Cuando era pequeña no había muchas mujeres empoderadas representadas en el mundo de la interpretación. Recuerdo con cariño a Buffy Cazavampiros, a las chicas de Embrujadas e incluso algunas series de animación como Sailor Moon. Sin embargo, todas estas poderosas mujeres sólo representaban el 10% del “pastel”. Si quería más historias así tenía que recurrir a mi imaginación, y así fue como creé a mi superheroína particular.

Todas tenemos una superheroína de referencia. Para algunas es su madre. Yo quiero mucho a la mía, pero muchas de mis inseguridades surgieron a raíz de sus comentarios. Supongo que en el fondo necesitaba una figura de referencia que me dijese “vas a ser fuerte, vas a ser inteligente, vas a ser independiente y vas a ser feliz”. Como no la tenía, me inventaba historias.

A menudo pensaba en el futuro, sobre todo cuando tenía 12 años y mi cuerpo empezó a cambiar. Era alta, al menos más que la mayoría de mis compañeras, y tenía poco pecho todavía, pero mis caderas ya se habían ensanchado. “Cuando seas más mayor todo cambiará, ya verás”. Sí, mi cuerpo cambió, pero esa sensación de no ser suficiente permaneció durante muchos años.

No me gustaban mis pechos, que siempre han sido bastante pequeños. No me gustaban mis muslos, que siempre han estado muy juntos. No me gustaba mi personalidad, que siempre ha sufrido adaptaciones para gustar a los demás. No me gustaba mi inteligencia, que siempre ha permanecido oculta tras un fino velo de inocencia y torpeza. Era infeliz en mi piel y en el fondo lo que necesitaba era un adulto que con sólo mirarme supiese el terremoto que había en mi interior. No hace falta ser Superman y tener rayos X para comprender las inseguridades de un niño, solamente un poco de empatía.

Ahora ha pasado mucho tiempo desde aquellos tiernos 12 años y mi forma de pensar ha cambiado. Me encantan mis pechos mis muslos, mi personalidad y mi inteligencia, al menos la mayoría de los días -soy humana, a veces flaqueo-, pero toda esta seguridad no sirve de nada mientras haya más niñas que se sienten como yo me sentí en su día.

Debemos ser un ejemplo de empoderamiento y que las futuras generaciones sólo tengan que lidiar con el miedo a suspender el examen de inglés o a declararse al chico que les gusta. Quiero que las niñas que cada día veo en la puerta del colegio frente a mi casa sean capaces de mirarse al espejo y verse bellas, independientemente de su altura, su peso o su silueta. Quiero que las adolescentes en las que se convertirán puedan volver a casa seguras, independientemente de la ropa que lleven o el alcohol que lleven en sangre. Sé lo que tengo que hacer para ello: convertirme en la adulta que yo necesité de pequeña.