En lo único que pensaba mientras conducía de camino a casa de mi amiga era que jamás volvería a salir de fiesta con ella. Siempre acababa igual, dormida en el asiento del copiloto y roncando y luego, tenía que ser yo la que la llevara a casa y la metiera en la cama. Aparqué lo más cerca que pude de la puerta y, entre resoplidos y empujones pude cogerla y subir los pequeños escalones que daban a la entrada. De verdad, nunca más, lo prometo. 

Intenté meter la llave varias veces pero se me cayó al suelo junto con mi dignidad. Miré hacia todos lados y estuve a punto de llorar de impaciencia cuando la puerta de entrada se abrió y vi a un hombre con cara de pocos amigos en el umbral. Me miró varias veces pero, en cuanto vio que la chica que tenía en brazos era su hija, rio a carcajadas y me la quitó de encima. No pensaba entrar, ya eran las tres y media de la mañana y quería llegar a casa para darme una ducha y olvidarme del mundo hasta el siguiente año, por lo menos. Me invitó a pasar y lo vi desaparecer escaleras arriba con mi amiga en brazos. Cerré la puerta sin poder quitar la vista de la espalda de aquel hombre y, casi sufro un infarto cuando me sorprendí a mí misma pensando en que ojalá fuera yo la que estuviese entre aquellos brazos. Intenté quitarme la idea de la cabeza pero, volvió a aparecer bajando las escaleras mientras se ponía una camiseta sin mangas a la cual maldije… 

Preparó una cafetera pero, el agua aún no había empezado a hervir cuando me encontré sentada sobre la mesa y besando al padre de mi mejor amiga como si no hubiera un mañana. 

Nos desnudamos mutuamente con ansias mientras intentábamos no despegarnos de un beso que se había tornado infinito. Suspiré aliviada en cuanto noté su mano en mi espalda y se deshizo con mano experto de mi camiseta y sujetador. No sabía si habían sido los últimos chupitos que había tomado, notaba la mente totalmente nublada pero, aquel hombre tenía algo que hacía que no quisiese dejar de tocarle y, como en un acto reflejo tiré del cordón de su pantalón. 

Se acercó a mí tanto como pudo y nuestra piel ardió al contacto. Por mi mente pasó que aquel fuego era demasiado exagerado pero lo achaqué al alcohol y al calor del comienzo del verano. Sus manos me recorrían sin rumbo fijo y cada una de las palabras que pronunciaba entre jadeos me retumbaban en el oído. Lo apresé con las piernas con todas mis fuerzas y clavé las uñas en su espalda para aferrarme y asegurarme de que no me soltara. No pude evitar gemir al notar su lengua paseándose deseosa por mi cuello, lo que no imaginaba es que mi voz pidiéndole que me hiciera suya, fuera lo que le encendiera por completo y provocara que el animal que llevaba enjaulado comenzara a desquitarse con mi cuerpo. El sonido del café saliendo nos distrajo un momento, nos miramos a los ojos y comprendimos que no podríamos seguir sobre aquella mesa, no aguantaría nuestro peso y, mucho menos, nuestros movimientos. Se alejó un segundo de mí, apagó la vitro y volvió a acercarse a toda prisa. El bulto bajo aquel pantalón de tela me ponía más cachonda de lo que nunca hubiese podido imaginar y, en cuanto lo tuve muy cerca, me abracé con las piernas a sus caderas y con las manos a su cuello. Uno de sus brazos me rodeó la cintura y, con el otro se aferró a mi culo con fuerza para levantarme de aquella fría mesa de madera y me llevó, tal y como deseé en principio, escaleras arriba en dirección a su dormitorio. 

Cerramos la puerta con cuidado a pesar de que sabíamos que mi amiga no se despertaría aunque le pasara una manada de elefantes por encima. Seguí besándole hasta que, por puro morbo, le mordí el labio inferior y se sentó sobre la cama dejándome a mí encima. Pasé a lamerle el lóbulo de la oreja mientras buscaba como perra en celo coger aquella polla entre mis manos pero me di cuenta de que aún llevaba el pantalón y eso no podía permitirlo… 

Me deslicé hacia abajo y me arrodillé frente a él, me mojé los labios pasando la lengua varias veces para dejarle claras mis intenciones y, sin pedir permiso, comencé a bajarle el pantalón hasta que por fin me deshice de él. Comencé a lamérsela con mucha suavidad sin dejar de mirarle a los ojos ni un solo segundo, necesitaba verle disfrutar y deseaba con todo mi ser que me suplicara más. Me hice de rogar durante unos minutos y, cuando vi que cerraba los ojos y se mordía el labio, vi la oportunidad perfecta para meterla por completo en la boca y comenzar a chuparla. Sus jadeos me incitaban a seguir, no sabía que tenía aquel hombre de pelo cano pero me excitaba más que cualquier otro hombre. No pude evitar palpar mi clítoris sobre la tela del tanga, llevaba rato palpitando sin cesar y necesitaba de su atención. Me alejé sonriendo y me levanté del suelo, me miró con cierta angustia y sabía por qué era. Había parado en la mejor parte pero, yo también quería disfrutar así que me quité la ropa interior y me acerqué de nuevo. Lo recosté sobre la cama y me puse encima de él,  puse un poco más de saliva y la metí sin problemas.

Ambos gemimos al unísono y comencé a mover mis caderas lentamente mientras me deleitaba mirando la cicatriz de su pecho, sus brazos y, finalmente, sus ojos azabache. Estaba tan cachondo como yo así que, cuando me pidió que aumentara la velocidad, no me quejé. Nunca había tenido un hombre como aquel entre mis piernas, y ahora que se me presentaba tal oportunidad, no pensaba desaprovecharla. Lo cabalgué durante un buen rato hasta que me aferré al cabecero con toda la fuerza que pude y me corrí con una intensidad que jamás había experimentado. Me acosté a su lado y, mirando hacia las pocas luces que se reflejaban en el techo y que entraban por la rendija de la ventana, traté de recuperar el aliento mientras decidí romper la promesa que me había hecho. Volvería a salir con mi amiga mil veces más si, después de cada fiesta, podía terminar la noche con un polvo con aquel hombre. 

 

Nuria Medina.