, daros tiempo para conoceros…‘ le había recomendado aquella mañana al ver que Google le estaba enseñando un buen listado de hotelitos con encanto.

Lola había cerrado la pantalla algo avergonzada y aseguraba que tanto su cabeza como su corazón estaban trabajando a la vez. La miré una vez más y su gesto era entonces pensativo. ¿Por qué las mujeres tendemos a complicarnos tanto en esto de las relaciones?

Voy a salir a por un café, ¿te traigo algo?‘ pregunté a mi amiga intentando sacarla de la ensoñación que se la había llevado.

Eh, no gracias, si ves a Santi recuérdale que me espere a la hora de cierre‘.

Crucé la calle corriendo. Así como adoraba el frío, odiaba la lluvia sobre todas las cosas. Abrí la puerta del café, a esas horas prácticamente vacío, y saludé a Santi que se encontraba al otro lado de la barra. Él me guiñó un ojo y rápidamente, sin necesidad de que yo se lo pidiera, se puso a preparar mi pedido.

Asco de lluvia, y lo que nos queda todavía de invierno por delante…‘ intentaba secar mis manos con las diminutas servilletas del café.

Santi se reía y tras un par de minutos se giró para tenderme mi bebida y, para mi total desconcierto, un pequeño trozo de papel. Lo miré levantando las cejas, imaginando de qué iba aquella historia que él solito se estaba montando, y él respondió con un nuevo guiño en esta ocasión nada sutil.

Hazte mirar ese ojo, puede que tengas algún problema‘ le espeté rotunda saliendo por la puerta del café.

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Al menos habíamos conseguido trabajar juntas sin que Lola me reprochase una vez más mis supuestas malas artes como amiga. Habían pasado más de diez días desde que Santi me había lanzado la caña y ella no se había tomado nada bien lo que yo le estaba contando. De hecho, no me había creído.

Desde el minuto cero optó por llamarme envidiosa, celosa y mala amiga. Me acusó de inventar una historia que me dejase a mí como la atractiva amiga roba ligues y a ella de pardilla engañada. Le rogué una y otra vez que me escuchase, pero su decisión fue la de dejarme sola en la tienda.

No atendía ni mis llamadas ni mis mensajes, y el poco tiempo que pasábamos juntas se centraba en codearnos en el negocio. Buscaba sin éxito aunque fuera una mínima señal de que estaba empezando a comprender que yo estaba en lo cierto, pero su cabeza parecía obcecarse cada vez más y más.

Ni siquiera que Santi la hubiera dejado servía como aviso. Pocos días después de darme su número de teléfono le dijo a Lola que se lo había pasado genial con ella, pero que no tenía claro que ambos buscasen lo mismo en aquel momento. Y lejos de que aquella ruptura nos acercase a las dos un poco, mi amiga se lo había llevado todo a su terreno creyendo que la culpa había sido mía.

Dejé de luchar por nuestra amistad esperando que el tiempo o el karma lo pusiese todo en su sitio tarde o temprano. Y tuve suerte, porque aquella misma mañana Santi salió de su escondrijo para mostrarle a Lola la verdadera piel de la que estaba hecho.

Yo desayunaba en silencio mirando de vez en cuando a aquel camarero que, sin cortarse, tonteaba con cada una de las chicas que entraba en el café. No le guardaba rencor, él era un ser libre, ¿pero por qué Lola no podía darse cuenta de aquello? ¿Cómo podía estar tan ciega?

De pronto mi compañera entró por la puerta, miró hacia mi mesa y se dirigió a sentarse en la barra. Santi la saludó educado y una ráfaga de incomodidad pareció sacudirnos a todos. Pasados unos minutos me levanté para pagar mi pedido y largarme de allí cuanto antes. Le tendí a Santi unas monedas y él en respuesta agarró ligeramente mi mano.

Mi número, no lo habrás tirado, ¿no? Estoy esperando que me llames…‘ soltó dejándome anonadada pero generando en mí un sentimiento de triunfo absoluto.

Lola, que ojeaba la prensa en aquel instante, giró su cabeza hacia nosotros y abrió los ojos convirtiéndose casi en un búho. Su boca intentaba pronunciar alguna palabra, pero estaba claro que la incredulidad no le permitía articular ni un ligero sonido.

Tiré de mi mano bruscamente y sin dar ni media respuesta tomé el brazo de Lola para dirigirnos juntas hacia la calle. Entonces, me volví para fijarme de nuevo en Santi.

Y a ésta‘ dije señalando la consumición de mi amiga ‘invitas tú, por listo‘.

 

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Fotografía de portada