No hace mucho tiempo una buena amiga me comentaba lo nerviosa y triste que estaba ante la inminente llegada del mes de septiembre, lo que significaría que su chicuelo empezaría el colegio y ella, dedicada al cien por cien a su cuidado, se iba a sentir muy sola sobre todo las primeras semanas.

Empaticé en seguida con ella e imaginé lo mal que lo estaría pasando: esas largas horas en casa sin su peque, sin una criaturita a la que dar mimos, a la que abrazar… pensando en si estaría bien en el colegio, si estaría disfrutando o no… ¡y un mojón!

No había transcurrido ni un mes cuando esta misma chica me confesaba eufórica la nueva vida que había descubierto una vez que el colegio se había echo cargo durante unas horas de su retoñito. “Ahora, después de dejar al enano en el patio, es mi momento. Me estoy planteando tantas cosas a nivel personal y profesional que no me llegan los dedos de las manos para contarlas todas”. Lo decía con una sonrisa que no cabía en su cara, con los ojos más abiertos que nunca y una la voz más aguda que había escuchado jamás.

Porque es que encima, las jornadas escolares no son lo que se puede decir cortas, y todo ese tiempo que antes dedicabas por entero a cuidar de un hijo, así de repente, de la noche a la mañana, se convierte como por arte de magia en horas para ti. Es como un premio, “te lo has ganado, por tu gran implicación y esfuerzo todos estos años”. Puedo escuchar de fondo las ovaciones y al público aplaudiendo.

Y hay más, ese sector femenino que, además de criar a sus mochuelillos, trabaja de puertas afuera. Después de más de dos meses haciendo malabares con los horarios para que la temporada de verano sus retoños disfruten del sol mientras ellas continúan con su horario laboral, el inicio del curso escolar es como una mini-vacación no incluida en sus contratos pero real como la vida misma. Es como reorganizar un armario después de un viaje, donde colocas cada cosa en su lugar y admiras con pasión el orden y el que todo vuelva a donde pertenece.

¿Dónde está entonces ese motivo en el que una mujer es peor madre por no sentir tristeza porque sus hijos empiecen el colegio? ¿Dónde puede encontrar la gente la crítica a una mujer por celebrar el volver a tener tiempo para una misma? Sí, quizás el festejar a bombo y platillo la llegada de septiembre sea algo exagerado (aunque las instantáneas de estos padres, disculpadme, pero son lo más). Pero el que no puedas superar que tu bebé sea ya una personita en edad escolar quizás es más tu problema que el mio, que sé sobrellevar el estar separada de mi hijo cinco horas diarias (o las que sean necesarias).

Que no seamos duros, puede que los primeros días nos ganen los lloros desesperados de unos niños que todavía se están adaptando a una rutina diferente, en un lugar nuevo, con gente desconocida. Pero todos hemos pasado por ello, nos ponemos en su lugar y un fuerte abrazo junto con unas palabras de cariño y ánimo son lo mejor que podemos darles. No acompañarles al unísono en sus lágrimas, no ser permisivos en dejarlos un día sí y otro también en casa porque no quieren ir al cole… Los inicios nunca son sencillos, ni para ellos ni para nosotros.

Habrá quien recuerde todos esos miedos que siendo tan pequeños nos rondaban por la cabeza: “¿se acordarán de venir a buscarme?, ¿y si se olvidan y me quedo aquí sola y abandonada?, ¿si hago mal la ficha la profe me puede castigar?, ¿qué pasa si me castiga y no me deja irme a mi casa al salir?…” Son temores irracionales a los que ahora, como padres, tenemos que hacer frente desde el otro lado. Empatizar, sí por supuesto, pero en una posición distinta desde la que podamos dejar que sean ellos los que vean que no hay nada que temer.

¡Hurra por esas madres que desde ya mismo vuelven a sus rutinas! ¡Hurra por aquellas que viven el fin del verano como un nuevo momento de desconexión! Bravo por vosotras y, por supuesto, por vuestros cachorritos, que están dando un paso de gigante con unas piernecillas minúsculas.