Lo primero que debo confesar respecto a este asunto es que mi novio  no sabe, ni debe llegar a saber nunca, las sospechas que recayeron sobre él por mi parte porque sé que le dolería muchísimo, y no sería para menos. Y es que en cierto modo es gracioso cómo me monté la película de que mi novio me estaba engañando cuando nada más lejos de la realidad, pero a nadie le hace gracia enterarse de que su pareja cree que le están poniendo los cuernos cuando encima no es así. 

Tengo que dejar claro también que ni mi novio (al que voy a llamar Carlos para contaros esto) ni yo hemos sido nunca personas ni celosas ni posesivas, ya que disfrutamos mucho compartiendo tiempo y espacio pero siempre hemos respetado la independencia del otro: por ejemplo, yo nunca he tenido problema si mi novio ha quedado con una amiga o con una compañera del trabajo para dar una vuelta y hablar de sus cosas, al igual que él nunca ha tenido problema si yo he querido salir de fiesta y me he ido con mis amigos sin él. Fuera de eso, él sigue siendo la persona con la que mejor me lo paso, en la que más confío y con la que más me gusta compartir momentos, y estoy bastante segura de que a él le ocurre lo mismo conmigo.

Supongo que fue por eso por lo que empecé a sentir que algo no iba bien entre nosotros.

Llevamos más de siete años juntos y casi tres de convivencia, y no me puedo quejar de que la rutina haya hecho mella en nuestra relación, ya que no nos aburrimos de hablar, de salir juntos, de hacer planes y mucho menos de follar, porque la pasión del principio está muy bien, pero cuando combinas esa pasión con la confianza, la comunicación y el conocimiento de la otra persona, apaga y vámonos. 

Por eso me extrañó tanto que de buenas a primeras Carlos se mostrase tan distante conmigo. De repente podía pasarse las horas muertas con el móvil sin hablar conmigo, y si le preguntaba que en qué andaba tan concentrado me contestaba con evasivas; además, si me acercaba a él escondía rápidamente la pantalla para que no viera lo que estaba haciendo. También se aseguraba siempre de guardarse el móvil en el bolsillo él, que constantemente se lo dejaba en cualquier rincón de la casa y raro era el día que no me tocaba llamarle para encontrarlo.

Esto de por sí era raro, pero más raro fue cuando en un par de ocasiones llegué de trabajar y vi que no estaba en casa, y sí, me dio excusas creíbles pero se mostró nervioso, como si acabase de improvisar sobre la marcha. Después de eso le pillé otras dos o tres veces recién llegado de la calle pese a que él juraba y perjuraba que si estaba vestido y calzado era porque tenía que bajar al perro, y acto seguido cogía a su cómplice de cuatro patas y desaparecía. Además de todo esto, ya no me buscaba para tener sexo conmigo, cosa que terminó de convencerme de que algo raro tenía que estar pasando.

No os creáis que no intenté hablar con él; obviamente no le pregunté si se estaba viendo con otra persona, pero sí que traté que me dijera si estaba bien y si tenía algún problema conmigo, a lo que me respondió abrazándome y diciéndome que estaba mejor que nunca.

Así estuve casi un mes dando vueltas a la cabeza, preguntándome si era real lo que estaba viendo o si era todo cosa mía, observándole en silencio sin saber cómo abordarle, convencida de que se estaba alejando de mí, de que había otra persona en su vida.

Hasta que una noche llegué del trabajo y vi que no estaba en casa. De hecho no estaban ni él ni el perro: sólo un sobre de papel colocado sobre la almohada, esperando a ser encontrado por mí. Lo abrí con las manos temblorosas, temiéndome lo peor; sin embargo, la nota se limitaba a decir ‘’baja al portal y sube al coche de tu hermana’’. La verdad es que no es sólo que me sorprendiera, sino que llegué a asustarme un poco, así que llamé a mi hermana para ver qué pasaba. Ella se rió al escucharme preocupada y me dijo que me diera prisa en bajar, que tenía que llevarme a un sitio que me iba a gustar, así que cogí de nuevo mi bolso y bajé, completamente desconcertada y sin tener ni idea de qué iba a encontrarme. Durante el camino le pregunté varias veces, pero por más pesada que me puse fui incapaz de que soltase prenda, aunque al menos consiguió que me relajase un poco y me convenciera de que no pasaba nada malo.

 

Finalmente llegamos a un lugar apartado que yo conocía muy bien, una zona a las afuera de la ciudad y a la orilla del río con mucho significado para Carlos y para mí, pues era donde me había llevado siete años atrás para pedirme salir. Siete años hacíamos ese día y yo había estado tan nerviosa y tan confusa que ni siquiera había caído en la cuenta de que era nuestro aniversario. Llegamos hasta donde estaba él con nuestro perro, bajé del coche y mi hermana se fue. Carlos vino a buscarme, me dio un abrazo, me cogió la mano y me guió hacia un mantel colocado en el suelo y cubierto de algunas de nuestras viandas favoritas, las cuales peligraban bajo la atenta mirada de nuestro perro, tan pendiente de ellas que ni se había dado cuenta de que yo había llegado. Nos sentamos en el suelo y entonces me di cuenta de que sonaba música; Carlos había puesto en el móvil una lista con las canciones que nos han acompañado a lo largo de todos estos años.

Y ahí me eché a llorar.

Carlos me abrazó, mi perro se lio a lamerme las lágrimas y a mí no me salían las palabras. Me sentía tan agradecida y tan querida, y por otra parte tan culpable de haber dudado de él y de no haber recordado nuestro aniversario…

Debo admitir aquí que tiré de una pequeña mentira y le dije que su regalo aún no estaba listo, a lo que él respondió que no me preocupase, que aún no había visto lo mejor.

Entonces se arrodilló y se metió la mano en el bolsillo. Y me pidió que siguiera creando momentos tan maravillosos a su lado durante toda la vida.

Por supuesto le dije que sí mientras me echaba a llorar otra vez, tonta de mí, que había creado todos los escenarios catastróficos posibles en mi cabeza, que había creído que mi novio había dejado de quererme o me estaba engañando y lo que pasaba era que estaba planificando cómo pedirme matrimonio.

Por cierto, no os creáis que no le regalé nada por nuestro aniversario: encargué un lienzo con su foto favorita de nosotros dos con nuestro perrete y una joya de voz con un fragmento de nuestra canción.

Nos casamos la primavera que viene, y por supuesto no puede enterarse de nada de esto, no vaya a ser que cambie de opinión y me mande a freír espárragos, y encima con razón.

 

Con1Eme

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