Tras la pandemia, como muchos otros que la sufrimos en un piso, me embarqué en la tarea de buscar una casa con jardín, pero cerca de la ciudad, pues tenía claro que, tarde o temprano tendría que regresar a mi oficina. Tras una intensa búsqueda, hallé mi tesoro, una casita bien situada, con buena cobertura y conexión a internet de alta velocidad, ambas imprescindibles para los que, como yo, trabajamos en pijama.

La mudanza fue rapidísima, es la suerte de pasar de un apartamento de 35 metros cuadrados a una casa de casi 200, aunque me sobraba sitio por todos los lados y apenas tenía muebles, me daba igual, por lo que mi primera compra, fue una mecedora para poner en el porche (gracias, tiendas online, por la velocidad de entrega)

Disfrutando de los rayos de sol, surgió mi primer desencantamiento con mi palacio de cristal, el jardín, donde, césped ya no era más que montoncitos de hierba entre trozos de tierra seca, en una esquina malvivía una buganvilla y otro árbol que ni siquiera sabía que era.

Como mis conocimientos en la materia, se reducían a haber matado tantos cactus a lo largo de mi vida que, seguramente, ya se habría formado algún grupo de naturalistas pidiendo mi cabeza. Además, tras la mudanza, me había quedado con unos ahorros mínimos, que no me  permitían contratar a un profesional para que arreglase semejante entuerto.

Pero no me desanimé, cómo buena “millenial” que soy, decidí que yo misma podía crear mi deseado jardín. Para ello, no quedó tutorial en YouTube sin ver, ni foro al que no acudiese, en busca de sabiduría.

Con todos esos conocimientos adquiridos, un sábado visité una tienda de jardinería, donde me pertreché, para llevar a cabo la misión de recuperar el encanto de mi jardín.  Imaginaos la escena, yo con una azada en la mano, decidida a cavar cada milímetro de tierra reseca, como había visto en los tutoriales. Empecé a media mañana, con una determinación total, pero una hora y media después, había abandonado, tras notar como mis manos se llenaban de rozaduras y alguna ampolla, pero el trabajo no avanzaba.

Veía la parcela del vecino, preciosa, con un seto recortado en forma de pirámide, con su césped verde, cortito, que te daban ganas de pisarlo descalza, con un parterre precioso, con unos rosales y otras flores que, no sabía cómo se llamaban, pero parecían un tapiz en tonos azules. No había coincidido con los vecinos, pero me imaginaba que, serían un matrimonio mayor con una afición a la botánica, vaya, una especie de duendecillos de jardín.

Tras derramar un par de lagrimitas de impotencia, me plantee un plan B, preguntarle al vecino, cómo se convertía mi jardín en uno hermoso y verde.

Así, tomando como referencia las películas americanas, me armé de paciencia nuevamente, pero esta vez para hacer un bizcocho, pues  la cocina y la repostería se me da mejor que la jardinería (gracias pandemia por las horas de práctica) Una vez decorado el bizcocho, me puse un outfit casual y recatado, para visitar a los vecinos y llevarles mi presente, con el que quería sonsacar toda la información hortícola para salvar mi jardín.

Quien me abrió, no era precisamente un abuelito, sino un hombre de mi edad, que además no estaba nada mal.

Me presenté y él sonrió diciéndome, que ya había escuchado mis fabulosos gritos, mientras vapuleaba el suelo con la azada. Jaime, que así se llamaba el muchacho, me invitó a pasar e hizo un comentario jocoso sobre el bizcocho, que desvelaba que había descubierto mi plan infalible, pero así demostró que, además de mono era graciosillo, el chaval.

Nos tomamos un café y conseguí saber, cómo podía dejar mi jardín tan bonito como el suyo, contratando a un jardinero experto. Me quedé un poco chafada con su respuesta, pues todo lo que había investigado, lo que había comprado y el daño que me había hecho, fue en balde. Se lo conté, pero él no podía parar de reírse. Estaba tan molesta, que me atreví a decirle, que para él era sencillo, pues tenía un jardinero, que se lo había explicado, para luego sablearle una pasta gansa, así que no podía reírse, de una urbanita convertida en jardinera como era mi caso.

