A veces me pregunto si alguien puede ser el amor de tu vida, aunque solo por un tiempo determinado, y luego simplemente dejar de serlo. Porque yo me enamoré como una loca y, durante muchos años, ese amor creció y creció con cada día que pasábamos juntos. A pesar de que éramos muy jóvenes cuando nos conocimos, supe muy pronto que quería formar una familia con él. Lo que no teníamos era prisa.
Salimos. Formalizamos. Nos fuimos a vivir juntos. Vivimos todas las experiencias que quisimos juntos. Y decidimos que era hora de ser padres juntos. Lo cierto es que no fue fácil, tardé bastante en quedarme embarazada, aunque fue un plazo dentro de lo que se puede considerar normal. Y fuimos tan felices cuando nació nuestro primer hijo. Tanto, tanto, tanto… Vivíamos en una burbuja de felicidad.
Hasta que la burbuja explotó y nos caímos de bruces en ese pozo de miedos, cansancio, frustración e irritabilidad que supone tener un recién nacido en casa. Adorábamos a nuestro niño, eso nadie lo pone en duda. Pero todo lo demás pudo con nosotros. De pronto todo eran malas caras, malas contestaciones y cualquier cosa menos comunicarse con es debido. Hicimos lo peor que se puede hacer: aguantar y dejarlo correr y acumular mierda. Supongo que con la esperanza de que la cosa mejoraría cuando el niño fuese menos demandante. No lo sé.
Lo que sé es que, lejos de exponer lo que nos pasaba e incluso buscar ayuda, lo que hicimos fue tener otro hijo. Creo que, en parte, porque los dos vimos que era ahora o nunca. Que, si queríamos tener más hijos juntos, debíamos hacerlo ya.
Porque lo que con el primero fueron grietas, con el segundo fue una explosión que terminó de volarlo todo por los aires. Por eso digo con absoluta rotundidad que ser padres rompió nuestra relación de pareja. Sin embargo, no lo cambio por nada. No me arrepiento.
Si pudiera viajar atrás en el tiempo, volvería a hacerlo. Echo de menos lo que fuimos y lo que tuvimos. Ojalá hubiera alguna manera de evitar que se estropeara. Pero jamás renunciaría a tener a nuestros hijos cuando los tuvimos. Puedo vivir sin mi expareja, lo que no puedo es concebir mi vida sin mis pequeños.
A menudo me pregunto qué hubiera pasado si no los hubiéramos tenido. O si hubiéramos esperado más a tener el segundo. Y lo cierto es que no tengo nada claro que las perspectivas fueran mejores. Al fin y al cabo, ni él ni yo cambiamos. Solo descubrimos partes del otro que habían estado escondidas hasta que la maternidad/paternidad las sacaron a la luz. Así que no puedo evitar pensar que, antes o después, lo nuestro se iba a terminar. Prefiero quedarme con que ocurrió antes de que el vínculo se rompiera tanto que no quedara la posibilidad de una relación cordial como la que tenemos en la actualidad.
Anónimo
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