Me encantan las cosas de segunda mano. Todo. Los libros, los muebles, la ropa… Me parece una  forma de consumir más consecuente y además descubres un montón de tesoritos que de otra forma no sería posible.

Ya os digo que me encanta pero con la ropa no siempre tengo la posibilidad al tener una talla grande. En la mayoría de tiendas de segunda mano que conocí al llegar a la ciudad en la que vivo ahora nunca encontraba nada de mi talla y que me gustase. Así que con esas experiencias pasaba por las tiendas vintage y nunca me decidía a entrar porque temía salir de allí con la misma desilusión.

Sin embargo, un día mi suegra me propuso ir a un mercadillo de ropa vintage al peso. Os prometo que solo fui por acompañarla pero llevaba cero expectativas. ¡Ay amigas! ¡Cómo me equivoqué!

Empecé a rebuscar por las perchas sin mucha emoción pero de repente me di cuenta de que había un montón de tallas y de estilos. Por un lado las prendas vaqueras y por otro las prendas de abrigo. En una percha un sinfín de faldas y en la de al lado numerosas camisetas, tops y demás partes de arriba. ¡Aquello me estaba encantando!

Los probadores estaban en otra sala y había mogollón de cola, así que un poco a ojo, fui cogiendo todo lo que me gustaba y que podría estarme bien: una chaqueta de flores, varias camisetas, dos camisas, dos o tres faldas, un par de vestidos ¡y hasta una gabardina! Como había llenado mi cestita le empecé incluso a echar prendas a la cesta de mi suegra y las dos nos fuimos directas a los probadores.

Me agobia un poco probarme ropa así que cuando sé que tengo que comprarme algo suelo ponerme unos leggins y unas zapatillas que se saquen fácil para poder desvestirme cómodamente. Pero os recuerdo que yo no tenía expectativas de comprar nada así que llevaba unos vaqueros skinny (que en qué me vi de quitar y poner haciendo malabares con la cortina del probador) y unas botas de cordones que tenía que desabrochar del todo para poder sacarlas.

Después de probarme todo y darme cuenta de que muchas cosas me quedaban bien salí de allí roja como un tomate, sudando y despeinada pero con una sonrisa de oreja a oreja. ¡Vamos, que más que de un probador parecía que venía de echar un polvo!

Sé que no siempre es así y que, a veces, no encontraremos nuestra talla o nuestro estilo, pero a mí esta experiencia me animó a romper el tabú y a pasearme con gusto por todas las tiendas vintage por las que paso. ¡A pasearme, no siempre a comprar, porque el precio a veces se escapa de mi presupuesto!

Orquídea