Él seguía riéndose, cada vez más fuerte, hasta que, entre lágrimas, me explicó que era diseñador de jardines y que, además, tenía una empresa que se encargaba de este tipo de operaciones, incluso del sableado.  Ahora, era yo quien se reía, por lo idiota que había sido y pidiéndole mil disculpas, por mi metedura de pata.

Aproveché, para preguntarle por el árbol que crecía en mi jardín, ese desconocido para mí y me dejó de piedra, cuando me dijo que estaba podrido y esa vida, que yo veía, eran hongos, por lo que, lo mejor, era cortarlo cuanto antes. Al ver mi cara de sorpresa, volvió a reírse y me ofreció su ayuda, pues preveía que, si lo hacía yo, siguiendo las instrucciones de un tutorial, preveía que las heridas podrían ser graves.

Quedamos para cortarlo la mañana siguiente, además que le recompensase, invitándolo a comer, pues  a él la cocina se le daba, como a mí la jardinería. Salí de su casa aun sonriendo, por mis malas deducciones y suposiciones, pero, sobre todo, por lo majísimo que me había parecido.

Al día siguiente, llegó a la hora prevista y tomamos un café, que aprovechamos, para hablar un rato, fue cuando él me preguntó por el gato.  Le dije, que no tenía y por qué había supuesto eso.  Su respuesta fue, entre risas, que yo daba tanto ese perfil, como él de abuelito jardinero Así que, no me dejase llevar por mis suposiciones y si quería saber de él, que preguntase.

Tras el interrogatorio, que fue común, supimos que ambos, éramos solteros y sin pareja, que a mi me gustaba el campo, pero nunca había vivido en él, sin embargo, a él le horrorizaban las ciudades y que ambos nos gustaban los animales, incluidos los gatos.

Ya en el jardín, me explicó unas cuantas cosas más sobre lo que podía hacer también para que se viese mejor, sin tener que gastar una fortuna y que requiriese poco mantenimiento, pero que por lo de ahora lo importante era ese árbol y ver si las buganvillas estaban sanas.

Mientras empezaba  a talar el árbol, yo empecé a  preparar la comida. Al cabo de un buen rato volvió para pedirme algo de beber, venía sin camiseta, lo que vi, me dejó tan impresionada, que noté un calor subiendo por mi cuerpo y coloreando mis mejillas.  Mientras buscaba algo fresco, intentó destapar las ollas, pues según Jaime, olía de maravilla. Intenté defender mis secretos culinarios, quedando pegada a él y a su cara.

Entre el calor y su cercanía, me puse tan nerviosa que, no podía moverme, mientras me ruborizaba cual adolescente. Él no se separó, ni un milímetro de mí, soltó la tapa de la cacerola y me agarró con ambas manos, cerré lo ojos pues pensaba que me iba a besar, pero solo me sujetó y me dejó con una mano en el aire blandiendo mi cuchara de madera.  Recobré la compostura, él bebió el vaso de agua y salió.

Cuando la comida ya estaba lista, le avisé, pero antes de entrar se puso la camiseta, parecía que se sintiese intimidado por el suceso en la cocina. Abrimos una botella de vino y alabó mi estofado de corzo, por el que dijo que había valido la pena esperar y me guiñó un ojo, otra vez me puse roja. Jaime, me miró y sonrió pícaramente, al tiempo que me levantaba para traer el postre y  evitar ponerme más nerviosa.

Cuando me di cuenta que, estaba entrando en la cocina, para traer los platos sucios, me sobresalté tanto, que casi me caen las copas de chantilly que estaba colocando en una bandeja. Dejó los platos en la pileta y se acercó a mi preguntándome, casi susurrando, si me daba miedo. Me giré, mientras lo negaba, quedando de frente a  una suave sonrisa que, de forma instantánea, besé. 

Ese día no llegamos a probar el postre, pero sí muchos otros días que con la excusa de ir poniendo a punto el jardín exterior, también arreglaba mis jardines interiores, ya me entendéis no…

Después de estos años, seguimos más unidos que nunca, se trasladó a mi casa para dejar la suya como oficina mientras que ambos jardines se usan como muestrarios para sus clientes, aunque él mío es de bajo mantenimiento con cactus, piedras, pero precioso, aunque en breve tendrá que modificarlo para poner una zona de juegos para los gemelos que acabamos de tener.

Clara Meridiana