Hemos sido demasiadas las que hemos pasado por un trance de este tipo. Me refiero a ese momento en el que, sin esperarlo en absoluto, de pronto te encuentras en un punto de presión inconmensurable de la mano de un hombre. Esa persona que se sabe fuerte sobre ti, que ejerce esa influencia procurando su objetivo, vendiendo la moto de que nada malo pasa pero en el fondo, en ese lodo putrefacto, conoce a las mil maravillas que lo que está haciendo no está bien. Tú miras a un lado y al otro ¿cómo puedes sentirte tan desamparada en un lugar repleto de gente? Ahí están tus amigas, o tu familia, hay personas que os miran pero nadie se da cuenta. Entonces lo piensas, quizás estás dándole demasiada importancia a algo que no lo tiene. No puede ser tan malo si nadie lo ve estando apenas a unos metros. Después lo cuentas, dices que te sentiste mal, que ese hombre ejerció sobre ti una presión que no te gustó en absoluto, pero los demás ríen mientras te tachan de exagerada. Porque son cosas que pasan, y el problema lo tienes tú, que no has sabido gestionar la situación.

¿Te suena familiar? Quizás entonces también puedas comprender estas situaciones de las que me hablaron mis amigas no hace mucho…

Marta y su jefe, todo un clásico

‘Era mi primer trabajo, imaginaos, tenía solo 20 años y empecé a trabajar en una tienda de ropa doblando camisetas y pasando el polvo a las estanterías. Conmigo trabajaba una chica algo mayor que yo con la que casi no hablaba porque ella tampoco me daba mucho pie. Así que decidí ir a lo mío. Llevaba allí solo un par de semanas cuando un día mientras recogía el almacén de la tienda entró mi jefe, el que me había contratado pero al que casi no había vuelto a ver. Me preguntó si necesitaba ayuda y agradecida por su amabilidad solo le dije que no. Se quedó allí un rato mirando unos papeles y en una de esas yo me estiré para agarrar unas camisas de un alto. En seguida noté sus manos en mi cintura sin motivo ninguno. Le dije que me soltara, porque justo en ese instante noté como sus manos no solo me cogían sino que me acariciaban. Él se rio y solo apartó las manos sin más. No se movió de allí y yo a los pocos minutos empecé a ponerme muy nerviosa porque sentí totalmente sus ojos sobre mi. Cuando me dirigí a la puerta del almacén él estaba delante y pude notar cómo procuró que su entrepierna rozara mi cuerpo al dejarme pasar por el estrecho espacio.

Esa tarde se lo comenté a mi compañera, que para mi sorpresa sí que me dio su opinión sobre todo aquello animándome a no ser tan exagerada si lo que quería era seguir trabajando para aquel señor. Literalmente me dijo que al fin y al cabo que se refrotase contra nosotras de vez en cuando no era para tanto a cambio de un trabajo en aquella tienducha de ropa.’

Elena y aquel chico que la llevó a su casa

‘Mi historia es terrible porque a mis casi 40 años todavía sigo teniendo la impresión de que lo que me pasó aquella noche fue por completo culpa mía. Tiene narices. La situación se dio de la manera más clásica y habitual en estos casos. Habíamos salido de copas por una zona de la ciudad bastante alejada de mi casa y para cuando eran casi las 5 de la mañana estaba bastante contentilla por culpa del alcohol. Habíamos conocido a unos chicos con los que nos habíamos tomado algunas copas y para cuando decidí que ahí terminaba mi noche informé al grupo de que iba a coger un taxi. Entonces uno de los chicos se ofreció muy amable a llevarme a casa, tenía por delante más de media hora de camino y me moría del dolor de pies así que acepté.

Ni que decir tiene que aquel chico y yo no nos conocíamos de nada más que de tomarnos unas copas y bailar juntos alguna canción, pero por algún motivo me monté en su coche sintiéndome segura de que todo iría bien. Y así fue hasta que llegamos a mi portal, cuando me despedí dándole las gracias él directamente me dijo que podía agradecérselo de otra manera, me contó esa vaina de que le había gustado mucho durante toda la noche y que sabía que en el fondo él a mí también. No me apetecía absolutamente nada enrollarme con él, ni un poco, pero sentí una presión bastante fuerte y de alguna forma quise huir de los problemas y pensé que por darnos unos besos no me iba a pasar nada. Me enrollé con él un rato y cuando pude me separé como preguntando si aquel había sido agradecimiento suficiente para dejarme ir. Abrí la puerta y corrí a casa. Fui capaz de contarle a la que era mi mejor amiga que aquello me había hecho sentir muy sucia, por desgracia ella no comprendió y solo me dijo que por darme unos besos en un coche nadie me había forzado.’

Silvia y ese señor que la acariciaba de pequeña

‘Mi madre tenía un negocio en el centro de la ciudad y muchas veces siendo yo tan solo una niña de unos 10 años me pedía que fuese a buscar cambio a las tiendas que estaban cerca. Siempre solía ir a una panadería pero aquella mañana de sábado la señora del despacho de pan me dijo que no tenía cambio suficiente. Probé en una perfumería y en una tienda de regalos pero nadie podía darme el cambio del billete de 10.000 pesetas que me había dado mi madre. Volví con ella y entonces me dijo que fuese a ver al señor del estanco de la esquina. Entré algo cortada porque no lo conocía de nada y en cuanto me presenté aquel hombre salió del mostrador para darme un abrazo que no me esperaba en absoluto. De alguna manera aquel gesto me incomodó muchísimo y solo le dije que tenía un poco de prisa. Desde esa mañana cada vez que me tocaba volver al estanco a por cambio me temblaba todo el cuerpo porque sabía lo que me iba a encontrar. Ese señor me abrazaba tocándome incluso el pelo, aunque de sobra tenía que notar que yo estaba muy tensa.

Al estanquero le dio un infarto cuando más o menos había pasado un año desde aquel primer abrazo y quizás por el alivio que sentí de no tener que volver a verlo nunca más, un día me decidí a contarle a mi madre lo que me pasaba siempre que iba a su local a por cambio. Mi madre incluso me llamó la atención por hablar así de mal de un difunto que siempre se había portando tan bien con todos los negocios de la calle. Porque estaba claro que eso era mucho más importante que lo que yo le estaba diciendo.’

 

Redacción WLS