La otra noche, hablando con unos hamijos, me di cuenta de que las flacas y las gordas tenemos más cosas en común de las que se piensa, y una de ellas es esa vergüenza infinita que sentimos la primera vez que tenemos que comer delante de un chico, ¿a que a casi todas os ha pasado? Es increíble. Quedar para cenar con un chico por primera vez conlleva todo un ritual: depilación integral (por si acaso, pero CLARÍIIISIMAMENTE no me pienso acostar con él todavía), lavado y peinado de cabello, loción corporal, perfume, maquillaje, no comer garbanzos en los tres días anteriores para evitar los gases… Lo típico.

 

En mi caso, no puedo dejar que un hombre me vea comer con naturalidad en la primera cita porque eso significaría mostrarle, como si de una película de terror se tratase, el futuro que le espera si piensa enamorarse de una gordibuena como yo, ya que conmigo suelen pasar dos cosas: o adelgazan porque toda su comida me la como yo, o engordan de ansias en un intento desesperado de comer más rápido que yo para no quedarse sin comida.

Pero exageraciones (sí, claro… exageraciones) aparte, la realidad es que a todas nos da un corte TERRIBLE comer delante de un chico en la primera cita. No nos da corte comerle la poll… otras cosas a los primeros 5 minutos de conocerle, pero pedir una hamburguesa en la primera cita se convierte en el acto de mayor valentía de nuestras vidas. ¿Acaso alguna tiene los ovarios de decirme que es posible comérsela sin destrozarla en cada bocado y pringarse hasta las pestañas de mostaza y mayonesa? ¡Es que es imposible! Así que al final acabamos pidiendo una triste ensalada. Eso sí, ¡ nos encanta la cebolla pero no podemos pedirla porque luego nos apesta el aliento!

 

Otras veces directamente optamos por comer súper poco o nada, para no quedar de gordas, pero nada más te despides ya tienes al Telepizza en speed dial. Y me encanta porque esto es algo que, como dije antes, nos afecta tanto a gordis como a flaquis; es un punto de unión precioso entre ambos mundos, es el momento en el que sentimos que estamos realmente conectadas como mujer y nos invade esa maravillosa ola de empatía unas con otras.

Pero, ¿por qué nos da tanto corte? Pues por pura hipocresía social, como casi todo. Porque parece que está mal visto que una chica coma agusto sin miedos y sin complejos, disfrutando del placer de una deliciosa cena en compañía masculina. ¡Y también porque una no se ha pasado 2 horas con la GHD para que ahora se le pringuen dos mechones de ketchup!

Y ya no sólo hamburguesas… ¿qué me dicen del pollo asado/frito/alitas y cosas que se comen con las manos en general? ¡Un desastre! ¿Qué me dicen de ir a un japo para quedar de chachiguays y que los palillos nos jueguen una mala pasada soltando granos de arroz del sushi y dirigiéndolos directos a ese agujero negrodonde todo lo que cae dentro desaparece para siempre- llamado ‘entreteto‘? ¡El fin de nuestra dignidad! Ojalá todas fuéramos Audrey Horne haciendo un nudo con el rabo de las cerezas usando sólo la lengua… pero la verdad es que el resto de mortales pareceríamos la Leire Pajín cuando la pillaron echándose un buche en medio de los Goya.

 

Total, que es una tontería nuestra muy grande esto de que nos dé tanto corte comer en la primera cita, porque en realidad está más que demostrado que a los tíos les gustan las tías que comen y lo disfrutan tanto como ellos, ¿o no? Y que es súper bonito poder ser una misma comiendo. De hecho, conozco a una pareja preciosa que siempre cuentan, como uno de los momentos en que supieron que eran el uno para el otro, el día en que quedaron para desayunar por primera vez y descubrieron que a los dos les encantaba mojar el sándwich en el café con leche.

Y  es que hay dos primeras veces cruciales en las que una pareja sabe que está destinada a la felicidad eterna: la primera vez que te tiras un cuesco delante del otro, y la primera vez que comparten una comida guarra juntos y se ríen de cómo se pringa cada uno.