Todos sabemos que encontrar el momento adecuado con una persona es chungo de cojones. Pero a veces llega, aparece en nuestra vida esa premonición que nos dice  que estamos preparados para ello, como si la luz de la madurez se nos hubiera encendido y nos dijera que debemos encontrar a un amiguito que no solo sea de juegos. Porque aunque cada cual tenga una vida ya hecha, establecida y casi solidificada en los cimientos de años y años en un día a día propio y sin compartir. Siempre hay algo en nosotros que tarde o temprano nos pedirá hacerle un hueco en ella a un «alguien» que nos signifique. Queda claro que a pesar de las dificultades que puedan pasarle a una pareja para llegar al mismo lugar, si se quiere se puede, pero deben ser los dos, a la vez. Se va complicando entonces la cosa…

Si rememoramos nuestras primeras relaciones, sobra decir que después de pasar por una variedad considerable de tíos veleta a lo largo de nuestra adolescencia, alcanzar la madurez (o intento de) y que te llegue uno con las ideas claras y los pies en tierra firme, encandila cual farola de media noche. Y no me refiero al típico tío de siempre, al capullín de turno que mueve el suelo que pisamos con su sola presencia. Os cuento sobre un ser vivo que se mueve por otro tipo de círculos, el que pasa de noches de sábado locas y se apunta a noche de gin y charlas sobre política. El chico maduro, independiente y trabajador con el que toda madre sueña para su hija. Nada de charlas insustanciales, pérdidas de tiempo y cosas poco claras, ha llegado el nuevo homo-maduris-sapien.

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Ya sea por el simple hecho de la confianza con la que se desplazan este tipo de seres o el razonamiento cognitivo que aplican en casi cualquier situación, son atrayentes y punto. Cualquiera en su sano juicio agradecería  un poco de tranquilidad amorosa y anímica después de los vaivenes causados por hormonas toca pelotas del paso. Es entonces cuando encontrar a alguien que ha alcanzado la madurez de tal forma que las tonterías adolescentes como los celos, los reproches, las inseguridades, engaños y ocultamientos no tengan lugar en la relación, es darnos cuenta de que ahora jugamos a otro nivel. Bienvenidos a la nueva relación adulta y madura, en la cual cada uno pasa el día a su aire, con alguno que otro whatsapp por cortesía que consiga mantenernos en contacto con la persona sin llegar a agobiarla/nos, una quedada entre semana para tomar algo es suficiente para no tener ese sentimiento imperioso de necesidad por ver a la persona que antes nos solía tocar tanto las pelotas de pin pon. Terminar la faena entre sabanas, ir al cuarto de baño y acabar de nuevo en la cama poniéndonos al día con las noticias de ultima hora mientras cada cual tiene su espacio vital propio, es la llamada digi-evolución de un pasado en el que hacer manitas mientras os mirabais a los ojos era el pan ñoño de cada día. Es decir nada de necesidad asfixiantes, cero mensajes ñoñas, nula dependencia.

¿Es esto la realidad sentimental que nos tocará sentir el resto de nuestra vida adulta? Cualquiera diría que es lo más cómodo y sobre todo saludable, una relación basada en la independencia del ser humano maduro en pareja. No os voy a mentir, estar siempre en la misma línea conyugal en la cual no pasa ni mucho ni poco puede ser gratificante durante algún tiempo, sobre todo para las personas más tranquilas y racionales de la sociedad. Pero para la otra parte, en concreto para esas personas sentimentales, soñadoras y enamoradas del amor, entre las que me incluyo. Llegados a un punto álgido en este tipo de relación nuestro corazón palpitará en busca de un algo más, una necesidad de química y conexión más allá de la rutina que se pueda tener en este tipo de parejas que no cualquier persona puede darte.

Será entonces cuando realmente tomemos una de las decisiones más maduras sobre relaciones que hayamos tomado hasta el momento. No porque tengáis peleas tontas por todo, mucho menos porque el sexo sea malo, o porque las charlas no seas interesantes. Nos marchamos porque debemos aprender a dejar de lado nuestra comodidad adquirida por un falso estado de bienestar. Y es que que por suerte o por desgracia la vida a veces nos da lo que necesitamos en determinados momentos para aprender lo que realmente queremos, ir a por aquello que nos encienda el alma. No os voy a decir que la tranquilidad, la seguridad y la confianza no sean parte de una relación adulta, beneficiosa y no aburrida. Quizás es complicado de entender el hecho de que una persona que nos haga sentir seguros nos termine aburriendo, ¿es que nos molan los capullos que no dan más que quebraderos de cabeza? No creo que sea así exactamente, tan solo se trata de un tipo de sentimiento por el que no cualquier cuerpo puede hacernos vibrar. A veces estás en el momento adecuado, con las persona acertada, pero sin los sentimientos oportunos. Debemos encontrar a la persona que nos haga sentir que son casa cuando llegamos y aventura cuando lo necesitamos.