Hace ya unos cuantos años que conozco a Ángel e Iván. Coincidimos en un trabajo de mierda un tiempo, no nos hicimos super amigos, pero son dos chicos a los que les tengo un cariño especial y genuino. Supongo que en otro momento de mi vida nos hubiésemos hecho íntimos, pero yo ahora llevo una vida diferente muy casera, de madre a tiempo completo y ya no tengo tiempo ni fuerzas para otro tipo de relaciones.

Ellos llevaban juntos algo menos de un año cuando los conocí. Se me hacía extraño porque, por un lado, el conocimiento total del otro y de su historia, la compenetración que había entre ellos y esa sensación de que podían saber lo que el otro decía sin hablar, sugería que llevaban juntos toda la vida. Sin embargo, ese enamoramiento loco, esas chiribitas en los ojos, ese cuelgue absoluto que se les notaba a ambos daba a entender que se estaban enamorando ahora mismo.

Recuerdo como uno de esos momentos de “tierra trágame” la mañana en que, antes de entrar a trabajar muy temprano me encontré a Ángel en la puerta y lo saludé medio dormida. Se me abrieron los ojos de golpe cuando vi aquellos enormes chupetones en el cuello que le ocupaban todo el espacio entre el hombro y la oreja por un lado y toda la nuca por detrás. Él sonrió tímido, como quien no quiere presumir de haber tenido una sesión de sexo salvaje, pero en realidad sí quiere hacerlo. Me guiñó el ojo y dijo algo como “una noche salvaje, ya sabes”. Yo me reí y entré alucinando, porque no había visto semejantes marcas en mi vida. Nada más entrar y ponerme en mi puesto, pasó por mi lado Iván, así que no desaproveché la ocasión para bromear sobre lo que había visto. “¿Te habrás quedado sin hambre por largo tiempo! Anda que… Lo has dejado bonito”. Él me miró con gesto extraño, como si no supiera de qué le hablaba. Normal, aun no había salido el sol y él ya llevaba varias horas trabajando. Por eso le dije “¿Cómo le has puesto así el cuello al pobre Ángel? Le esperan unos días de vaciles…” Entonces, casi sin inmutarse, levantó los hombros en señal de indiferencia y dijo: “¡Ah! Eso. Yo no fui”.

Pensé que sería una broma e iba a seguir insistiendo cuando me percaté de que su gesto neutro no variaba en absoluto. Entonces, mi mente frenética, se puso a imaginar infinitos escenarios en los que acababa de meter la pata hasta el fondo. Seguramente Ángel había sido infiel a Iván y yo acababa de meterme en un jardín sin ningún tipo de delicadeza.

En cuanto pude me acerqué a Ángel, para advertirle de mi metedura de gamba y que los siguientes reproches de Iván no le cogiesen de improviso. Él se rio a carcajadas mientras yo lo miraba muy seria, temblando y con los ojos vidriosos por el miedo a que se enfadase conmigo y con razón. Me agarró por los hombros y me sacudió, como queriendo sacarme el agobio y me dijo “¡¿Pero es que no sabes que Iván y yo tenemos una relación abierta?! Tranquilízate, el primero en ver esto fue él y es quien más me putea por ello, sabe que no me gusta que me marquen, pero ese tío se pasó” Yo no sabía qué cara poner, solamente sonreí aliviada y él añadió “Si el contacto del tío me lo pasó él” y se fue, dejándome aún más sorprendida.

Esto quedó como una anécdota para la posteridad.

Han pasado ya unos cuantos años de aquello. Nuestra relación tuvo momentos de más cercanía y otros en lo que pasamos meses sin vernos, pero el cariño sigue siendo el mismo. Así que corrí veloz a su llamada cuando quisieron preguntarme algunos detalles burocráticos y organizativos sobre las bodas. Se habían decidió al fin a dar ese paso juntos.

Pasamos una tarde agradable hablando de nuestro pasado juntos en aquel curro infernal, de la gente con la que compartíamos relación, la que parecía super buena y resultó no serlo, la que, a pesar de estar siempre enfadada, tenía buen fondo… Y, cuando mi marido salió de trabajar y se acercó a nuestra reunión improvisada, comenzó una conversación más profunda. Ellos le contaron aquella anécdota que tan mal me lo había hecho pasar y nos reímos todos. Entonces les dije cuanto me sorprendía verlos siempre con ese buen rollo entre ellos y que, si habían decidido casarse ahora, era porque no era algo fingido. Entonces me dijeron: “¿Quieres saber cual es el secreto? ¡Pero si ya lo sabes!” Yo, como la pava que soy, los miré desconcertada.

“Es normal, sobre todo siendo tu una mujer criada en este mundo patriarcal en el que se ha llevado el concepto de la propiedad hasta las relaciones y se habla de la monogamia como única opción viable. Nosotros nos conocimos una noche en que ambos habíamos estado con otros antes y nos gustamos mucho. Algo encajó entre nosotros. Nos enamorábamos cada día un poco más, pero el deseo no tiene que ver con esto. Que yo me excite al ver a este o a aquel no significa que no le ame, no significa que me guste menos. Significaría que no le respeto si él no lo supiera, si nuestros acuerdos fueran otros. Pero no eres consciente del esfuerzo mental que requiere no sentirte atraído por otro, o sentirte culpable cuando te pasa, hasta que dejas que todo pase de forma natural. ¿Tú sabes cómo surgió la monogamia?” La verdad es que esta conversación me pilló terminando “Los sentimientos del príncipe Carlos”, una novela gráfica de Liv Strömquist que habla precisamente de esto y del poco sentido que tiene que algo fisiológico sea impedimento de un amor romántico auténtico por una persona.

Ellos ese día me lo confirmaron con total seguridad. Llevan ya… No sé, supongo que unos 7 años juntos y jamás se han peleado más allá de quien friega los platos hoy o absurdeces así. Se aman profundamente y viven su sexualidad al máximo. Tienen sus acuerdos para que ambos estén cómodos. “Es importante saber qué te hace sentir incómodo. Venimos de muchas generaciones en que esto estaba mal, así que hay que entrenar al cerebro y a la conciencia, pero lo más importante es ser sinceros y hablar las cosas con claridad. Cuando algo no te gusta, cuando algo te incomoda o te hace sentir inseguro. Se ponen los acuerdos necesarios para ambos y se van modificando según tus propias dinámicas de pareja necesiten. Os juro que mentalmente somos más libres que nunca y sin presión alguna sobre nuestra relación. Lo nuestro es para siempre si o si.”

Y allí los dejé, enamorados y felices. Mi marido y yo nos miramos. Estamos seguros de que tienen mucha razón y estamos totalmente de acuerdo con la teoría, pero la sociedad ha influido casi en nuestro ADN y pensar en algo similar ahora mismo nos haría volar la cabeza. Pero con el tiempo, quien sabe…

 

Luna Purple.

Si tienes una historia interesante y quieres que Luna Purple te la ponga bonita, mándala a [email protected] o a [email protected]