Quizás ahora pienses que te mueres. Que te estás volviendo loca y que necesitas desesperadamente la piel con la que creíste poder despertar el resto de tu vida. Quizás pienses que el dolor nunca se va a ir, que se volverá una parte más de ti, una cicatriz invisible que te dolerá cada vez que creas oír su risa en el metro.

No puedo decirte que será fácil o que no vayas a llorar. Tampoco puedo evitar que la desilusión se anide en tu pecho o que tus días se vuelvan más grises desde que sientes que os separan océanos de palabras insalvables.

Pero si puedo decirte que un día mirarás atrás y entenderás, que si no pasa, también es una señal. Que a veces, esquivar al destino, es lo mejor que te puede pasar y que hay cosas, personas y momentos, que por mucho que queramos, por mucho que lo deseemos con cada ápice de nuestro corazón, sólo nos van a causar dolor.

No te pido que finjas cuando el dolor está en tus venas, ni que ensayes una sonrisa falsa en el espejo, sólo que recuerdes que la vida siempre tiene un as en la manga y que cuando sientas que no puedes más y que las ganas de tirar la toalla te hacen cosquillas en los dedos, te permitas el beneficio de la duda y confíes en lo que está por llegar.

Porque un día te levantas y eres feliz. Y tu mente ya no te juega malas pasadas recordando el color de sus ojos. Un día sonríes y sonríes porque quieres, no porque tengas que hacerlo. Y ese día das gracias porque sabes que te aferraste demasiado a algo que no encajaba. Y si ese algo te agota de tanto luchar, déjame decirte que lo mejor que te pudo pasar es que no sucediera.

Así que recuerda: a veces hay que perder, para no perderse.