Tuve hace años una compañera de trabajo que siempre me hablaba de una tía suya que era bastante peculiar. Llegamos a tener cierta confianza y en los descansos del trabajo solíamos charlar entre nosotras, ya que no teníamos mucho en común con nuestros compañeros de turno. El caso es que un día me habló de su tía Marga, a la que ella y su madre habían rebautizado muy acertadamente como “Amarga”. Y es que era difícil dar con la clave para que cualquier reunión familiar no acabase con una larga retahíla de quejas y críticas. Si comían fuera, los camareros servían mal las bebidas, la carne estaba poco hecha, la mesa cojeaba, había demasiado ruido y el local no estaba todo lo limpio que debía, además siempre guardaba alguna perlita para algún miembro de la familia, que solía ser un “cómo has engordado tanto” “menos mal que te empiezas a arreglar un poco, sin maquillaje pareces una yonqui” o cualquier otra faltada aleatoria a cualquiera de los allí presentes. Casi siempre lograban que no acudiese, pero cuando los astros se alineaban en contra de la familia, allí aparecía Amarga, para ejercer su papel.
Había pasado una vida bastante dura y eso explicaba un poco su carácter, pero no justificaba en absoluto sus faltas de respeto y su actitud para con el resto de las personas de su entorno. Ahora, además, había aprendido a manejarse con internet en su teléfono, así que era raro salir de un local con ella sin que sacase inmediatamente el teléfono para poner una mala reseña en Google. Si, por casualidad, estaba conforme con el servicio (algo que ocurría muy poco y normalmente tenía que ver con que algún jefe apareciese montando un pollo a un empleado o que tratase mal a un adolescente, porque “los jóvenes de hoy en día…”) jamás se acoraba de escribirlo en ningún sitio, lo poco positivo que podía decir se lo guardaba para ella.
Hace poco entré en un foro de mi ciudad en una red social que me llamó la atención, había una publicación de alguien hablando de la maravillosa organización de las fiestas de un barrio, decía que habían sido pensadas tanto para los niños y niñas como para adultos, que habían invertido el dinero muy bien en dejar el barrio bonito y hacer actividades lúdicas muy originales. Allí encontré, entre los comentarios, a Amarga, haciendo alarde de su falta de saber estar, diciendo que habían molestado por las noches a los vecinos que querían dormir, que su portal había amanecido sucio y oliendo a orines y que estaba segura de que la comisión de fiestas se había quedado con una parte del presupuesto para sus cenitas y reuniones.
Me sorprendió mucho ya que, hasta donde yo sabía, ella vivía en la otra punta de la ciudad. Por supuesto al hilo de su comentario sucedían varias respuestas diciendo que nada de aquello podía ser cierto a lo que ella contestaba con insultos y descalificaciones personales. Pues justamente hoy entro de nuevo en el mismo foro donde alguien cuenta que en otro barrio de la ciudad deciden anular las fiestas este año para invertir lo recaudado en acondicionar el local social del que disponen para poder dar mejores servicios a personas como movilidad reducida, madres con carritos de bebés y, además, comprar unos toboganes y columpios para el interior para poder ofrecer a los niños y niñas del barrio un sitio donde correr y jugar, ya que el invierno se les hace largo y no tienen una alternativa para juntarse. Ahí estaba Amarga de nuevo a la carga, poniendo a pan pedir a la organización, ya que ella había dado ese año el dinero esperando tener una buena fiesta como la del barrio X (aquel en el que había comentado la vez anterior) que sí sabían organizar buenas fiestas, y que ahora a ella le tocaba quedarse sin poder bailar en la verbena de su barrio ni escuchar a la juventud disfrutar por las noches, que era lo que le daba vida a su calle.
Obviamente tenía decenas de respuestas diciendo que era una desconsiderada, que no podía hablar en serio cuando criticaba la buena acción del local social del barrio que beneficiaría a tantas familias… Hasta que alguien la reconoció y preguntó directamente en qué barrio exactamente vivía ya que había criticado poco antes las fiestas de otro barrio como si viviese en él. Lejos de callarse y desaparecer, arremetió todavía con más furia diciendo que ella vivía donde le daba la gana.
Ahora que su familia ha conseguido que deje de acudir a las reuniones familiares, yo me la encuentro por aquí, en los foros y comentarios de las redes sociales, criticando a unos por machistas y a otras por “feminazis”, a unos por hacer chistes de mal gusto y a otros por tener la piel fina ante una broma… Y así, entre incoherencias y faltas de respeto, pasa esta mujer su vida, entrando a criticar la vida y obra de cualquiera que pase por delante, sin darse cuenta de que sería mucho mejor para ella intentar sanar la relación con su familia, que tanta paciencia tuvo siempre con ella, e intentar tener una vida más allá de la pantalla de su smartphone.