Nos quisimos en pasado. Siempre en pasado. Sólo hubo un presente fugaz en unos besos furtivos que nos robó la madrugada. Y es que hay relaciones que nacen ya condenadas a fracasar pero tardamos en aceptar que hay cosas que no nacen para nosotros. Jugamos al ratón y a gato, quisimos con los ojos, temblamos con roces a media luz. El salitre bañó confesiones y te quieros dichos tan bajitos que nadie los escuchó, ni siquiera nosotros. El mar se llevó las horas y, con un golpe despiadado, nos despertó de una tierna ensoñación.

Yo le quise tanto que me dolió hacerlo sin reservas. Estaba tan enamorada que no quise aceptarlo. Porque aceptarlo era hacernos daño; porque aceptarlo era aceptar que él no me correspondía. Puse luz en su oscuridad autoimpuesta. Lo hice sin pensar, sin planificarlo. Me izé como el faro al que encomendarse para volver a casa. En medio del naufragio, me dijo que lo nuestro nunca sería una canción de Sabina, que Suárez cantaría nuestro desamor como la noche en que la playa se nos hizo día.

Me fui donde habita el olvido. Fingí como su mejor actriz de reparto que lo nuestro fue parte del peor guión de vodevil. Le di tantas vueltas a sus palabras que nunca encontré el verdadero sentido de nuestro adiós. Me tatué los nombres de sus amantes para fingir que no me dolían como agujas atravesando la piel. Me odié por no ser ellas y me acabé reconciliando con mi imagen imperfecta por ser mía. Nos quisimos en pasado porque nunca encontramos el presente, ese que se escondía en un beso en el portal que siempre estaba fuera de la ruta de nuestro destino. Nos quisimos en pasado porque fuimos cobardes para mirar al horizonte buscando el futuro.

Jessica Arcos