Tengo 31 años y jamás en mi vida se me pasó por la cabeza que fuera a caer en algo tan obvio.

Es como si supiera que una amiga perdió 1500€ en una estafa piramidal o te enteras de que tu tío el del pueblo picó con el timo de la estampita o las preferentes de Bankia que lo mismo es. Pues yo, que soy una escéptica pata negra, que no se fía de nada ni de nadie, ha caído en lo más tonto y lo más evidente del mundo: un Catfish en toda regla. 

Aunque es un término muy popular hoy en día, aclaro que es cuando te hacen la trece-catorce y te engañan en una red de contactos personas que no son lo que dicen ser y claro, te lo crees. Porque si no te lo crees no tienen víctima y eres definitivamente la reina de la inteligencia, no como yo. En fin, que aquí os cuento mi historia para que os riáis a coro conmigo, porque la verdad es que me lo tengo merecido.

Érase una vez que se era, un perfil de lo más interesante en una red de contactos. Aquí servidora pica el anzuelo y comienza a hablar con el elemento en cuestión, tras ver en las fotos que es guapísimo no, lo siguiente, y encima alto (sí, cada uno con sus traumas).

En este punto hago un inciso. Tras conocer a toneladas de hombres españoles, había redefinido el perfil de búsqueda y ya me iba yo a conquistar el infinito y más allá (otros países), con la mentalidad inocente que se suele tener en territorio nacional (que no está exento de personajillos de medio pelo, oiga). Así que este perfil correspondía a un muchachito que decía vivir en Londres. Buen sitio, ni muy lejos ni muy cerca.

Aclarado este punto, prosigo mi relato:

Comenzamos a hablar y teníamos muchas cosas en común. Me dio su teléfono, yo le di el mío. Curiosamente el teléfono era de Bélgica y no de UK como sería lógico. Estaba allí de vacaciones visitando a su hermano por Navidad. Ejem…sí, claro.

Era una joya: familiar, guapo, tenía un perro super cuqui, era mitad italiano mitad español, ejecutivo de una empresa química, podrido de pasta, y…valorando trasladarse a Madrid a trabajar. No tardó ni una hora en llamarme y le escuché una voz súper sexy, con ese acento tan agradable que tienen los italianos cuando hablan español. Se desvivía enviándome mensajes, me llamaba más de cinco veces al día, me preguntaba por mis asuntos y preocupaciones, no entraba al trapo en temas sexuales,….un caballero.

Pero…debí ver las señales y aprovecho esta experiencia para advertir a otras almas de cántaro como yo, que no ven la señal de stop hasta que se han comido cuatro coches y una rotonda.

1. No me enviaba fotos.

Su excusa era que no le gustaba hacerse fotos, que tenía muy pocas. Cuando insistí se enfadó como si realmente fuera un trauma y yo, que soy muy respetuosa (y tonta también) no insistí. Lo que no dejaba de extrañarme porque era un tío de esos que quitan el hipo: fotogénico a rabiar, ojazos, cuerpazo. Así que no entendía qué trauma infantil podía tener cuando era un bombón de hombre.

2. Nunca conseguimos vernos por Skype.

Siempre estaba ocupado, muy cansado, no tenía cuenta, bla bla bla. Era obvio que algo no iba bien, pero como seguíamos hablando por teléfono a cada rato, pues no dudaba de que lo que me contaba era verdad. Sí, me merezco un sopapo por inocente.

3. Utilizaba un lenguaje seductor.

Claro, porque no olvidemos que los mentirosos profesionales suelen ser personas muy inteligentes y con muy buena memoria. Él sabía que lo que yo quería y jugaba, como buen liante, a dármelo y quitármelo, creando en mi esa sensación de intriga y misterio, que bien jugado, nos encanta. Todo eran promesas para cuando nos viéramos, iríamos a este o aquel restaurante cuyo dueño era muy amigo suyo, iríamos a ver el barrio donde creció,…todo bien urdido, bien pensado y sobre todo…bien mentido. Cuando tenía alguna duda o alguna cosa en mi cabeza no tenía sentido y se lo decía, se ofendía muchísimo y le daba la vuelta a la tortilla: te han hecho mucho daño y crees que todos somos iguales, yo soy más simple que eso, yo no necesito mentirte y no me gusta que desconfíes tanto. ¿¿¿Te he dado algún motivo para que no me creas???. Hombre, a ver…ahora con perspectiva, pues me diste un buen puñao, pero como una es tontita y cree que los finales felices de Disney son posibles en la vida real, pues te fías. Siempre acordándote de la amiga de tu cuñado que conoció a fulanito por internet y que era de New Jersey, y perdieron el culo el uno por el otro y ahora son marido y mujer, tienen tres churumbeles medio americanos y viven felices. Tú quieres eso!!! Yo quiero eso!!! Todas lo queremos (qué bien conjugo los verbos por dios)…y cuando alguien parece que cumple el estereotipo, tí vas y te lanzas en plancha para que nadie te arrebate la oportunidad.

4. Las mentiras comienzan a oler mal.

Toda esa historia tan bien tramada, comienza a hacerse añicos cuando la inminencia del encuentro está a la vuelta de la esquina. Puedes entender que una vez tenga un imprevisto y no pueda coger un avión y plantarse en España, cuando ya tenía los billetes comprados (hay que recordar que el dinero para él no era problema). Pero cuando empieza a acumular excusas y ante la presión se desborda,.. ¡¡Houston tenemos un problema!!. En su caso esta fue la progresión: mi perro se ha puesto muy malito y hoy no puedo coger el avión, tengo una entrevista con mi empresa nueva y estaremos todo el día de reuniones, hoy me toca ir a mirar pisos con mi nuevo jefe para cuando me traslade, hoy tengo que ir a comer con mi madre que sorpresivamente está en Madrid también, ohhh mi madre me ha dicho que le han diagnosticado cáncer, me quedo con ella para apoyarla,…Sí…cara de estupor. El tufo a cadáver podrido te abofetea sin piedad y aprovechas para recuperar algo del sentido común perdido en el camino.

Este bonito catfish se trunca en el momento en que ya muy seriamente, me planto y le digo que o quedamos esa tarde o que se deje de tonterías. Consecuencia: me bloqueó de todos sitios. Ya en ese momento, debí darme cuenta de que era blanco y en botella, pero en ti queda ese síndrome de Estocolmo o enganche absurdo que te genera la duda y piensas que tal vez todo era verdad, que el pobrecillo no pudo, que soy una egoísta por querer quedar con él cuando su madre le acaba de decir que tiene cáncer…si es que soy lo peor, por eso me ha bloqueado. Ayssss, me merezco una paliza psicológica, lo sé. Obviamente, su cuento no se sostenía y se había dado cuenta de que yo ya veía gato encerrado.

En resumen y gracias a una angelita de la guarda que estuvo muuuuy acertada y le mataba la curiosidad por desenmascarar al impostor, me dio la idea de hacer una búsqueda de imágenes en Google con las fotos que me había enviado y voilá!!!…este infeliz había decidido robarle las imagen a Benny Feilhaber, un futbolista brasileño que está para quererle, mucho y muy fuerte. Así que imaginaos mi cara y el ataque de risa posterior. Aún lo pienso y no puedo dejar de sorprenderme por lo inocente que he sido.

He aprendido de la lección, muchísimo, sobre todo a reírme de mí misma. Que si antes era desconfiada, ahora el triple y lo más importante de todo: a cruzar imágenes en San Google que vela por todos nosotros. Amén.