Y de golpe llega alguien que lo cambia todo. Sin pensarlo, sin quererlo, sin tenerlo previsto. Esa persona que apareció de la nada, en el momento menos esperado, en una situación que nunca imaginarías. Llega y le da la vuelta a tu mundo. Pone todo patas arriba. Pero nunca estuviste más segura de algo. De que no es sólo otra persona perdida en el mundo. Es un mundo. Un universo nuevo, que estás impaciente por descubrir. Pero con calma, poco a poco, que las prisas nunca fueron buenas.

A pesar de esto, sabes que no puedes. Que quieres conocer más y más. Que el día no tiene suficientes horas (libres) para perderte en él. En ese universo, cada vez más compartido. Porque sí, empiezas a darte cuenta de que ya no es una mera casualidad. Son miles, millones de casualidades juntas. Cada nueva conversación deja claro que sois iguales en casi todo, en lo más importante. Descubrirle nuevas cosas, y que te las descubra a ti. Emocionaros con las mismas canciones, sufrir con las mismas series, aguantar los mismos problemas en el día a día, tener los mismos sueños y las mismas dudas. Y por supuesto, esos pequeños piques por chorradas que tanto os gustan, esos retos, ese “a que consigo que eso que tanto odias te guste”, y claro, claro que lo consigue.

Ya no piensas en negativo, porque es imposible. Cualquier pensamiento se vuelve alegre, optimista. Eres feliz, sí, feliz de verdad. Descubres que la vida no tiene por qué ser difícil y complicada, que somos las personas las que lo complicamos todo. Nos gusta darle 20000 vueltas a cada pensamiento, dudar infinitamente de todo, buscarle un triple significado oculto a cada frase. Y descubres que ya no es necesario. Las cosas son claras, cristalinas, y simplemente, geniales.

Ilustración de Luiza Bione
Ilustración de Luiza Bione

Momentos de risas tontas, de tonterías, de frikadas, de palabras. Muchas palabras. Y es que al final, casi toda nuestra vida son letras en una pantalla…y entonces comienzas a dudar por primera vez. El miedo aparece. Ese miedo a que en persona vuestra conexión desaparezca, a que no le gustes, a que no te guste, a que todo se haya idealizado, a que todo salga mal, a haber perdido el tiempo. Ese fantasma no te abandona, y el monstruo del armario de tu habitación se asoma y amenaza con destruir el sueño en el que vives. Pero desaparece rápidamente, porque él mata monstruos por ti, porque aparta cualquier pensamiento triste de tu cabeza en un milisegundo. Y lo mejor de todo: sin quererlo. Porque es increíble. Simplemente. Y no quieres dejar de descubrirlo nunca.

Y lo conoces, y aunque tras tanto tiempo detrás de una pantalla todo es tan raro en un principio, enseguida ves que ya no hay un “él” y un “tú”. Que a partir de ahora hay un “vosotros”. Que sois una misma persona, en un planeta aparte, en una galaxia muy, muy lejana, en un universo propio. Viviendo un momento perfecto, y por fin, compartido. Y os reís al unísono. Os miráis, y es como si todo el tiempo sin veros no hubiera existido. Y sabes que mereció la pena. Que hay personas que, simplemente, aparecen y te iluminan la vida. Y él es una de ellas.

La niña de las dudas infinitas