Después de la cena fuimos a pasear por el pueblo que tú conocías bien e hiciste de guía, salpicando el paseo de anécdotas sobre los edificios que encontramos. Se rozan nuestras manos, las enlazamos a ratos y otras nos separamos un poco para observar uno u otro detalle.

En uno de esos momentos en que me alejé de ti para disfrutar de una balconada de madera, viniste a buscarme y me cogiste por detrás. Sonreí porque me gusta que hagas eso de improviso, que cruces tus brazos sobre mi pecho y aprietes cada una de mis tetas con una mano.

Esos impulsos de desenfreno me encienden y solo pienso en comerte la boca. Te imagino con bastantes años menos, igual de rubio y con más rizos, metiéndole mano a las chicas mayores de tu pueblo. ¿Eras así?

No respondes mi pregunta y me arrastras hasta sentarnos en un banco, a la luz de la farola. Te sientas primero y me acomodo sobre ti, perfectamente colocada para besarte. Tú cuelas las manos bajo mi chaqueta y me acaricias el pecho mientras te beso, despacio, por toda la cara.

Abres la chaqueta y despasas los primeros botones del vestido camisero que llevo. Entierras tu boca entre mis pechos y mordisqueas la molla que sobresale del sujetador. Mmmm. Me pierdo entre los rizos rebeldes de tu nuca.

Estoy a mil y me encantaría seguir y follarte así como estamos. Te lo digo al oído y cambiamos el banco bajo la farola por un rincón de césped pegado al muro del parque, bastante más oscuro y alejado de la acera.

Vuelvo a colocarme sobre ti y tus manos esta vez sujetan la falda de mi vestido para evitar que quede atrapada cuando me siente. Así, puedes colar las manos por debajo del vestido y lo haces. Atrapas mi culo, gruñes y me mueves sobre ti. Siento cómo crece tu excitación bajo la fina tela del pantalón.

Abro dos botones más de mi vestido y vuelves a besarme las tetas mientras desabrocho también tu camisa de anclas estampadas. Te busco la boca para comerte y el morreo nos enciende aún más que las manos.

Te desabrochas el pantalón y me levanto un poco para que maniobres. Escapa entonces tu carne excitada como un resorte. Te pongo un condón y aparto mis bragas sin quitarlas para dejarme caer sobre tu polla.

Follar en un parque no entraba en mi plan de hoy pero la improvisación multiplica el morbo propio de la situación. También te pasa a ti, más salvaje que de costumbre pero en esa postura nos va a costar corrernos.

«Ponte de pie», me dices con tanta urgencia en la voz que suena a orden. Obedezco sin rechistar. Colocas las palmas de mis manos contra el muro y te pegas a mí por la espalda. Subes la falda para tocarme con una mano el clítoris y alrededores, y con la otra llevas tu polla hasta la entrada que espera.

Empujas y con cada empujón me aplastas un poco más contra el muro hasta no dejar espacio entre tú y yo y la pared. Solo se mueven tus caderas y me avisas de que estás a punto. Te digo que termines y te relevo en la manipulación del clítoris para acelerar.

Trasladas la tuya a mis tetas, desde detrás, como comenzamos y no sales de mí mientras sigue dura. Ya sabes que me gusta esa demora y a ti notar las contracciones del orgasmo. Mis piernas tiemblan y acabo.

Nos sentamos allí mismo un rato, a recomponernos la ropa y hacernos arrumacos antes de seguir con el paseo nocturno…

Autora: Amanda Lliteras.