Cuando me dijo que quería tomarse un tiempo, vi en su mirada que aquella frase traía algo más de fondo. Mi marido y yo llevábamos un tiempo en la cuerda floja. Yo había pasado un año muy duro, el mobbing laboral me había metido en un pozo muy hondo, pero ya estaba asomando la cabeza para salir (con mucha menos ayuda de la que debería). Empezamos a hacer terapia de pareja por la mitad de mi proceso. Yo sentía que necesitaba más de él y no sabía si él no quería dármelo, si no me lo merecía o si me estaba montando una película en mi cabeza.
Cuando yo empecé a sentirme mejo a nivel personal, mi relación con él también mejoró mucho. Volvíamos a pasear de la mano, a hacer planes juntos, a viajar… Pero en una sesión en que la terapeuta se puso un poco seria con él y le dijo que debía ser claro y decidir si le valía la pena seguir conmigo y hacer los mismos esfuerzos que yo hacía por estar bien en pareja o era momento de tirar la toalla. Que lo importante es que lo hablase conmigo y lo tuviese claro.
No pasaron 24 horas cuando me sentó en el sofá de casa y me dijo que necesitaba un tiempo. Que la terapeuta tenía razón, que no quería luchar más, que estaba cansado de esperar a que yo estuviera bien y que él no quería cambiar nada de sí mismo por mí, así que necesitaba pensar. Yo me lo tomé muy mal, lloré muchísimo y me puse muy triste. Pensé que dormiría en el sofá, pero me dijo que no, que dormiría en “su casa”. Pues si, hacía unos días que había buscado ya donde dormir “para pasar este tiempo separados”.
Pasé una semana horrible de contacto 0 con él, sin entender cómo era posible que las palabras de la psicóloga le hiciesen tomar aquella decisión, pero ya tuviera un piso listo para entrar a vivir.
A las dos semanas empezamos a vernos, porque tenemos unos negocios compartidos y no nos queda más remedio que juntarnos de vez en cuando. Entonces le pregunté cómo estaba y le dije que no podría esperar eternamente. Él me miró extrañado. “¿Esperar?” Yo abrí la boca asustada, no podía decirlo en serio… Pero sí. Ese tiempo que me pidió había sido la manera sutil de decirme que quería el divorcio ya. Que no quería hacerme daño y que por eso había utilizado esa expresión, pero que, obviamente, lo que quería era irse y hacer vidas por separado de forma definitiva.
No me lo podía creer. Me había mentido desde el principio, me había hecho creer que no podía estar conmigo por mi actitud negativa ante la vida… Pero simplemente estaba aburrido de mí y no quería dedicar más tiempo de su vida en pensar en mí y en cómo ayudarme.
Mi duelo saltó de fase en fase en solo unos segundos y solamente pude odiarle. ¿Cómo podía haberme hecho aquello? Dos semanas muy largas en las que yo estaba triste pero llena de esperanza de que aquello se iba arreglar, cuando él tenía tan claro que no quería nada conmigo y no tuvo narices a enfrentar la realidad y decírmelo de una vez.
No pasó ni un mes y lo vi por la calle de la mano de una chica muy guapa. Fingió no verme. Yo al verlo me sentí mucho mejor, pues me di cuenta de que había ganado mucho más de lo que perdía con aquella ruptura. Durante todo el año que yo había estado en una profunda depresión, él jamás me había apoyado, jamás había hecho nada porque yo me sintiera mejor. Decía que las cosas del trabajo debía dejarlas allí (como si fuera tan fácil, a veces) y que no podía amargarme por cosas sin importancia. Me culpaba de no saber salir sola de aquel estado de ansiedad tan profundo. Al ver que, ni un mes después de haberme dejado, pasaba por delante del almacén donde sabía que yo estaba recogiendo mis cosas del negocio que teníamos juntos, era capaz de pasear de la mano con su nueva novia sabiendo cómo estaba yo, demostró la clase de persona que es, la responsabilidad afectiva que posee y que, efectivamente, me hizo un favor yéndose.
Escrito por Luna Purple basado en la historia real de una seguidora.
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