¿Alguna vez habéis oído eso de volver a casa como el turrón por Navidad? Pues eso he hecho yo pero en abril. Tras un añito viviendo en Londres, me harté de echar de menos el jamón serrano y decidí volver a la tierra definitivamente.

Tras la visita al dentista de rigor, ir de compras con mi madre y tirar la ropa que ni de coña me seguía valiendo, quedé con mis amigas para ponernos al día y contarnos todos nuestros desencantos amoríos con todo lujo de detalles.

Yo – Alejandra, ¿y qué tal con tu nuevo churri?

Alejandra – Pues tía, ahora que lo dices, tiene un amigo que igual te mola.

Yo – ¡Bueeeno, esto es llegar y pisar el santo! Foto, foto, foto.

Alejandra me enseñó una foto, los astros se alinearon y a mí se me cayeron las bragas. Conclusión: no tardamos ni una semana en hacer una quedada conjunta y salir todos de fiesta en amor y compañía, y resultó que el amigo del novio de Alejandra no sólo estaba buenorro, también era divertido, inteligente y carismático. Si cuando vi la foto se me cayeron las bragas, cuando pasé 30 minutos con él podía haberlas tirado al techo y se habrían quedado pegadas.

Al final pasó lo que tenía que pasar: nos dimos el lote. Cuando mis labios estaban a punto de deshacerse de tanto roce, me dijo que si quería que nos fuésemos.

Entre que yo estoy viviendo con mis padres mientras encuentro un pisito decente y él vive en un pueblo e iba a quedarse en casa del novio de mi amiga aquella noche, no teníamos dónde follar. Total, que nos pareció una maravillosa idea montárnoslo en mi portal.

Os pongo en situación: mi portal tiene una especie de descansillo que no se ve desde la calle y donde te lo puedes montar sin riesgo de que nadie te vea. Además, no hace falta pasar por ahí para subir por las escaleras ni para coger el ascensor. Estaba todo pensado.

Sí, follamos. Sí, fue maravilloso. Sí, hemos vuelto a hacerlo. ¿Entonces que tiene de malo? Pues que a mi madre se le olvidó contarme un pequeño detalle: mientras yo estaba en Londres robaron a una vecina en el portal, así que decidieron poner una cámara de seguridad.

 

Al parecer la portera de la comunidad revisa a cámara rápida las grabaciones del fin de semana todos los lunes y algo le llamó la atención: una pareja follando en el portal la noche del viernes. A modo perrito, tirados en el suelo, contra la pared, comida de polla, HICIMOS DE TODO, y aunque yo creo que mi portera de 60 años no se puso a analizar cada postura sexual, sí que le dio tiempo a reconocer mi cara y el tatuaje de mi brazo. Total, que el lunes llamó a mi puerta.

Yo – Dime Luci.

Luci – Pues mira, corazón. Me da un poco de cosita decirte esto, pero no se si sabes que en octubre robaron a la del noveno.

Yo – Ay, pues no tenía ni idea.

Luci – La cosa es que con todo el tema del robo, se aprobó en junta que pusiésemos cámaras en el portal.

Y yo ahí ya me empecé a poner pálida, y Luci debió notarlo.

Luci – Mira hija, que yo no voy a decir nada, pero tened más cuidado la próxima vez porque os puede pillar cualquier vecino.

Y me despedí de Luci con cara de velatorio, pero dentro de casa me esperaba el funeral.

Mi madre – ¿De qué te hablaba Luci?

Yo – Ay no, nada.

Mi madre – QUE QUÉ TE HA DICHO LUCI.

Yo – Pues que…

Mi madre – Mira, mejor no digas nada porque lo he oído todo.

Yo – Entonces pa’ que preguntas.

Mi madre – Pero tú imagínate que te ve la del quinto, que es una cotilla, y se lo cuenta a la de la farmacia que me mira mal cada vez que me ve. Tú imagínate que disgusto hija, imagínate que disgusto me darías.

Y ahí me encontraba yo, escuchando todos los cotilleos de las señoras del barrio mientras me imaginaba a Luci mirándome los pelos del coñamen.

Sea como sea sobreviví a esa conversación, pero desde aquel día no he vuelto a mirar a Luci a los ojos cuando entro al portal de mi casa.

Anónima.