Ahí esta, es el shopper bag de tus sueños: es grande, lo suficientemente rígido pero a la vez flexible para llenarlo de bártulos y ni enterarte. Te cabe hasta tu perro. Además, ¡te pega con todo! Os miráis a los ojos y lo sientes, es amor a primera vista. Buscas desesperada un espejo para ver como te queda y cuando te dispones a colgarlo del hombre. ¡MIERDA! Eso no es un asa, es un cepo para gordas. Y claro, ahí estás tú: con el bolso a medio meter, el brazo engrangrenadito perdido y eso ni sale y entra. Empiezan los sudores y ya, hasta te planteas que la única solución es cortarte el brazo por que amiga, eso no es como los anillos que salen con jabón. Por fín consigues (no sabes muy bien como) sacarte ese instrumento de tortura y devolverlo al sitio del que nunca debió salir.
Y es que yo no sé que pasa ultimamente, que diseñan el tamaño del bolso inversamente proporcional al tamaño de sus asas. Y no. Me niego. Yo paso. Además ¿desde cuando los bolsos se llevan sobaqueros como si fuesemo abuelas? Que no, joder. Así que como está visto que encontrar el shopper bag perfecto es un trabajo de chinos, os voy a ahorrar la tortura para evitar disgustos o peor, amputaciones de brazos.
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