Hace años, por circunstancias que no vienen al caso, me distancié de forma rotunda de una persona que había sido muy importante para mí en los últimos años. La conocí en el trabajo. Aunque pronto supe que no encajaba con ninguno de mis compañeros por falta de afinidad, llegó ella para marcar la diferencia. No se callaba nunca, tenía una vida muy movida y dramática y, en cuanto conoció un poco de mi vida y mi situación no muy fácil, se volcó conmigo como si me debiese algo.

De pronto éramos familia. Su marido y ella eran exactamente lo que yo necesitaba en esta ciudad en la que estaba tan sola. Pasábamos mucho tiempo juntos, me hacían partícipes de sus celebraciones, de sus logros y de sus aventuras. Y eso me hacía olvidar, por momentos, algunas dificultades de mi vida que me estaba costando afrontar.

Planeaban tener un bebé. Yo soñaba con poder vivir ese embarazo a su lado, ser quien la acompañase a las revisiones cuando él no pudiese, ayudarles a elegir los muebles de la habitación, amenazaba con llenar aquel cuarto con unicornios, pues siempre me parecieron los seres más adorables del mundo. (No existen, ya lo sé, no seáis aguafiestas).

El caso es que aquel embarazo se estaba haciendo derogar y yo tenía tantas ansias como ellos de aquel positivo que nos cambiaría la vida. Pero entonces, algo se torció. Ellos cambiaron su forma de actuar conmigo. Una amiga común me contaba cómo ella se quejaba de mí, de todas esas cosas que siempre había destacado de mi personalidad, pero ahora desde un punto de vista negativo, cómo hablaba con otras de mis intimidades y de mi vida sin mi permiso… Me decepcioné mucho y me distancié.

Las cosas solo podían ir a peor, cuando ella me escribe rompiendo nuestra relación definitivamente por un  montón de motivos que yo no alcanzo a entender y que no pretendo oír, pues ya me dolía tanto todo que no soportaba nada más que pudiera venir de ella, que tan importante había sido para mí.

Supe, de casualidad, que un mes más tarde de aquel mensaje ella se quedó embarazada. Tardé mucho en tener noticias, pues no teníamos muchos lazos comunes y nos evitábamos en la medida de lo posible. Cuando supe que había sido una niña repasé en mi cabeza las listas de nombres que habíamos pensado juntos los tres y acerté al decir uno.

Desde ese momento, cada vez que veía un peluche, un globo, un dibujo o un juguete de unicornio pensaba en aquella niña a la que no había visto jamás. Dicen que no se puede añorar lo que no has tenido, pero yo añoraba a aquella niña, deseaba poder mecerla entre mis brazos, oírla respirar mientras dormía, oler su cabecita. Había planificado la llegada de esa niña como si fuera mía y ahora solamente sabía de ella que existía y que parecía sana. Me arrepentí de haber tirado aquel cojín de unicornio que su madre me había regalado, quizá ahora podía habérselo hecho llegar, aunque no tendría sentido…

Entonces, un día como otro cualquiera, me llegó un mensaje que no contaba con recibir. Era ella. Había descubierto que, aquella chica que me había contado cosas tan feas de ella hablando de mí, la misma que a ella le había contado cómo yo la acusaba públicamente de cosas terribles y cómo contaba con todo lujo de detalles sus intimidades más personales, le había mentido en algo muy obvio y, sin más, sospechó que aquello que le había dicho de mí era mentira.

En dos conversaciones llenas de desconfianza mutua, cariño, rencor y disculpas sinceras, pudimos vernos y abrazarnos por fin tras casi 3 años de distancia.

Su hija ya caminaba, no era ese bebé que yo soñaba con mecer, pero no todo estaba perdido, todavía podía participar en su vida y ayudarla a amar los unicornios como los seres más adorables del planeta.

Su madre me confesó que le había decorado la habitación con varios unicornios pensando en mí y en la parte bonita de nuestra amistad, que nunca debió de terminar.

La vergüenza y el no querer afrontar una posible discusión nos llevó a caer en las redes de una mentirosa que nos dañó de la peor manera posible. Pero nosotras lo permitimos con nuestro silencio. Lo bueno de las verdaderas amistades es que no es necesario pedir perdón. O sí, pero no suplicar ni flagelarse, simplemente ser sincero y no poner excusas. Ahora guardo un pequeño unicornio para su próximo cumpleaños. Espero que le guste tanto como a mí.

 

Escrito por Luna Purple, basado en la historia de una seguidora.
 (La autora puede o no compartir las opiniones y decisiones que toman las protagonistas).

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