Él nunca me quiso. En su defensa diré que tampoco me mintió, desde el principio quedó claro que en nuestra relación no había amor y que, probablemente, no lo habría nunca, pero nunca es demasiado tiempo y, aunque al principio yo estuve de acuerdo y sentía lo mismo, poco a poco empecé a agarrarme a él, apenas me di cuenta de cuándo o cómo empezó. Tal vez un mensaje a la mañana siguiente con un emoticono sonriente y preguntándome cómo había amanecido, una referencia a una broma de dos semanas atrás y la sorpresa de que la recordara, una mirada fija a los ojos acompañada de caricias en la mejilla durante interminables minutos y susurros diciéndome lo bonita que era… nunca me mintió, lo hacía porque le salía hacerlo, pero el amor jamás inspiró esos gestos, gestos que a mí me hacían engancharme a él cada vez más sin darme cuenta.

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“No quiero tener una relación” me repetía periódicamente, cada vez que percibía algún tipo de avance o novedad en lo nuestro. Para él eso suponía una atadura que yo trataba de ponerle en contra de su voluntad. Y llegaban los mensajes breves,  monosilábicos; luego al encontrarnos estaban las miradas huidizas, esa actitud de mantener distancia y ese extraño saludo entre dos besos y uno en la comisura de los labios, algo raro y frío, tras conversaciones vacías e incómodas, llegábamos al quid de la cuestión: “estoy preocupado por ti, creo que te estás confundiendo y no quiero que sufras” o “estoy empezando a rayarme, ya te dije que no quiero una relación y esto empieza a parecerlo”, “mis sentimientos no han cambiado, yo quiero seguir siendo libre” o “nos vemos demasiado y eso me agobia”… todas las conversaciones acababan igual: yo le explicaba mi punto de vista, él parecía calmarse, le explicaba lo mal que me hacía sentir a veces, él se sorprendía y parecía dolido por la acusación, pensaba que me enfadaba con él y de pronto, parecía arrepentirse de haber hablado, y comenzaban las caricias en la cara, los besos y las palabras tiernas. Porque cuando está conmigo me mira como si no existiera nadie más en el mundo, pero cuando estamos separados, bueno, supongo que si desapareciera de la faz de la tierra no le importaría demasiado. Yo le preguntaba qué sugería, incluso le ofrecía posibles soluciones que iban desde distanciarnos un poco hasta dejar de vernos, pero él ya había cambiado de opinión, “no quiero nada de eso, sólo quería compartir contigo cómo me siento”, entonces volvía a ser esa persona por la que siento que flojean mis barreras, y entre besos tiernos y susurros conseguía que todo pareciera un mal recuerdo. Él pensaba que yo me enfadaba, pero los sentimientos humanos son complicados, no me he enfadado con él ni una sola vez. Me he decepcionado, mucho, me he sentido dolida, poco valorada, y prescindible, pero nunca enfadada. No comprende eso, no es capaz de ver la complejidad de los sentimientos de una mujer que vive en una montaña rusa cuando necesita estabilidad. Al fin y al cabo, se supone que no tengo derecho a enfadarme porque él nunca me ha mentido.

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Fue él quien sentó las bases de nuestra relación, es él quien las cambia a conveniencia, quien marca los ritmos, quien pisa el acelerador y el freno de forma aleatoria en función de cómo se siente cada día o cada minuto, y yo siempre me he amoldado a ello con buena actitud, componiendo una sonrisa etrusca cuando lo que quería era gritarle que yo también tenía derecho a opinar, que yo también tenía necesidades y deseos que cumplir con él… pero nunca lo hice, siempre sonreí y le dije que de acuerdo. Tal vez ese fue mi mayor error. Tal vez el miedo a perderle me ha hecho perderle más deprisa.

¿Por qué mantener esto? Porque no todo es malo, puesto en una balanza aún pesa más lo bueno: llegó a mi vida en el momento más oportuno, me ha hecho sentir viva cuando ya pensaba que me había congelado por dentro, me ha escuchado y me ha comprendido, nos hemos abierto el uno al otro, nos hemos reído hasta el dolor de tripa… no puedo ser injusta, es una buenísima persona que me ha aportado mucho en un momento difícil de mi vida. Tal vez por eso, me cuesta dejarle ir, aún le quiero en mi vida y no me veo preparada para decirle adiós.

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Desde que esto comenzó, decidí dejar abiertas dos vías: la de que no llegara a nada y terminásemos y la de que los sentimientos evolucionaran y nos enamorásemos… pero él jamás tuvo abierta la segunda vía aunque me decía que sí, él siempre estuvo preocupado por no perderme como amiga cuando esto acabara y veo como, cada vez más, se distancia de mí pero trata de mantener unas bases de amistad forzadas, porque yo no sé si quiero ser su amiga, o mejor dicho, no sé si voy a poder ser su amiga después de tanta decepción.

Esto es una muerte anunciada, yo lo sé y él lo sabe, probablemente desde mucho antes que yo, pero también sé que él no va a dar el paso y está tratando de que sea yo quien lo dé, no sé por qué motivo, tal vez sea porque si soy yo quien acaba con esto, se supone que no tendría derecho a enfadarme, o para no sentirse el malo de la película una vez más. No tengo ni idea, pero lo que sí sé es que la balanza está comenzando a equilibrarse y, poco a poco, van a pesar más las cosas negativas y tendré que tomar una decisión que ambos esperamos desde hace tiempo, no sé cuánto en realidad. Pero no puedo hacerlo ahora, hoy no, tal vez tampoco mañana ni la semana que viene, no estoy preparada para soltar el único y delicado hilo que nos une todavía, porque tengo que seguir viéndole cada semana, porque me lo imagino con otras y siento tal vacío en el alma que casi hace eco, porque sé que a él no le va a importar que me vaya, es más, creo que se sentirá aliviado, y no puedo pensar en ver el alivio en sus ojos, todavía no, sería demasiado duro ver tan claramente lo poco que he significado para él cuando él ha significado tanto para mí.

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Necesito pensar, hacerme fuerte y mirarle como lo que es en realidad: una persona egoísta que, escudándose en que nunca me mintió, se ha comportado como un cobarde que, en vez de hacer lo que sabe que debe hacer, fuerza la situación para que lo haga yo, un cobarde que nunca cambiará y, si ha de hacerlo, no será conmigo porque él siempre me dejó claro que no quería una relación… su cobardía está en la parte de la frase que omitió: “contigo”, si hubiera sido totalmente sincero habría dicho la frase completa, “no quiero una relación contigo”.

Ahora me ha llegado a mí el turno de ser egoísta, seré incluso injusta con él y olvidaré muchas de las cosas buenas para centrarme en las malas, sumado a su actitud distante, todo esto me facilitará mucho ver el momento de dar el paso, de ser yo la que por primera vez diga el consabido “tenemos que hablar”, mirarle a los ojos y decirle con calma que hasta aquí hemos llegado. Explicarle cómo me ha hecho sentir y no soltar ni una sola lágrima, aguantar su mirada sorprendida tornándose en alivio y, lo más difícil de todo, decirle que no cuando me diga que sigamos siendo amigos y sostener entonces con entereza su mirada de incomprensión y tal vez, por primera vez para él, de decepción. Y sería él entonces quien no tendría derecho a enfadarse porque yo jamás le he dicho que pudiéramos ser amigos después de esto, esta vez he sido yo la que nunca le he mentido.

Autor: Mercedes Gómez